Mª Soledad Martín Turiño
Viernes, 10 de Octubre de 2025
ZAMORANA

Una historia de amor

[Img #102478]En uno de esos momentos en que nos acomete la necesidad de ordenar, de tirar lo superfluo, de aligerar cosas, de desprenderse de lo innecesario y quedarse solo con lo útil, entre otras muchas cosas, aparecieron unas fotografías en un sobre. En ellas se veía a una pareja que estaba contrayendo matrimonio; eran dos muchachos jóvenes, con caras en las que se reflejaba un cierto susto, no sé si sería por la responsabilidad que estaban contrayendo. Sus padrinos: madre de él y padre de ella, también tenían un gesto grave, y en la fotografía siguiente aparecen los padres de ambos contrayentes muy circunspectos, cada pareja en su posición junto a sus respectivos hijos; nadie sonríe, todos parecen dominados por la tensión, incluso los novios. Las mujeres llevan velo y van vestidas de negro, incluso la novia que luce también un vestido de terciopelo negro ajustado a su silueta perfecta, con un ramo de azar blanco en las manos enguantadas, y está realmente preciosa.

 

         Los hombres: padres y novios van ataviados con sendos trajes, pero se nota que están un poco fuera de su ambiente. En sus manos gruesas y encallecidas se refleja el trabajo duro del campo y sus caras tienen un moreno especial, fruto de haber sido curtidas por los aires y los vientos del pueblo.

 

         Me sorprende tanta seriedad y los veo devotos frente a este mismo lugar donde ahora me encuentro, en esta iglesia preciosa de la capital cuyo altar mayor se viste con un retablo barroco que descubre todos sus secretos cuando los focos inciden en él. Lo miro y siento que los ojos de aquellos contrayentes observarían lo mismo que yo ahora: las imágenes, el crucificado, el altar, las flores…

 

         Tras la ceremonia se sirve un almuerzo del que queda constancia en algunas instantáneas; ahí parece que los novios están algo más relajados y esbozan alguna sonrisa. Supongo que ese día todos los miedos acometerían a aquellas dos mentes juveniles, ignorantes de lo que el tiempo les iba a deparar: si serían felices, si se llevarían bien, si alejados del pueblo sentirían el mismo amor que se profesaban entonces…. Conozco su trayectoria de memoria, la viví en primera persona y puedo decir que aún no he conocido a nadie que inspirara tanto amor como ellos, siempre pendientes el uno del otro, atentos a sus necesidades, cuidándose, amándose con un amor que ojalá hubiera traspasado los genes.

 

         Efectivamente la vida les puso a prueba en numerosas ocasiones, pero juntos las solventaron sin problema. Emigraron al norte buscando un trabajo mejor porque el campo ya no les permitía el futuro estable que deseaban para las dos hijas que tuvieron; y allí, en un lugar para ellos hostil y diferente, compraron su piso y vivieron durante varios años. Sin embargo, no sería aquel su destino final; en contra de lo que siempre pensaron, acabaron recalando cerca de Madrid, allí se hicieron construir una casa, dando por cumplido de ese modo el sueño de sus vidas. Fueron dichosos hasta que un cáncer vino a perturbar aquella felicidad poniendo a prueba de nuevo su amor,  y salió victorioso. Cuando ella se fue pensé que él no podría vivir solo, pero la lucha por la vida es más fuerte y aún le sobreviviría varios años.

         Hoy he regresado a San Torcuato, esta iglesia que lleva por nombre a uno de los varones apostólicos discípulos directos del apóstol Santiago, y lo he hecho para rememorar la unión de aquellos dos seres maravillosos, dos de las personas más importantes de mi vida; se llamaban Jacinto y Pompeya y eran mis padres.

 

 

 

Mª Soledad Martín Turiño

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