
CRÓNICAS DE LA CIUDAD DEL ALMA
Si mi pluma valiera tu progreso Zamora
Eugenio-Jesús de Ávila
Como a Unamuno le dolía España -si viviera ahora el sabio vizcaíno, llevaría el alma en bandolera-, como a mí me duele Zamora, que es un pedacito sencillo y humilde de la nación más antigua de Europa. Ese dolor por mi tierra no se me quita, sino que todos los días va a más, una especie de tumor que va creciendo bebiéndome las lágrimas, que no son otra cosa que los glóbulos rojos del alma; comiéndome el poco cerebro que ha resistido a todas las batallas eróticas, estéticas, éticas y políticas que he disputado a lo largo de una vida que ya busca firmar su finiquito, solo a la espera de las parcas, esas damas con las que haré el amor antes de convertirme en polvo enamorado.
Y, desde que mi juventud cantaba por las rúas y las plazas de mi ciudad, intuyo que los zamoranos de hoy, los de este avejentado 2025, carecen de la bizarría de los que fuimos jóvenes cuando Franco murió de muerte natural; gentes idealistas, que éramos, en mi caso, ácratas, porque todavía andábamos huérfanos de cultura, de experiencia, de conocimientos. Pensábamos que lo sabíamos todo, cuando todavía la vida pugnaba por instalarse en nuestros cuerpos. Analfabetos absolutos de historia y de política. Despreciábamos cuanto ignorábamos.
Antaño, la gente de mis años amábamos a nuestra tierra. Cuando estudiábamos en Madrid, mientras desafiábamos a los “grises”, pensábamos en nuestra Zamora, en regresar en Navidad para abrazar y reírnos con los amigos; en Semana Santa, para cubrirnos con caperuces y túnicas, o en verano, para desafiar al río Duradero. Siempre estaba nuestra ciudad del alma recostada al lado del corazón.
Aquella Zamora se nos ha ido haciendo viejecita, cierto que todavía esa ancianita coqueta muestra su belleza, pero Cronos, cabalgando en su corcel de tiempo, la ha arrugado, la fue menguando, diluyendo. Ha perdido personalidad, porque ya ni las nieblas, esas nubes enamoradas del Duero, poseen aquella densidad que nos escondía de la envidia. Cada vez somos menos los que la elegimos para pasar el júbilo final, mientras todavía pensamos en su desarrollo y porvenir. Sigo escribiendo, porque es mi terapia, porque lo necesita mi espíritu, porque me lo debo a mí mismo como amante de Zamora, aunque me haya sido infiel.
Y sigo amando a los empresarios, verdaderos progresistas, que eligieron Zamora para desafiar al tiempo, al destino, al futuro, y a los ancianos que quisieron morir entre los chopos del Duero.
Y, después de pensar, un verbo que duele a tantos zamoranos, pero a mí me reconforta, he hecho de la palabra mi espada; con la sintaxis he creado mi peto y espaldar para seguir combatiendo por Zamora. Y volveré locos a los sustantivos y a los vergos, y tiraré de las oraciones principales y subordinadas para empujar a nuestra ciudad y provincia del agujero del tiempo, donde fuera sepultadas por tantos malandrines de la política, esbirros de sus formaciones, correveidiles de lo público, esclavos de sus normas.
¡Ay, si mi pluma valiera tu progreso, Zamora, escribiendo sonetos de amor moriría!
Eugenio-Jesús de Ávila
Como a Unamuno le dolía España -si viviera ahora el sabio vizcaíno, llevaría el alma en bandolera-, como a mí me duele Zamora, que es un pedacito sencillo y humilde de la nación más antigua de Europa. Ese dolor por mi tierra no se me quita, sino que todos los días va a más, una especie de tumor que va creciendo bebiéndome las lágrimas, que no son otra cosa que los glóbulos rojos del alma; comiéndome el poco cerebro que ha resistido a todas las batallas eróticas, estéticas, éticas y políticas que he disputado a lo largo de una vida que ya busca firmar su finiquito, solo a la espera de las parcas, esas damas con las que haré el amor antes de convertirme en polvo enamorado.
Y, desde que mi juventud cantaba por las rúas y las plazas de mi ciudad, intuyo que los zamoranos de hoy, los de este avejentado 2025, carecen de la bizarría de los que fuimos jóvenes cuando Franco murió de muerte natural; gentes idealistas, que éramos, en mi caso, ácratas, porque todavía andábamos huérfanos de cultura, de experiencia, de conocimientos. Pensábamos que lo sabíamos todo, cuando todavía la vida pugnaba por instalarse en nuestros cuerpos. Analfabetos absolutos de historia y de política. Despreciábamos cuanto ignorábamos.
Antaño, la gente de mis años amábamos a nuestra tierra. Cuando estudiábamos en Madrid, mientras desafiábamos a los “grises”, pensábamos en nuestra Zamora, en regresar en Navidad para abrazar y reírnos con los amigos; en Semana Santa, para cubrirnos con caperuces y túnicas, o en verano, para desafiar al río Duradero. Siempre estaba nuestra ciudad del alma recostada al lado del corazón.
Aquella Zamora se nos ha ido haciendo viejecita, cierto que todavía esa ancianita coqueta muestra su belleza, pero Cronos, cabalgando en su corcel de tiempo, la ha arrugado, la fue menguando, diluyendo. Ha perdido personalidad, porque ya ni las nieblas, esas nubes enamoradas del Duero, poseen aquella densidad que nos escondía de la envidia. Cada vez somos menos los que la elegimos para pasar el júbilo final, mientras todavía pensamos en su desarrollo y porvenir. Sigo escribiendo, porque es mi terapia, porque lo necesita mi espíritu, porque me lo debo a mí mismo como amante de Zamora, aunque me haya sido infiel.
Y sigo amando a los empresarios, verdaderos progresistas, que eligieron Zamora para desafiar al tiempo, al destino, al futuro, y a los ancianos que quisieron morir entre los chopos del Duero.
Y, después de pensar, un verbo que duele a tantos zamoranos, pero a mí me reconforta, he hecho de la palabra mi espada; con la sintaxis he creado mi peto y espaldar para seguir combatiendo por Zamora. Y volveré locos a los sustantivos y a los vergos, y tiraré de las oraciones principales y subordinadas para empujar a nuestra ciudad y provincia del agujero del tiempo, donde fuera sepultadas por tantos malandrines de la política, esbirros de sus formaciones, correveidiles de lo público, esclavos de sus normas.
¡Ay, si mi pluma valiera tu progreso, Zamora, escribiendo sonetos de amor moriría!
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