Lunes, 22 de Septiembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Lunes, 22 de Septiembre de 2025
ZAMORANA

El viejo en el parque

Mª Soledad Martín Turiño

[Img #101837]

 

Divisó su silueta desde lejos, a simple vista solo un hombre mayor sentado en el parque, pensativo, con la mirada posada en sus zapatos, asido al bastón con las dos manos. Se acercó despacio, llegó a su altura y se detuvo. No se inmutó. Le dio los buenos días y entonces levantó la vista despacio hacia ella. En un principio no la reconoció; claro que, tal vez, fuera porque el sol le daba directamente en los ojos y vería su figura con un halo un tanto perturbador. Entonces, le preguntó si podía sentarse a su lado; la miró, ahora sí intensamente, y asintió con la cabeza.

 

Permanecieron unos segundos en silencio; sentía que la miraba de soslayo, pero sin decir una palabra. Fue ella quien inició el diálogo hablando de trivialidades para romper el hielo. Poco a poco el hombre se fue animando y, lo que en un principio eran solo respuestas monosilábicas, se convirtieron después en frases más largas denotando que se sentía cómodo. Ella le habló de su pueblo que, curiosamente, era el mismo donde él había nacido; y aquel fue el punto de partida para una conversación en toda regla, preguntándole si conocía a éste o aquél; si todavía vivía un antiguo amigo suyo que llevaron a una residencia y había perdido su contacto…

 

Pasó el tiempo deprisa evocando un pasado que a los dos les dolía, aunque por diferentes motivos. Entonces, cuando más a gusto estaban, llegó Felisa, una mujer muy atenta que se acercó y le dijo:

 

  • “Miguel, tenemos que irnos, se está haciendo tarde”. Y mirándola, a modo de disculpa le explicó:

 

  • “Es que viene de paseo un rato todos los días y este es el punto de encuentro donde le recojo a la hora de comer para llevarle a casa. Le gusta venir aquí porque pasa mucha gente y se distrae con los niños que salen el colegio”.

 

Entre las dos mujeres ayudaron a levantarle hasta que se apoyó en su bastón y empezó a dar los primeros pasos. Le dijo que le había gustado hablar con ella y ella, a su vez, le prometió volver otro día para seguir charlando; entonces se detuvo, y mirándola muy fijamente, le dijo:

 

  • “Sí, me gustaría”

 

Se despidieron y vio como el viejo se alejaba caminando torpemente, un brazo apoyado en Felisa y el otro sujetando su bastón. Entonces, ella empezó a sollozar en un llanto que llevaba retenido demasiados años, por una lejanía revanchista, por un orgullo absurdo, por querer tener razón a toda costa… se había alejado y ahora todo era diferente. Sin que nadie la oyera, en un tímido susurro, dijo: “Sí, papá. Mañana volveremos a vernos”.

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