José Antonio Ávila López
Miércoles, 01 de Octubre de 2025
NOTAS DEL PENSAMIENTO

Orador elegante, orador inteligente

José Antonio Ávila López

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Cuando murió Franco, yo tenía cinco años, así que algo de Transición recuerdo. Eso sí, no pude votar hasta unas Elecciones Europeas de 1989. De aquella época recuerdo especialmente los debates parlamentarios, unos debates de altura con oradores como Suárez, González, Blas Piñar, Carrillo, Fraga, Roca, Rojas Marcos y otros muchos..., y gracias a ellos conocí la política en su sentido más noble : persuadir y convencer por medio de la palabra. Recuerdo también, con nostalgia, el programa de televisión “La clave”, de José Luis Balbín, y aquel programa fue una escuela de democracia para muchos, ya que muchos nos educamos política y culturalmente con aquellos debates televisivos por los que desfilaron toda la intelectualidad española y muchos invitados extranjeros expertos en los temas variopintos que cada semana se trataban. Ahora, no sé si cegado por la nostalgia de aquellos años, me resisto a seguir las tertulias televisivas, porque no soporto a los intelectuales actuales (si se les puede catalogar con el vocablo intelecto) de este país, que con sus disputas barriobajeras y sus demagogias baratas, se escupen reproches a la cara, arropados por un público que los jalea como si fueran los espectadores de un circo romano. Por no hablar del nivelito de la mayoría de nuestros parlamentarios actuales (de los cabezas visibles sólo se salvan Santiago Abascal y Aitor Esteban). Hace décadas que la oratoria de altura abandonó los escaños del hemiciclo del Congreso de los Diputados : aquellos brillantes discursos de la Transición y post-Transición, salvo honrosas excepciones, no se han vuelto a oír. Ahora imperan los discursos rufianescos que en muchas ocasiones sobrepasan la necesaria cortesía parlamentaria. Políticos de muchos colores asimilables a lo revolucionario del anarquismo desean vencer a toda costa y sin respetar nada. La oratoria es un arte, por lo que muchos agradecemos y ensalzamos un discurso brillante aunque no compartamos el fondo. El orador elegante, si además es inteligente, lo cual suele venir por añadidura, siempre termina venciendo en la contienda dialéctica, porque para defender una idea o una opción política, las cosas se pueden decir de mil maneras, y los que llegan al insulto son aquellos a los que su inteligencia no les da para más.

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