ZAMORANA
La sorpresa
Es una sorpresa -le dijo-, pero no quiero que te sorprendas ni tampoco que te emociones, y no voy a contarte nada más, así que no me insistas ni intentes sonsacarme hasta el momento de desenvolver ese regalo que voy a hacerte.
Ella se mantuvo durante unos días entre la ilusión y la ansiedad porque llegara el momento de descubrir aquel inesperado presente. Por fin había llegado el día; se levantó como una niña pequeña con expectación y le dijo:
- Bueno, ¿puedes dármelo ya?,
pero no hubo respuesta; pasó toda la mañana, comieron juntos, hicieron la sobremesa de costumbre y pensó: ¡ya es el momento!, pero tampoco durante la tarde ocurrió nada.
Entonces ella tuvo que salir a hacer unos recados; cuando regresó a casa la puerta del salón estaba inusualmente cerrada, la abrió y notó un penetrante olor a rosas; había tantos ramos esparcidos por todos los rincones, que casi no le daba tiempo a mirar uno cuando ya el otro reclamaba su atención como si entre ellos compitieran por ser el más bello.
Le llamó, pero él no estaba; entonces se dio cuenta de que en la mesa baja había una carta. Pensó que sería la continuación de la sorpresa y efectivamente así fue. La abrió con ilusión y empezó a leerla; eran apenas cuatro renglones.
No puedo más, la desidia y la rutina me están matando.
Sé que tú tampoco eres feliz.
No me busques.
Te quise un día.
Permaneció con la carta entre las manos, como petrificada; la leyó una y otra vez, a cámara lenta, y notó un dolor intenso en el pecho que casi no la permitía respirar. Se asustó, pero no podía siquiera acercarse al teléfono que estaba apenas a tres metros; pensó que sería un ataque de ansiedad o de pánico e intentó calmarse; sin embargo, el dolor seguía ahí con punzadas cada vez más fuertes que la paralizaban de miedo. Se arrastró hacia hasta el teléfono y marcó el 112 para pedir ayuda. Luego, un fundido a negro.
Cuando despertó en aquella habitación desconocida, apenas recordaba nada de lo que había ocurrido, solo sentía un inmenso dolor que ya no era físico, aunque le provocaba tanta angustia que la dejaba sin palabras. No recuerda el tiempo que estuvo ingresada allí. Una vez le dieron el alta y dijeron que podía irse a casa, tomó un taxi, llegó hasta el portal y antes de entrar en el edificio cayó al suelo como fulminada por un rayo.
Mª Soledad Martín Turiño
Es una sorpresa -le dijo-, pero no quiero que te sorprendas ni tampoco que te emociones, y no voy a contarte nada más, así que no me insistas ni intentes sonsacarme hasta el momento de desenvolver ese regalo que voy a hacerte.
Ella se mantuvo durante unos días entre la ilusión y la ansiedad porque llegara el momento de descubrir aquel inesperado presente. Por fin había llegado el día; se levantó como una niña pequeña con expectación y le dijo:
- Bueno, ¿puedes dármelo ya?,
pero no hubo respuesta; pasó toda la mañana, comieron juntos, hicieron la sobremesa de costumbre y pensó: ¡ya es el momento!, pero tampoco durante la tarde ocurrió nada.
Entonces ella tuvo que salir a hacer unos recados; cuando regresó a casa la puerta del salón estaba inusualmente cerrada, la abrió y notó un penetrante olor a rosas; había tantos ramos esparcidos por todos los rincones, que casi no le daba tiempo a mirar uno cuando ya el otro reclamaba su atención como si entre ellos compitieran por ser el más bello.
Le llamó, pero él no estaba; entonces se dio cuenta de que en la mesa baja había una carta. Pensó que sería la continuación de la sorpresa y efectivamente así fue. La abrió con ilusión y empezó a leerla; eran apenas cuatro renglones.
No puedo más, la desidia y la rutina me están matando.
Sé que tú tampoco eres feliz.
No me busques.
Te quise un día.
Permaneció con la carta entre las manos, como petrificada; la leyó una y otra vez, a cámara lenta, y notó un dolor intenso en el pecho que casi no la permitía respirar. Se asustó, pero no podía siquiera acercarse al teléfono que estaba apenas a tres metros; pensó que sería un ataque de ansiedad o de pánico e intentó calmarse; sin embargo, el dolor seguía ahí con punzadas cada vez más fuertes que la paralizaban de miedo. Se arrastró hacia hasta el teléfono y marcó el 112 para pedir ayuda. Luego, un fundido a negro.
Cuando despertó en aquella habitación desconocida, apenas recordaba nada de lo que había ocurrido, solo sentía un inmenso dolor que ya no era físico, aunque le provocaba tanta angustia que la dejaba sin palabras. No recuerda el tiempo que estuvo ingresada allí. Una vez le dieron el alta y dijeron que podía irse a casa, tomó un taxi, llegó hasta el portal y antes de entrar en el edificio cayó al suelo como fulminada por un rayo.
Mª Soledad Martín Turiño
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