
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
El alba y el ocaso desde Zamora
Eugenio-Jesús de Ávila
Hay ciudades que viven siempre en un amanecer, en un alba de alondras. Hay ciudades que viven en el ocaso, en la postura del sol. Zamora, desde hace décadas, solo ve anochecer. La apatía antropológica de los zamoranos, esa asunción de que no hay nada que hacer para cambiar la dinámica económica y demográfica de la ciudad y la provincia, más el secular olvido de los gobiernos de España y de Castilla y León y la complicidad de los políticos, diputados, senadores y procuradores -exceptúo en este caso a los socialistas- han provocado nuestra decadencia y que ni siquiera existamos para el poder nacional y regional.
No somos nada, porque no nos quejamos, porque votamos como ovejas, porque lo toleramos todo, porque nuestro conformismo, por esa cosmovisión de nuestro papel en la autonomía y en España, porque nunca tuvimos representantes políticos en los centros decisorios de la política, y no me hablen del caso Maíllo, mano derecha, zurda o lo que sea de Rajoy durante unos años, que se portasen como el buen cacique.
Habría que remontarse a los primeros años del franquismo socializante de Falange y a Carlos Pinilla para encontrar algún político que amase a nuestra tierra. Durante la democracia, quizá Carlos Romero, en la primera legislatura del PSOE, como ministro de Agricultura, hizo algo por el agro, Zamora entró en un periodo de declive que ha desembocado en la desolación en esta última década, cuando batimos todos las marcas europeas en despoblación.
A Zamora ciudad se vendrá en un futuro breve a contemplar puestas de sol desde las almenas del Castillo o desde las márgenes del Duero. No conocerá amaneceres, porque los zamoranos elegimos que los políticos nos impidieran ver cómo nace el sol. A no tardar, vivirán en Zamora más mayores que gente joven, personas en el ocaso de la vida que ya no tendrán fuerzas, ni ganas, para levantarse, para protestar, para reivindicar proyectos a los respectivos gobiernos de aquí y de allá.
No se me acuse de pesimista. Acúdase a los datos económicos y demográficos que, año tras año, ofrecen los organismos públicos y algunos privados. Siempre a la cola de esas clasificaciones, hundidos en el pozo del pasado. Cuando una ciudad y una provincia celebran como fiestas mayores las religiosas significa que se sigue viviendo en el pasado porque no se imagina el futuro y el presente no da para más que rezar.
Mientras, los políticos que ejercen sus funciones aquí solo les queda, con sus precarias economías, embellecer Zamora y suturar las cicatrices que muestra la epidermis de la provincia y ejercer de portavoces ante los que manejan el cotarro del poder para denunciar este abismo hacia la nada que enfrentamos unos 164.000 zamoranos, cuya edad media no deja de aumentar hasta que aquí vivamos más jubilados que trabajadores, jóvenes y niños.
Ejercería de hipócrita si escribiese sobre Zamora y su espléndido futuro agropecuario, industrial y turístico. Mientras me quede la palabra hablaré y escribiré y volveré a leer los versos de Blas de Otero: “SI he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra. Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra. Si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra”.
Eugenio-Jesús de Ávila
Hay ciudades que viven siempre en un amanecer, en un alba de alondras. Hay ciudades que viven en el ocaso, en la postura del sol. Zamora, desde hace décadas, solo ve anochecer. La apatía antropológica de los zamoranos, esa asunción de que no hay nada que hacer para cambiar la dinámica económica y demográfica de la ciudad y la provincia, más el secular olvido de los gobiernos de España y de Castilla y León y la complicidad de los políticos, diputados, senadores y procuradores -exceptúo en este caso a los socialistas- han provocado nuestra decadencia y que ni siquiera existamos para el poder nacional y regional.
No somos nada, porque no nos quejamos, porque votamos como ovejas, porque lo toleramos todo, porque nuestro conformismo, por esa cosmovisión de nuestro papel en la autonomía y en España, porque nunca tuvimos representantes políticos en los centros decisorios de la política, y no me hablen del caso Maíllo, mano derecha, zurda o lo que sea de Rajoy durante unos años, que se portasen como el buen cacique.
Habría que remontarse a los primeros años del franquismo socializante de Falange y a Carlos Pinilla para encontrar algún político que amase a nuestra tierra. Durante la democracia, quizá Carlos Romero, en la primera legislatura del PSOE, como ministro de Agricultura, hizo algo por el agro, Zamora entró en un periodo de declive que ha desembocado en la desolación en esta última década, cuando batimos todos las marcas europeas en despoblación.
A Zamora ciudad se vendrá en un futuro breve a contemplar puestas de sol desde las almenas del Castillo o desde las márgenes del Duero. No conocerá amaneceres, porque los zamoranos elegimos que los políticos nos impidieran ver cómo nace el sol. A no tardar, vivirán en Zamora más mayores que gente joven, personas en el ocaso de la vida que ya no tendrán fuerzas, ni ganas, para levantarse, para protestar, para reivindicar proyectos a los respectivos gobiernos de aquí y de allá.
No se me acuse de pesimista. Acúdase a los datos económicos y demográficos que, año tras año, ofrecen los organismos públicos y algunos privados. Siempre a la cola de esas clasificaciones, hundidos en el pozo del pasado. Cuando una ciudad y una provincia celebran como fiestas mayores las religiosas significa que se sigue viviendo en el pasado porque no se imagina el futuro y el presente no da para más que rezar.
Mientras, los políticos que ejercen sus funciones aquí solo les queda, con sus precarias economías, embellecer Zamora y suturar las cicatrices que muestra la epidermis de la provincia y ejercer de portavoces ante los que manejan el cotarro del poder para denunciar este abismo hacia la nada que enfrentamos unos 164.000 zamoranos, cuya edad media no deja de aumentar hasta que aquí vivamos más jubilados que trabajadores, jóvenes y niños.
Ejercería de hipócrita si escribiese sobre Zamora y su espléndido futuro agropecuario, industrial y turístico. Mientras me quede la palabra hablaré y escribiré y volveré a leer los versos de Blas de Otero: “SI he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra. Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra. Si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra”.
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