
COSAS MÍAS
Ocaso del sol en Zamora: metáforas existenciales
Eugenio-Jesús de Ávila
Mientras el sol mantenga su tozudez, seguirá poniéndose por el oeste; también en Zamora, la ciudad pretérita, la que duerme sobre el lecho de Cronos. Los ocasos en nuestra ciudad adquieren enorme belleza, porque el Duero y ese matrimonio románico que representan la torre y la cúpula de la Catedral proponen imágenes y fotografías líricas, poesía que escriben la naturaleza y la cultura.
Zamora se diría que vive siempre en el ocaso económico y demográfico, que no es hermoso como el del astro rey. Querría que mi ciudad viviera siempre al alba y que el sol la acariciara al mediodía, incluso que no se ocultara jamás, para que los zamoranos recibieran una iluminación superior, que nos mostrase el camino a seguir, las tareas que desarrollar, las labores que ejecutar para detener su ocaso, su cuesta abajo hacia la nada, su declive como sociedad.
Zamora posee la belleza de lo que fue, el interés que siempre concita la historia, el haber sido algo esencial y después perderse en la nada. Zamora quizá no tenga futuro, pero tuvo un pretérito. Como el porvenir se muestra esquivo y enfadado con nuestra ciudad, los zamoranos buscan en las tradiciones una razón para vivir, para sentirse, para respirar. Son celebraciones religiosas muy ateas las que se vive dentro de la ciudad del Romancero. No se trata de una fe esotérica, sino de agarrarse al mito y a la leyenda; de asirse a la ucronía, a una utopía.
Las posturas del sol en Zamora son una metáfora de una forma de ser, de sentir y de vivir.
Eugenio-Jesús de Ávila
Mientras el sol mantenga su tozudez, seguirá poniéndose por el oeste; también en Zamora, la ciudad pretérita, la que duerme sobre el lecho de Cronos. Los ocasos en nuestra ciudad adquieren enorme belleza, porque el Duero y ese matrimonio románico que representan la torre y la cúpula de la Catedral proponen imágenes y fotografías líricas, poesía que escriben la naturaleza y la cultura.
Zamora se diría que vive siempre en el ocaso económico y demográfico, que no es hermoso como el del astro rey. Querría que mi ciudad viviera siempre al alba y que el sol la acariciara al mediodía, incluso que no se ocultara jamás, para que los zamoranos recibieran una iluminación superior, que nos mostrase el camino a seguir, las tareas que desarrollar, las labores que ejecutar para detener su ocaso, su cuesta abajo hacia la nada, su declive como sociedad.
Zamora posee la belleza de lo que fue, el interés que siempre concita la historia, el haber sido algo esencial y después perderse en la nada. Zamora quizá no tenga futuro, pero tuvo un pretérito. Como el porvenir se muestra esquivo y enfadado con nuestra ciudad, los zamoranos buscan en las tradiciones una razón para vivir, para sentirse, para respirar. Son celebraciones religiosas muy ateas las que se vive dentro de la ciudad del Romancero. No se trata de una fe esotérica, sino de agarrarse al mito y a la leyenda; de asirse a la ucronía, a una utopía.
Las posturas del sol en Zamora son una metáfora de una forma de ser, de sentir y de vivir.
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