
COSAS DE LA BIEN CERCADA
Los problemas de Zamora hállanse en…la propia actitud de los zamoranos
Eugenio-Jesús de Ávila
Zamora arrastra problemas en la grupa del tiempo que nunca resuelve: los hay de índole económica, esenciales; de naturaleza demográfica, gravísimos, y de carácter, de mentalidad, de forma de ver, contemplar, sentir la vida, endémicos.
El problema de Zamora hállase en…los zamoranos. No busquemos lejos, porque se encuentra en casa, en lo que he definido como apatía antropológica, una especie de pasotismo, un sentimiento tedioso, distante de la realidad, de impotencia hacia todo cambio. Además, por experiencia, el zamorano común se alegra más del fracaso ajeno que de la gloria propia. Abarca a todas las clases sociales, desde el burgués hasta el trabajador más humilde. No es sexista, no establezco diferencias entre varones y féminas, porque hombres y mujeres padecen esos síntomas antes descritos. Empírico.
Aquí, se critica, primero, y después se persigue, al que presenta una idea, por parte de aquellos sujetos e individuos que jamás iluminaron ni un solo proyecto. En Zamora no se puede pensar diferente, romper con la tradición, con la norma; ni presentar algo nuevo para que la ciudad avance, para que la sociedad progrese, para asir el futuro. Todo es rancio. Nada exuda frescura.
A una sociedad deprimida y deprimente, corresponden partidos políticos añejos y añosos, vetustos y demodés, aunque los lideren gente joven. No hay ideas que busquen el progreso. Sí hay programas para el retroceso, para abortar cualquier designio que explore mejoras, avances, prosperidad. Se galardona al jeta, al embustero, al que no hace nada, al que se cruza de brazos, al que le duele pensar. Se castiga la inteligencia, la novedad, la personalidad.
Al respecto, recuerdo un consejo del gran poeta y mejor persona que fue Waldo Santos, al que está ciudad y provincia debería rendir homenaje a no tardar: “Eugenio, vete de Zamora, porque aquí no se puede destacar en nada”. Y me fui pero regresé. La tentación de la tierra me anegó en ese magma de la mediocridad que nos vulgariza y ahoga en la cutrez.
El zamorano, más el que se dedica a la res pública, goza, casi hasta llegar al orgasmo político, con la derrota del prójimo que con la victoria propia. La gente del común suele también responder a ese mismo esquema mental, enrocada en la envidia, hija de la impotencia, veneno que reside en la lengua bífida del alma.
Zamora es una ciudad que se quedó anclada en el pretérito, incapaz de romper esa muralla mental que le impide airear las cavernas de su cerebro, permitir el paso a lo nuevo, a ideas constructivas. El zamorano que viene al mundo aprende, ya en la tierna infancia, que guardar silencio, no pensar y no hacer nada, otorga mayores beneficios que hablar y criticar al poder, reflexionar y laborar.
Un servidor, al que le resta escaso camino para llegar a la meta, seguirá pensando, escribiendo y combatiendo mientras me duela Zamora, y esta ciudad y su provincia me causen mucha aflicción, demasiado daño, cierto tormento y madrugadas de angustia y congoja.
Eugenio-Jesús de Ávila
Zamora arrastra problemas en la grupa del tiempo que nunca resuelve: los hay de índole económica, esenciales; de naturaleza demográfica, gravísimos, y de carácter, de mentalidad, de forma de ver, contemplar, sentir la vida, endémicos.
El problema de Zamora hállase en…los zamoranos. No busquemos lejos, porque se encuentra en casa, en lo que he definido como apatía antropológica, una especie de pasotismo, un sentimiento tedioso, distante de la realidad, de impotencia hacia todo cambio. Además, por experiencia, el zamorano común se alegra más del fracaso ajeno que de la gloria propia. Abarca a todas las clases sociales, desde el burgués hasta el trabajador más humilde. No es sexista, no establezco diferencias entre varones y féminas, porque hombres y mujeres padecen esos síntomas antes descritos. Empírico.
Aquí, se critica, primero, y después se persigue, al que presenta una idea, por parte de aquellos sujetos e individuos que jamás iluminaron ni un solo proyecto. En Zamora no se puede pensar diferente, romper con la tradición, con la norma; ni presentar algo nuevo para que la ciudad avance, para que la sociedad progrese, para asir el futuro. Todo es rancio. Nada exuda frescura.
A una sociedad deprimida y deprimente, corresponden partidos políticos añejos y añosos, vetustos y demodés, aunque los lideren gente joven. No hay ideas que busquen el progreso. Sí hay programas para el retroceso, para abortar cualquier designio que explore mejoras, avances, prosperidad. Se galardona al jeta, al embustero, al que no hace nada, al que se cruza de brazos, al que le duele pensar. Se castiga la inteligencia, la novedad, la personalidad.
Al respecto, recuerdo un consejo del gran poeta y mejor persona que fue Waldo Santos, al que está ciudad y provincia debería rendir homenaje a no tardar: “Eugenio, vete de Zamora, porque aquí no se puede destacar en nada”. Y me fui pero regresé. La tentación de la tierra me anegó en ese magma de la mediocridad que nos vulgariza y ahoga en la cutrez.
El zamorano, más el que se dedica a la res pública, goza, casi hasta llegar al orgasmo político, con la derrota del prójimo que con la victoria propia. La gente del común suele también responder a ese mismo esquema mental, enrocada en la envidia, hija de la impotencia, veneno que reside en la lengua bífida del alma.
Zamora es una ciudad que se quedó anclada en el pretérito, incapaz de romper esa muralla mental que le impide airear las cavernas de su cerebro, permitir el paso a lo nuevo, a ideas constructivas. El zamorano que viene al mundo aprende, ya en la tierna infancia, que guardar silencio, no pensar y no hacer nada, otorga mayores beneficios que hablar y criticar al poder, reflexionar y laborar.
Un servidor, al que le resta escaso camino para llegar a la meta, seguirá pensando, escribiendo y combatiendo mientras me duela Zamora, y esta ciudad y su provincia me causen mucha aflicción, demasiado daño, cierto tormento y madrugadas de angustia y congoja.
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