COSAS MÍAS
Zamora es como un eclipse de luna
Eugenio-Jesús de Ávila
La Luna lleva enamorada del Sol ni se sabe, quizá poco después del Big Bang. Pero, de vez en cuando, se eclipsan uno a la otra o la otra al uno, que sería algo así como eso que conocemos los humanos como infidelidad. Selene tiene cierta querencia por besar los labios de la Tierra, una amiga con la que mantiene una relación extraña. Cuando se enfada, se esconde detrás de las nubes. Cuando desea, la acaricia con el perfume de las mareas.
Hace un par de días, se puso roja, pero no de vergüenza, ni porque se haya hecho comunista, algo anacrónico, sino porque es coqueta y le encanta maquillarse cuando la mira el Sol de reojo. Nosotros, los humanos, enamorados o refractarios a todo tipo de sentimientos, la miramos como sorprendidos y, a veces, queriendo seguir uno de sus rayos carmesí. Me habría gustado mojar la boca de una dama mientras ella enrojece el espacio donde los besos emanan del alma.
Zamora, donde la luna gusta mirarse en las aguas de Duero y jugar con el Puente Románico y la Torre y Cúpula de la Catedral, es también una ciudad que sufre eclipses. Desde que llegó la democracia se la fue, casi sin darse cuenta, desnudándola de inversiones del Estado, hasta que ahora apenas cubren su cuerpo unas obras en la muralla. A los zamoranos nos dejaron sin casi nada, solo con una epidermis arrugada y una alopecia en la cabeza del progreso.
Y vendrán otras lunas rojas o plateadas y otros soles que quemen, seductores y orgullosos, a copular con Selena, mientras los zamoranos nos distraeremos mirando al cielo en las noches del estío para saber cómo se aman los astros, una metáfora de universo, una estrofa que halla su rima cuando se aman sobre el lecho románico de Zamora, la ciudad del alma, de la Luna y del Sol.

Eugenio-Jesús de Ávila
La Luna lleva enamorada del Sol ni se sabe, quizá poco después del Big Bang. Pero, de vez en cuando, se eclipsan uno a la otra o la otra al uno, que sería algo así como eso que conocemos los humanos como infidelidad. Selene tiene cierta querencia por besar los labios de la Tierra, una amiga con la que mantiene una relación extraña. Cuando se enfada, se esconde detrás de las nubes. Cuando desea, la acaricia con el perfume de las mareas.
Hace un par de días, se puso roja, pero no de vergüenza, ni porque se haya hecho comunista, algo anacrónico, sino porque es coqueta y le encanta maquillarse cuando la mira el Sol de reojo. Nosotros, los humanos, enamorados o refractarios a todo tipo de sentimientos, la miramos como sorprendidos y, a veces, queriendo seguir uno de sus rayos carmesí. Me habría gustado mojar la boca de una dama mientras ella enrojece el espacio donde los besos emanan del alma.
Zamora, donde la luna gusta mirarse en las aguas de Duero y jugar con el Puente Románico y la Torre y Cúpula de la Catedral, es también una ciudad que sufre eclipses. Desde que llegó la democracia se la fue, casi sin darse cuenta, desnudándola de inversiones del Estado, hasta que ahora apenas cubren su cuerpo unas obras en la muralla. A los zamoranos nos dejaron sin casi nada, solo con una epidermis arrugada y una alopecia en la cabeza del progreso.
Y vendrán otras lunas rojas o plateadas y otros soles que quemen, seductores y orgullosos, a copular con Selena, mientras los zamoranos nos distraeremos mirando al cielo en las noches del estío para saber cómo se aman los astros, una metáfora de universo, una estrofa que halla su rima cuando se aman sobre el lecho románico de Zamora, la ciudad del alma, de la Luna y del Sol.




















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