Martes, 30 de Septiembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Lunes, 29 de Septiembre de 2025
ZAMORANA

Delirio

Mª Soledad Martín Turiño

[Img #102104]

 

Lo dice despacito, tras los cristales de esta otra casa que ya le resulta tan suya: “te añoro, te necesito tanto que, a veces, me cuesta respirar porque tu lejanía me resulta insoportable”; y entonces sus ojos se pierden en el vacío, en la nada, y siente que está en otra dimensión donde no hay dolor, ni pensamientos nocivos, ni recuerdos tristes. Se ha hecho amigo de la melancolía y habita con ella en un lugar ideal donde se encuentra a salvo.

 

Hace tanto tiempo que vive aquí que ya casi ni se acuerda; apenas unas imágenes vagas, retazos de quien parece ser él, porque tiene su mismo físico, que se resiste entre dos hombres que le mantienen maniatado y le llevan a rastras hasta el interior del edificio. Luego, la nada, el vacío, el silencio.

 

En ocasiones viene una mujer joven, muy amable, que le hace un montón de preguntas; ahora consigue responder a algunas, porque antes estaba casi todo el tiempo adormilado, sin ser dueño de su voluntad y solo la veía como en un halo, sin estar seguro de que su presencia no fuera otro de aquellos sueños en los que se sumerge a veces, y desciende en caída libre por un abismo que no tiene final; esos sueños hacen que despierte empapado en un sudor frio y que, a sus gritos, acudan veloces esos hombres gigantes vestidos de blanco que intentan calmarle, le dan algo de beber y luego vuelve a quedarse dormido, esta vez plácidamente.

 

Ni siquiera recuerda su nombre; todos le llaman Nemo, como el capitán de una historia que le leyeron una vez, pero que ya no recuerda. Cuando le dejan salir de su habitación, camina por los enormes pasillos llenos de hombres mayores y jóvenes que van y vienen. Lo que más le gusta es bajar al jardín, porque es enorme y allí puede perderse en algún lugar alejado y estar solo. A veces la mujer joven le acompaña y habla sin parar, él no responde, pero escuchar el sonido de su voz le resulta agradable.

 

Nadie le visita o, por lo menos, a nadie recuerda; aunque debe tener familia porque le han dejado unas fotografías en las que aparece él con dos niños más, junto a un hombre y una mujer que le han dicho que son sus padres y hermanos. No echa de menos la compañía porque, después de mucho tiempo, ha conseguido ¡por fin! estar tranquilo. Ya no le dan aquellas sesiones en las que terminaba semiinconsciente, con terribles dolores de cabeza, náuseas y una desorientación que le mantenía inmovilizado en su cama durante días.

 

Le conminan a que se esfuerce en recordar, en contestar a las preguntas y en no rebelarse, pero ya todo le da igual. Se siente vivo en un cuerpo muerto y una mente que le juega continuamente malas pasadas. Un día atisbó por la ventana a la mujer de la foto que iba con su marido; ella lloraba sin parar y los dos miraron hacia la ventana desde donde les observaba. Durante un instante sintió una especie de chispazo que le trasladó a otro lugar: una casa con jardín, unos niños felices y él golpeándose la cabeza contra la pared. Fueron apenas unos segundos, pero le dejaron una sensación extraña, como si se hubiera comunicado con otro mundo que ya había habitado.

 

Desde aquel día, recrea una y otra vez el suceso por si hubiera alguna rendija por donde se filtre un poco de luz. Su madre entra y le separa pero él, de un golpe seco la tira al suelo golpeándola en la cabeza, de donde sale un chorro de sangre imparable y cada vez más grande, mientras grita algo que no puede recordar. Entonces vuelve a la escena primera, una y otra vez, a todas horas, hasta que una mañana, al despertar, le viene todo a la mente y ve la secuencia completa: la chica joven que fue su gran amor, con quien pretendía escaparse para vivir juntos; sus padres que lo descubren, les separan, la alejan y él se vuelve loco; ese fue el resumen que vio en una secuencia de retazos inconexos que ahora cobraban forma. 

 

A él le internaron en este lugar donde perdió la memoria, la vehemencia, la soberbia y la temeridad, pero ahora se siente a salvo y no quiere recordar nada más. El hecho de haber descubierto quien era y lo que hizo le ha servido para que salieran todos los demonios que le vapulearon hasta enfermar: a su madre que se la llevaban en una ambulancia, la mirada de odio del padre, los hermanos atónitos, atemorizados y él corriendo, corriendo hasta perder el resuello en busca de aquella chica que nunca encontró.

 

Entre las escasas pertenencias de que dispone, le guardaron un libro que solo después de mucho tiempo ojeó, sin voluntad de leerlo, pero en aquellas páginas, alguien había garabateado unas frases que él examina ahora constantemente: “te añoro, te necesito tanto que, a veces, me cuesta respirar porque tu lejanía me resulta insoportable”.

 

Las ha aprendido de memoria y le gusta pronunciarlas quedamente en la soledad de su habitación, por la noche cuando se apagan las luces o, al atardecer mirando por la ventana. No siente nada, pero le agrada repetirlas.

 

Sigue sin querer ver a nadie y más de una vez ha permanecido recluido pese a que le haya visitado su familia. No podría mirarles a la cara, tal vez incluso ni les reconocería; ha pasado tanto tiempo que prefiere seguir aquí, el régimen carcelario le gusta, se ha adaptado bien a esta especie de correccional donde le cuidan y, sobre todo, le dejan en paz. No añora otra cosa, ni sería capaz de vivir fuera de estas paredes que al principio odió con toda su fuerza. Ahora es su casa, el único hogar, o quizá no; puede que todo sea fruto de su cabeza que, otra vez, se la está jugando. Nunca lo sabrá.

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