ZAMORANA
Las rutinas y hacerse mayor
Confieso que me estoy haciendo mayor, y lo noto en pequeñas cosas: repito frases un tanto rancias (o, por lo menos a mí me lo parecían entonces), que oí decir a mis padres; me sorprendo con gestos heredados de mis mayores, e incluso mi cuerpo empieza a encorvarse ligeramente porque la lesión de la espalda ha corregido la esbeltez a la que mi madre me conminaba con aquel “¡ponte derecha!” que era, más que un consejo, una orden en toda regla.
Ahora que he dejado atrás la obligación laboral, más que nunca me gustan las rutinas: programar las actividades del día al levantarme, caminar por la mañana y por la tarde, trabajar en los proyectos pendientes, tener un horario de comidas… esas pequeñas cosas a las que nos asimos para que la vida ruede con más facilidad, planificando los momentos. El problema es cuando algo o alguien interrumpe ese proceso y descabala el horario y la organización del día; he de confesar que, aunque sea por un motivo grato, no me gusta que nadie me saque de mis hábitos.
Ha llegado septiembre, el mes en que todo torna a la normalidad tras las vacaciones. La calle vuelve a estar llena de gente, se recupera la actividad en los centros de trabajo y estudio, y cada cual regresa a su vida pre otoñal. En unos días habrá que renovar el armario, guardando la vestimenta del verano y sacando la de más abrigo, y edredones, colchas y mantas retomarán su protagonismo en camas perfectamente hechas; no como en verano que todo está de aquella manera porque los calores y la longitud de los días piden tumbarse para descansar con una sábana ligera o incluso sin nada por encima.
Septiembre es también el mes en que se reanuda el curso político. Hasta ahora los líderes de los diferentes partidos han estado de vacaciones; excepción hecha de algunos que retomaron su trabajo haciéndose visibles en los incendios que han asolado de nuevo nuestro país quemando y arrasando montes, pueblos, negocios, ganados y lo más importante: personas.
Ha habido también quien ha permanecido ausente, sin dejarse ver porque las vacaciones son más importantes que una catástrofe nacional de esta envergadura; y regresarán bronceados, relajados y tal vez incuso con la conciencia tranquila. Volverán a la palestra a abroncar, a insultar, a abochornar a todos los españoles que ya estamos hartos de ellos y sus maneras y dejarán para después las ayudas para la reconstrucción de los pueblos quemados, olvidando entre su retahíla de culpas a las personas que de un día para otro se han quedado sin casa, sin animales, sin recuerdos y en la calle.
Esto no son palabras, son hechos; y esos hechos se basan en que anteriores catástrofes aún no han visto satisfechas la totalidad de ayudas que, desde el gobierno central, les prometieron: el volcán de La Palma (hace 4 años), el terremoto de Lorca (hace 14 años), o la DANA (hace 10 meses), son solo unos ejemplos.
Volvamos a la rutina, pero a ver si en esta ocasión aprendemos algo y regresamos con más sentido común, menos agresividad verbal, mejores formas y más respeto. Creo que si ocurriera este milagro, ganaríamos todos. Y ahora salgo a la calle a caminar y aprovechar este agradable fresco que deja atrás los tórridos calores que hemos padecido, porque es mi hora de paseo y ya saben: la rutina permite que uno no se quede inmóvil, sino que cumpla el itinerario marcado.
Mª Soledad Martín Turiño
Confieso que me estoy haciendo mayor, y lo noto en pequeñas cosas: repito frases un tanto rancias (o, por lo menos a mí me lo parecían entonces), que oí decir a mis padres; me sorprendo con gestos heredados de mis mayores, e incluso mi cuerpo empieza a encorvarse ligeramente porque la lesión de la espalda ha corregido la esbeltez a la que mi madre me conminaba con aquel “¡ponte derecha!” que era, más que un consejo, una orden en toda regla.
Ahora que he dejado atrás la obligación laboral, más que nunca me gustan las rutinas: programar las actividades del día al levantarme, caminar por la mañana y por la tarde, trabajar en los proyectos pendientes, tener un horario de comidas… esas pequeñas cosas a las que nos asimos para que la vida ruede con más facilidad, planificando los momentos. El problema es cuando algo o alguien interrumpe ese proceso y descabala el horario y la organización del día; he de confesar que, aunque sea por un motivo grato, no me gusta que nadie me saque de mis hábitos.
Ha llegado septiembre, el mes en que todo torna a la normalidad tras las vacaciones. La calle vuelve a estar llena de gente, se recupera la actividad en los centros de trabajo y estudio, y cada cual regresa a su vida pre otoñal. En unos días habrá que renovar el armario, guardando la vestimenta del verano y sacando la de más abrigo, y edredones, colchas y mantas retomarán su protagonismo en camas perfectamente hechas; no como en verano que todo está de aquella manera porque los calores y la longitud de los días piden tumbarse para descansar con una sábana ligera o incluso sin nada por encima.
Septiembre es también el mes en que se reanuda el curso político. Hasta ahora los líderes de los diferentes partidos han estado de vacaciones; excepción hecha de algunos que retomaron su trabajo haciéndose visibles en los incendios que han asolado de nuevo nuestro país quemando y arrasando montes, pueblos, negocios, ganados y lo más importante: personas.
Ha habido también quien ha permanecido ausente, sin dejarse ver porque las vacaciones son más importantes que una catástrofe nacional de esta envergadura; y regresarán bronceados, relajados y tal vez incuso con la conciencia tranquila. Volverán a la palestra a abroncar, a insultar, a abochornar a todos los españoles que ya estamos hartos de ellos y sus maneras y dejarán para después las ayudas para la reconstrucción de los pueblos quemados, olvidando entre su retahíla de culpas a las personas que de un día para otro se han quedado sin casa, sin animales, sin recuerdos y en la calle.
Esto no son palabras, son hechos; y esos hechos se basan en que anteriores catástrofes aún no han visto satisfechas la totalidad de ayudas que, desde el gobierno central, les prometieron: el volcán de La Palma (hace 4 años), el terremoto de Lorca (hace 14 años), o la DANA (hace 10 meses), son solo unos ejemplos.
Volvamos a la rutina, pero a ver si en esta ocasión aprendemos algo y regresamos con más sentido común, menos agresividad verbal, mejores formas y más respeto. Creo que si ocurriera este milagro, ganaríamos todos. Y ahora salgo a la calle a caminar y aprovechar este agradable fresco que deja atrás los tórridos calores que hemos padecido, porque es mi hora de paseo y ya saben: la rutina permite que uno no se quede inmóvil, sino que cumpla el itinerario marcado.
Mª Soledad Martín Turiño
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