Miércoles, 08 de Octubre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Miércoles, 08 de Octubre de 2025
ZAMORANA

Zamora, mi todo

Mª Soledad Martín Turiño

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¡Parece mentira lo que nos cambian las circunstancias! Recuerdo que mi amor por Castronuevo fue un flechazo que con el tiempo adquirió mayor intensidad, más ansia de volver, una remembranza desde la ausencia que llegaba a ser perturbadora; él fue mi alfa y omega en la niñez, la adolescencia y parte de la juventud. Cada vez que llegaba, tras un largo periodo de ausencia, respiraba profundamente aquel olor a pueblo tan característico, mezcla de heno, leña quemada y establo; y llegar era empezar a vivir, hasta el punto de que consideraba el dormir como una pérdida de tiempo.

 

Cada mañana, después de desayunar me perdía por el campo, por el rio, por las calles; hablaba con la gente y no rehuía el saludo, aunque estuviera tan protocolizado que todo el mundo hacía las mismas preguntas, aludiendo al aspecto físico o al tiempo que duraría mi estancia en el pueblo.

 

Aprovechaba las horas y cada minuto me sorprendía con aspectos desconocidos: subía al sobrao de los abuelos para investigar rincones desconocidos: revistas antiguas tras una viga enorme, cunas y cacharros viejos que se amontonaban cubiertos por una fina lámina de polvo, ropa de otra época primorosamente guardada… todo eran gratos descubrimientos que me sumergían en un mundo de aventuras donde no cabía el aburrimiento.

 

Sin embargo, regresar tras las vacaciones a casa, allá en el norte, a aquel lugar hostil donde nunca encontré acomodo, me producía una enorme desazón, y no había vez en que no se cumpliera el aserto de aquella vecina cuando nos despedíamos: “te vas, pero siempre dejas tus lágrimas aquí”. Veía por la ventanilla del coche a mi abuela diciendo adiós, se iban alejando las casas, pasábamos un pueblo tras otro sin decir palabra hasta que ya, en Villalpando, conectábamos con la autovía y la felicidad volvía a quedar atrás.

 

Aquellas sensaciones, la fuerza que llevaba después de cada estancia en el pueblo, eran como medicinas que me ayudaban a superar los meses que faltaban hasta regresar de nuevo. Así viví durante muchos años, y nunca pensé que aquellos sentimientos fueran a cambiar.

 

Hoy, con una edad avanzada, he vuelto y todo es diferente: el pueblo está muy vacío de habitantes, no reconozco a la gente que vive allí; he perdido a mi familia que era el sostén de mis recuerdos, y me considero una extraña porque no siento nada. Miro una y otra vez aquellos campos que me embelesaban y por los que sentía un respeto reverencial porque en ellos estaba el sudor de mis ancestros, y ahora contemplo el paisaje como una hermosa sucesión de llanura sembrada o en barbecho, que pasa rauda ante mis ojos mientras el coche me conduce a la ciudad.

 

A Zamora la desconocía, porque cuando veníamos desde el pueblo era para llenar el coche de comida y abastecer la nevera de la abuela, mi padre nos invitaba a tomar chocolate con churros, y luego hacíamos algunos encargos antes de regresar al pueblo; a eso se reducía la estancia en la capital.

 

La he descubierto con el tiempo, en soledad, y me ha enamorado como lo hizo Castronuevo en su día, solo que en esta ocasión Zamora estará siempre conmigo. La paseo, la recorro, la disfruto… y sé que nada cambiará si no es para mejorar. Ahí seguirá Valorio, el rio, las murallas, la catedral, esas calles medievales del casco histórico que se tiñen de ámbar cuando encienden las farolas, un puñado de iglesias sin parangón donde sentarse a meditar… todo eso será inmutable con el transcurso del tiempo, por eso no habrá decepción alguna; al contrario, dentro de cincuenta o de cien años las piedras serán testigos de nuevos habitantes, pero ellas seguirán en su lugar.

 

Cuando llego a Zamora me asombra que se haya desvanecido aquella pasión de antaño, pero tengo otros sentimientos, puede que más reales, aunque menos intensos. Lo que no ha cambiado es mi ansia por gozar cada momento, sin dejar de mirar el cielo turquesa, las cigüeñas que anidan en las torres, el paseo desde Santa Clara hasta la catedral, los jardines del castillo, las gentes que ya empiezo a conocer porque nos cruzamos a menudo durante el paseo… no necesito más. Zamora me llena, es mi todo.

 

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