
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
Seamos dignos herederos de la historia de Zamora
Eugenio-Jesús de Ávila
Para amar a una persona hay que conocerla. Yo amo a Zamora, porque en esta ciudad del alma conocí la primera luz un mes de agosto de hace demasiados años, tantos que ya he dejado de contarlos. Mi primer recuerdo, no obstante, hallase en La Puebla de Sanabria, junto a un riachuelo de agua pura y clara y a una niña que jugaba en su orilla. Acababa de cumplir los tres años.
Después viví siempre en Zamora desde mi infancia, larga y feliz, pero ya rebelde e inquisidora, porque lo quería saber todo, excepción hecha de mis años de universidad en Madrid y Salamanca y dos años en TVE en Valladolid. Siempre quise volver a mi tierra, porque contemplarla, pasearla, disfrutarla me rejuvenecía. La patria es la infancia, como bien supo Rainer María Rilke. Hubo un momento en que elegí regresar. Mi voz interior me lo exigió. El río Duero me aguardaba entre juncos y chopos, nieblas y lunas rojas. Sabía que aquí, como creo que sucede en toda ciudad provinciana, se había prohibido, desde que tuve uso de razón, pensar en libertad, denunciar las cacicadas del poder, proponer cambios y ofrecer ideas para embellecerla. Y me coloqué el peto de la sintaxis y el espaldar de las palabras para lo que consideré mi labor.
Como periodista asalariado, después como director de un periódico, más tarde, para escribir en libertad absoluta, como editor, intenté entender y comprender las razones que condujeron a Zamora a su declive económico y demográfico. No me conformé con denunciarlas, sino que brindé propuesta para embellecerla. Y también encontré en el alma zamorana las raíces de nuestras cuitas: lo que denominé apatía antropológica.
Ese pasotismo visceral ante los acontecimientos que vive la ciudad, como si no importara que se viniera abajo lienzos de muralla, que plazas céntricas se hallan convertido en secarrales, como si tampoco nos incumbiese que el casco histórico mostrase solares, casi todos abandonados, con sus casuchas ruinosas, cables denigrando fachadas, parques sin lustre, jardines de Baltasar Lobo sin una fuente, sin oír la música del agua, me enerva, me desquicia. Necesito escribir como terapia para curarme de ese conformismo estético de una generalidad de zamoranos. Nadie dice nada, como si viviéramos en el Edén. Silencio ante el oscurecimiento de la belleza y del patrimonio, de la decadencia económica y la pérdida galopante de población.
El potencial de Zamora para adquirir protagonismo en el turismo cultural me parece, objetivamente, extraordinario. Bajo el mandato de Antonio Vázquez, se inició la liberación de las murallas de la avenida de la Feria. Rosa Valdeón continuó con tal menester y, además, restauró unos 20 templos románicos, olvidados durante cientos de años. Francisco Guarido ha decidido que los lienzos de la Zamora medieval luzcan en todo su esplendor y ajardinar la zona colindante, una vez que los inmuebles que todavía permanecen en pie desaparezcan, tras los acuerdos correspondientes con sus propietarios. Pero se hace necesario, clama, un segundo Plan del Casco Antiguo.
Amo a Zamora porque la conozco, porque sé de sus debilidades, de sus complejos, de las humillaciones sufridas, del olvido de gobiernos y sistemas, de traiciones de sus políticos y maledicencias de algunos de sus hijos.
De ese conocimiento de la Zamora histórica, de mi relación cotidiana con sus gentes, de haber vivido acontecimientos políticos, económicos y sociales esenciales, escribo y analizo, critico y propongo con el único objetivo de transformar nuestra ciudad, de que sus gentes despierten, de que los empresarios apuesten por invertir aquí, creando puestos de trabajo, deteniendo la emigración de los jóvenes, mientras la ciudad se embellece y esta ancianita presume de sus arrugas y se muestra orgullosa de su pasado y esperanzada con su futuro. Hay que cambiar la apatía antropológica que nos circunda, que nos ahoga como sociedad, por una pasión antropológica que nos haga dignos herederos de la Zamora del Cerco, de la Zamora de Doña Urraca y Arias Gonzalo. Seamos merecedores de nuestra historia.
Eugenio-Jesús de Ávila
Para amar a una persona hay que conocerla. Yo amo a Zamora, porque en esta ciudad del alma conocí la primera luz un mes de agosto de hace demasiados años, tantos que ya he dejado de contarlos. Mi primer recuerdo, no obstante, hallase en La Puebla de Sanabria, junto a un riachuelo de agua pura y clara y a una niña que jugaba en su orilla. Acababa de cumplir los tres años.
Después viví siempre en Zamora desde mi infancia, larga y feliz, pero ya rebelde e inquisidora, porque lo quería saber todo, excepción hecha de mis años de universidad en Madrid y Salamanca y dos años en TVE en Valladolid. Siempre quise volver a mi tierra, porque contemplarla, pasearla, disfrutarla me rejuvenecía. La patria es la infancia, como bien supo Rainer María Rilke. Hubo un momento en que elegí regresar. Mi voz interior me lo exigió. El río Duero me aguardaba entre juncos y chopos, nieblas y lunas rojas. Sabía que aquí, como creo que sucede en toda ciudad provinciana, se había prohibido, desde que tuve uso de razón, pensar en libertad, denunciar las cacicadas del poder, proponer cambios y ofrecer ideas para embellecerla. Y me coloqué el peto de la sintaxis y el espaldar de las palabras para lo que consideré mi labor.
Como periodista asalariado, después como director de un periódico, más tarde, para escribir en libertad absoluta, como editor, intenté entender y comprender las razones que condujeron a Zamora a su declive económico y demográfico. No me conformé con denunciarlas, sino que brindé propuesta para embellecerla. Y también encontré en el alma zamorana las raíces de nuestras cuitas: lo que denominé apatía antropológica.
Ese pasotismo visceral ante los acontecimientos que vive la ciudad, como si no importara que se viniera abajo lienzos de muralla, que plazas céntricas se hallan convertido en secarrales, como si tampoco nos incumbiese que el casco histórico mostrase solares, casi todos abandonados, con sus casuchas ruinosas, cables denigrando fachadas, parques sin lustre, jardines de Baltasar Lobo sin una fuente, sin oír la música del agua, me enerva, me desquicia. Necesito escribir como terapia para curarme de ese conformismo estético de una generalidad de zamoranos. Nadie dice nada, como si viviéramos en el Edén. Silencio ante el oscurecimiento de la belleza y del patrimonio, de la decadencia económica y la pérdida galopante de población.
El potencial de Zamora para adquirir protagonismo en el turismo cultural me parece, objetivamente, extraordinario. Bajo el mandato de Antonio Vázquez, se inició la liberación de las murallas de la avenida de la Feria. Rosa Valdeón continuó con tal menester y, además, restauró unos 20 templos románicos, olvidados durante cientos de años. Francisco Guarido ha decidido que los lienzos de la Zamora medieval luzcan en todo su esplendor y ajardinar la zona colindante, una vez que los inmuebles que todavía permanecen en pie desaparezcan, tras los acuerdos correspondientes con sus propietarios. Pero se hace necesario, clama, un segundo Plan del Casco Antiguo.
Amo a Zamora porque la conozco, porque sé de sus debilidades, de sus complejos, de las humillaciones sufridas, del olvido de gobiernos y sistemas, de traiciones de sus políticos y maledicencias de algunos de sus hijos.
De ese conocimiento de la Zamora histórica, de mi relación cotidiana con sus gentes, de haber vivido acontecimientos políticos, económicos y sociales esenciales, escribo y analizo, critico y propongo con el único objetivo de transformar nuestra ciudad, de que sus gentes despierten, de que los empresarios apuesten por invertir aquí, creando puestos de trabajo, deteniendo la emigración de los jóvenes, mientras la ciudad se embellece y esta ancianita presume de sus arrugas y se muestra orgullosa de su pasado y esperanzada con su futuro. Hay que cambiar la apatía antropológica que nos circunda, que nos ahoga como sociedad, por una pasión antropológica que nos haga dignos herederos de la Zamora del Cerco, de la Zamora de Doña Urraca y Arias Gonzalo. Seamos merecedores de nuestra historia.
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