NOTAS DEL PENSAMIENTO
Se vota a ciegas
José Antonio Ávila López
![[Img #102341]](https://eldiadezamora.es/upload/images/10_2025/7828_798_1959_9116_492_2013_4480_1348_7370_9394_8226_9948_1018_2907_7198_8176_2402_7201_6632_9597_7602_jose-antonio-avila-lopez.jpg)
Cada día salen a la palestra nuevos casos de políticos que podrían haber falseado su currículum, y otra vez el escándalo ocupa portadas, tertulias y redes sociales como si fuera una sorpresa. Pero, ¿de verdad alguien se sorprende ya? Lo triste no es que haya políticos capaces de falsificar su formación para escalar posiciones -eso es tan viejo como la propia política-, sino que “seguimos tragando” con un sistema que permite, blanquea y perpetúa este tipo de engaños. Y lo peor es que seguimos votando sin conocer a quienes metemos en las instituciones. Porque, seamos claros, la culpa también es nuestra. Sí, del pueblo, de ese pueblo que acude cada cuatro años a las urnas a validar listas cerradas y bloqueadas de “partidos que deciden por ti quién debe representarte”. Votas a unas siglas y punto. ¿Quién es la número 4 del PP en tu ciudad? ¿Qué piensa el número 7 del PSOE en tu región? ¿Qué formación real tiene ese concejal que hoy toma decisiones sobre tu vida diaria? Ni idea. Pero aun así, votamos, y votamos a ciegas. Y cuando luego descubrimos que uno de ellos mintió sobre sus estudios, fingió un máster o se inventó experiencia, nos llevamos las manos a la cabeza. ¿Y qué esperábamos? ¿Qué democracia real puede haber cuando ni siquiera podemos elegir directamente a quienes nos representan? Desde el denominado por algunos Régimen del 78, mal llamado democracia, este país vive en una pantomima electoral donde el pueblo sólo sirve para poner votos en una urna sin saber exactamente a quién ni para qué. No existen listas abiertas, no hay mecanismos de control ciudadano, no hay formas de echar a quienes mienten o fallan. Si un político engaña, sólo dimite si quiere, y si no quiere, se queda. Y si se queda, sigue cobrando, y si sigue cobrando, el sistema lo aplaude. El poder no está en manos del pueblo, sino en manos de oligarcas con carnet de partido que mueven a su antojo la “maquinaria de una democracia hueca”, y mientras tanto, nosotros, el pueblo, a lo nuestro : que si el fútbol, que si la tele, que si “todos son iguales”... Pero la realidad es que no hacemos nada. Esta situación no cambiará hasta que el pueblo decida romper con esta complicidad pasiva, hasta que reclamemos una democracia de verdad, hasta que dejemos de ser súbditos y nos comportemos como lo que supuestamente somos : soberanos.
Cada día salen a la palestra nuevos casos de políticos que podrían haber falseado su currículum, y otra vez el escándalo ocupa portadas, tertulias y redes sociales como si fuera una sorpresa. Pero, ¿de verdad alguien se sorprende ya? Lo triste no es que haya políticos capaces de falsificar su formación para escalar posiciones -eso es tan viejo como la propia política-, sino que “seguimos tragando” con un sistema que permite, blanquea y perpetúa este tipo de engaños. Y lo peor es que seguimos votando sin conocer a quienes metemos en las instituciones. Porque, seamos claros, la culpa también es nuestra. Sí, del pueblo, de ese pueblo que acude cada cuatro años a las urnas a validar listas cerradas y bloqueadas de “partidos que deciden por ti quién debe representarte”. Votas a unas siglas y punto. ¿Quién es la número 4 del PP en tu ciudad? ¿Qué piensa el número 7 del PSOE en tu región? ¿Qué formación real tiene ese concejal que hoy toma decisiones sobre tu vida diaria? Ni idea. Pero aun así, votamos, y votamos a ciegas. Y cuando luego descubrimos que uno de ellos mintió sobre sus estudios, fingió un máster o se inventó experiencia, nos llevamos las manos a la cabeza. ¿Y qué esperábamos? ¿Qué democracia real puede haber cuando ni siquiera podemos elegir directamente a quienes nos representan? Desde el denominado por algunos Régimen del 78, mal llamado democracia, este país vive en una pantomima electoral donde el pueblo sólo sirve para poner votos en una urna sin saber exactamente a quién ni para qué. No existen listas abiertas, no hay mecanismos de control ciudadano, no hay formas de echar a quienes mienten o fallan. Si un político engaña, sólo dimite si quiere, y si no quiere, se queda. Y si se queda, sigue cobrando, y si sigue cobrando, el sistema lo aplaude. El poder no está en manos del pueblo, sino en manos de oligarcas con carnet de partido que mueven a su antojo la “maquinaria de una democracia hueca”, y mientras tanto, nosotros, el pueblo, a lo nuestro : que si el fútbol, que si la tele, que si “todos son iguales”... Pero la realidad es que no hacemos nada. Esta situación no cambiará hasta que el pueblo decida romper con esta complicidad pasiva, hasta que reclamemos una democracia de verdad, hasta que dejemos de ser súbditos y nos comportemos como lo que supuestamente somos : soberanos.
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