Jueves, 11 de Septiembre de 2025

Eugenio-Jesús de Ávila
Miércoles, 10 de Septiembre de 2025
COSAS MÍAS

Artemisa, Valorio y la ciudad de Zamora

Eugenio-Jesús de Ávila

 

Valorio es un bosque perfumado de ciudad. Espacio arbolado para el disfrute de los niños, la degustación de sabrosas viandas al aire libre, a la sombra de los árboles, y también fue, es y será el marco ideal para confesarle a una mujer que te ha enamorado, besarla e incluso achucharla allí donde la vegetación permite esconderte de los curiosos, de los espías de la pasión, gentes que gozan y, a la vez, se duelen contemplando cómo se ama mientras escuchas como trinan las avecillas y las ramas cotillean con sus hojas de los últimos acontecimientos que vive el bosque. Se llegan a confundir los jadeos de los amantes con el diálogo de Eolo y las hojas de los álamos y los chopos. Todo es pasión en el Edén.

 

He amado, he hecho deporte, he paseado y restaurado mi cuerpo en Valorio. Me lo presentó abuelo materno cuando yo era solo un niño. Me impactaron los pinos que presidían la primera elevación del terreno. Árboles ancianitos de unos 200 años, que nunca quisieron emigrar y dejar su tierra.

 

Mi mirada infantil consideró que era gigantes con un cabello verde, adornado con unos pendientes que mi el padre de mi madre me enseñó que se llamaban piñas y que dentro guardaban un fruto riquísimo, una delicia que la naturaleza elabora en silencio con su savia, y merced a la clorofila y a la fotosíntesis.

 

Valorio, como todo en la vida, también establece jerarquías. Arriba del valle, desde sus dos márgenes, divisas todo el cuerpo del bosque, tendido, como una dama posando para un pintor que mezclaba colores para hallar el verde auténtico de la gigantesca arboleda. Pero la luz, caprichosa, se divierte transformando los tonos de las hojas y el rostro de la tierra.

 

En este bosque de ciudad también hay lágrimas, las que derraman los árboles y la vegetación seca que reclaman que los transformen en leña en cualquier hogar, y un arroyo que llora cuando las lluvias lo olvidan y los hombres lo desprecian.

 

Se me ha quejado Artemisa de que inversiones millonarias jamás embellecieron su bosque, porque se quedaron en otras huchas políticas. Y las dríades, ninfas de los árboles, exigen que la Caseta del Guarda y su jardín se restauren, porque allí se reunían las hadas y los duendes para hablar de sus cosas y debatir sobre el futuro del bosque.

 

Ahora bien, si la autoridad política tuviese a bien cumplir con mi deseo, le pediría que invitasen a Caperucita Roja a atravesar Valorio desde el alba al ocaso del sol. Así el lobo se entretendría con la niña y se olvidaría de los rebaños de ovejas de los pastores zamoranos.

 

Me contó Zeus que Artemisa se encaprichó de Zamora y creó un bosque en esa ciudad para que los zamoranos disfrutaran de la naturaleza y aprendiesen a respetarla. Ignoro si hemos adquirido esa educación y la pusimos en práctica. Yo no entendería una Zamora sin Valorio.   

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