ZAMORANA
Mi pueblo, los pueblos, su abandono
En mi pueblo, Castronuevo de los Arcos, del que oí llamar una vez el pueblo de las tres mentiras, porque ni tiene castro, ni es nuevo, ni tiene arcos… bueno ahora sí, porque el actual ayuntamiento ha hecho honor al nombre y construyeron unas arcadas en su fachada pricipal, y también el que fuera mesón, junto a la carretera, ahora cerrado, tiene alguna.
Retomando el tema, decía que mi pueblo, como tantos otros, estará regresando a su estado natural; es decir: soledad, abandono, silencio… una vez que los forasteros se han ido para retomar su vida en los diferentes puntos del país. Los pocos habitantes que aún permanecen allí, recobrarán el tiempo, las largas horas de días callados, el tractor marchará al campo a la faena que toque, las calles seguirán estando vacías…
Algunos agradecerán la paz que les robaron los festejos de la patrona el quince de agosto, los encuentros con familiares y amigos, las charlas interminables para ponerse al día, las quedadas entre pandillas… Sé de cierto que mujeres mayores –madres y abuelas- cuando se van sus hijos, nueras, nietos, yernos y demás familia, recobran la paz. Para ellas el entrar y salir constantemente, la gente que llena las habitaciones, el desorden de horarios en comidas y cenas… lejos de hacerlas felices porque están rodeadas de su familia, les produce un desasosiego que las trastorna; y es que cuando la vida se reduce al silencio, la calma y la rutina, todo lo que se aleje de esas fuerzas sanadoras resulta más contraproducente que ventajoso.
Cuando me acerco al pueblo, a veces incluso sin bajarme del coche, siento una mezcla de dolor y melancolía que me hiere profundamente. Las casas siempre abiertas de mi juventud, las calles con gente que iba y venía, los tractores y remolques por la carretera, el bar abierto para echar la partida después de comer, la iglesia tocando al rosario o a la novena de turno, las mujeres charlando con las vecinas, sin prisa de camino a la tienda… así era mi pueblo no hace tanto, un lugar con vida. Ahora parece que hubiera habido una catástrofe que lo ha dejado yermo, y ese es un mal común en las villas vecinas donde hay veces que no se ve un alma por la calle, ni siquiera un perro o un gato que denoten signos de vida.
Resulta triste, pero sobre todo muy grave, que estemos perdiendo esta vida rural que antes fue primordial en España, y con ella se olvidan las tradiciones que la mantuvieron, la forma de ser y las costumbres de generaciones que perduran en la memoria tan solo de familias porque a nivel global, nuestro país está olvidando al mundo rural y no hace nada por evitarlo. A ver si el Programa de Desarrollo Rural Sostenible (PDRS), aprobado por Real Decreto 752/2010, de 4 de junio hace algo más por los pueblos poniendo en práctica los proyectos, planes, actuaciones y estrategias para las que fue concebido, y conjuntamente con las Comunidades Autónomas que son las que conocen de cerca la situación de cada pueblo en sus respectivas demarcaciones, empiezan a verse resultados; a ver si no se queda (una vez más), todo en palabras de relumbrón que no llevan a ninguna parte.
Los pocos agricultores y ganaderos que aún resisten en los pueblos, y que son los que los sostienen, se quejan a través de diferentes asociaciones de que el campo se encuentra en una situación insostenible y ellos se sienten continuamente “amenazados por normativas incoherentes, y actuaciones orientadas a acabar con su actividad".
A veces pienso si el olvido rural no será una estrategia deliberada del gobierno que prefiere, en lugar de sembrar los campos de cereal, colza, remolacha, girasol o alfalfa, como se ha hecho tradicionalmente; prefieran, digo, una plantación masiva de paneles solares, que tienen un impacto positivo en el medio ambiente, no producen emisiones contaminantes, ni contribuyen a la contaminación atmosférica y son, además, una fuente de energía renovable. Eso sí, obvian referirse a los perjuicios derivados del proceso de fabricación de dichos paneles que puede ser tóxico, lo que genera residuos peligrosos que afectan a la flora y la fauna locales. Además, para instalar paneles solares hay que desbrozar grandes extensiones de terreno, lo que puede alterar los ecosistemas locales. Asimismo, al final de su vida útil, se convierten en residuos que hay que tratar de forma adecuada.
Por otra parte, la instalación de estas placas fotovoltaicas comprando los terrenos a los campesinos de los pueblos, ha tenido como consecuencia que la ganadería pierda campos donde pastar; pero soy consciente de que este es un tema que no interesa, pese a ser de suma importancia; basta comprobar como en las zonas afectadas por los últimos incendios, se ha puesto de manifiesto que es precisamente la ganadería la que hace el desbroce natural y la que limpia los montes de maleza y hojarasca.
Sí, creo que la deriva de los pueblos zamoranos –y de muchos otros del país- está condenada a su progresiva extinción. Sin embargo, aún confío en esas políticas locales que hacen un esfuerzo cada día por atraer gente, por innovar y por impedir que este hecho sea una realidad; y creo que ellos, los pocos que aún sobreviven en pueblos pequeños, serán los artífices de que sus villas sigan adelante, y no solo en verano, cuando su población aumenta con la llegada de los forasteros, sino después, cuando el pueblo regresa a su soledad, a su abandono, a su silencio… Para ellos, para esos jóvenes y mayores que continúan viviendo en lugares pequeños, sin panadería, sin bares, sin escuelas, sin tiendas, sin atención médica, sin transporte con la capital, ¡sin tantas cosas básicas!… vaya todo mi respeto.
Mª Soledad Martín Turiño
En mi pueblo, Castronuevo de los Arcos, del que oí llamar una vez el pueblo de las tres mentiras, porque ni tiene castro, ni es nuevo, ni tiene arcos… bueno ahora sí, porque el actual ayuntamiento ha hecho honor al nombre y construyeron unas arcadas en su fachada pricipal, y también el que fuera mesón, junto a la carretera, ahora cerrado, tiene alguna.
Retomando el tema, decía que mi pueblo, como tantos otros, estará regresando a su estado natural; es decir: soledad, abandono, silencio… una vez que los forasteros se han ido para retomar su vida en los diferentes puntos del país. Los pocos habitantes que aún permanecen allí, recobrarán el tiempo, las largas horas de días callados, el tractor marchará al campo a la faena que toque, las calles seguirán estando vacías…
Algunos agradecerán la paz que les robaron los festejos de la patrona el quince de agosto, los encuentros con familiares y amigos, las charlas interminables para ponerse al día, las quedadas entre pandillas… Sé de cierto que mujeres mayores –madres y abuelas- cuando se van sus hijos, nueras, nietos, yernos y demás familia, recobran la paz. Para ellas el entrar y salir constantemente, la gente que llena las habitaciones, el desorden de horarios en comidas y cenas… lejos de hacerlas felices porque están rodeadas de su familia, les produce un desasosiego que las trastorna; y es que cuando la vida se reduce al silencio, la calma y la rutina, todo lo que se aleje de esas fuerzas sanadoras resulta más contraproducente que ventajoso.
Cuando me acerco al pueblo, a veces incluso sin bajarme del coche, siento una mezcla de dolor y melancolía que me hiere profundamente. Las casas siempre abiertas de mi juventud, las calles con gente que iba y venía, los tractores y remolques por la carretera, el bar abierto para echar la partida después de comer, la iglesia tocando al rosario o a la novena de turno, las mujeres charlando con las vecinas, sin prisa de camino a la tienda… así era mi pueblo no hace tanto, un lugar con vida. Ahora parece que hubiera habido una catástrofe que lo ha dejado yermo, y ese es un mal común en las villas vecinas donde hay veces que no se ve un alma por la calle, ni siquiera un perro o un gato que denoten signos de vida.
Resulta triste, pero sobre todo muy grave, que estemos perdiendo esta vida rural que antes fue primordial en España, y con ella se olvidan las tradiciones que la mantuvieron, la forma de ser y las costumbres de generaciones que perduran en la memoria tan solo de familias porque a nivel global, nuestro país está olvidando al mundo rural y no hace nada por evitarlo. A ver si el Programa de Desarrollo Rural Sostenible (PDRS), aprobado por Real Decreto 752/2010, de 4 de junio hace algo más por los pueblos poniendo en práctica los proyectos, planes, actuaciones y estrategias para las que fue concebido, y conjuntamente con las Comunidades Autónomas que son las que conocen de cerca la situación de cada pueblo en sus respectivas demarcaciones, empiezan a verse resultados; a ver si no se queda (una vez más), todo en palabras de relumbrón que no llevan a ninguna parte.
Los pocos agricultores y ganaderos que aún resisten en los pueblos, y que son los que los sostienen, se quejan a través de diferentes asociaciones de que el campo se encuentra en una situación insostenible y ellos se sienten continuamente “amenazados por normativas incoherentes, y actuaciones orientadas a acabar con su actividad".
A veces pienso si el olvido rural no será una estrategia deliberada del gobierno que prefiere, en lugar de sembrar los campos de cereal, colza, remolacha, girasol o alfalfa, como se ha hecho tradicionalmente; prefieran, digo, una plantación masiva de paneles solares, que tienen un impacto positivo en el medio ambiente, no producen emisiones contaminantes, ni contribuyen a la contaminación atmosférica y son, además, una fuente de energía renovable. Eso sí, obvian referirse a los perjuicios derivados del proceso de fabricación de dichos paneles que puede ser tóxico, lo que genera residuos peligrosos que afectan a la flora y la fauna locales. Además, para instalar paneles solares hay que desbrozar grandes extensiones de terreno, lo que puede alterar los ecosistemas locales. Asimismo, al final de su vida útil, se convierten en residuos que hay que tratar de forma adecuada.
Por otra parte, la instalación de estas placas fotovoltaicas comprando los terrenos a los campesinos de los pueblos, ha tenido como consecuencia que la ganadería pierda campos donde pastar; pero soy consciente de que este es un tema que no interesa, pese a ser de suma importancia; basta comprobar como en las zonas afectadas por los últimos incendios, se ha puesto de manifiesto que es precisamente la ganadería la que hace el desbroce natural y la que limpia los montes de maleza y hojarasca.
Sí, creo que la deriva de los pueblos zamoranos –y de muchos otros del país- está condenada a su progresiva extinción. Sin embargo, aún confío en esas políticas locales que hacen un esfuerzo cada día por atraer gente, por innovar y por impedir que este hecho sea una realidad; y creo que ellos, los pocos que aún sobreviven en pueblos pequeños, serán los artífices de que sus villas sigan adelante, y no solo en verano, cuando su población aumenta con la llegada de los forasteros, sino después, cuando el pueblo regresa a su soledad, a su abandono, a su silencio… Para ellos, para esos jóvenes y mayores que continúan viviendo en lugares pequeños, sin panadería, sin bares, sin escuelas, sin tiendas, sin atención médica, sin transporte con la capital, ¡sin tantas cosas básicas!… vaya todo mi respeto.
Mª Soledad Martín Turiño
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