Eugenio-Jesús de Ávila
Domingo, 19 de Octubre de 2025
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA

La Zamora ancianita, todavía coqueta, conserva aun su pretérita belleza

Eugenio-Jesús de Ávila

 

Ha cierto tiempo que me autodefino como un hombre otoño. Sí. Ya vivo esa penúltima estación de mi vida. Zamora es una ciudad invierno, pretérita, anciana. Conserva parte su belleza, la que le dio fama: templos románicos, casi la mitad destruidos, algunos soterrados; murallas, ahora en plena restauración, tras perder su antiguo perímetro, porque el tiempo también fue erosionando su epidermis y porque los hombres, así lo creyeron oportuno, derribaron casi todas sus puertas; un puente románico, muy restaurado, aunque todavía reclama sus dos torres a los burócratas, y un río Duero, su columna vertebral. Zamora, como reitero, es una ancianita a la que sus padres políticos miman con inyecciones económicas que estiren su rostro y perfilen su cuerpo.

 

Yo ya perdí todas mis primaveras y veranos. Solo se regresa al pretérito cabalgando en el corcel de la memoria. Se me fueron yendo sin darme cuenta, porque el espejo del tiempo guarda la decadencia en el baúl de Cronos. Zamora vive ahora el otoño de 2025 pintando con colores su patrimonio monumental. Los árboles que custodiaban el viaducto medieval fueron decapitados. Ya no volverán a gozar con la fotosíntesis, sus ramas tampoco lucirán sus hojas en primavera, ni las aves trinarán desde sus copas. Ahí quedan sus sombras truncadas cerca de las aguas del Duero. Nadie echará de menos sus sombras cuando el sol castigue a los paseantes durante los días de fiebre del verano y del estío.

 

A mí tampoco la ciudad del Romancero me añorará cuando cruce el río Duradero al encuentro con los elegantes y esbeltos cipreses de San Atilano, amigos íntimos de los mármoles fríos y las flores ajadas, ni extrañará tantos artículos que escribí cual enamorado romántico sobre sus carencias y sus bellezas.

 

Los hombres nos enamoramos de la decoración urbana, de los aromas y sabores, como Proust, de nuestra niñez y juventud. Como zamorano, mi alma está hecha de románico y Duero, de los chopos y los álamos del Duero y de los pinos y robles de Valorio, de Santa Clara y San Torcuato, de pasos de Semana Santa, de los efectos de la envidia y de la apatía colectiva.

 

Esa Zamora que sigue ahí, pero de la que me voy despidiendo, porque ya soy otoño, árbol desnudo, anhela todavía que le dediquen versos, que un poeta de la política encuentre la rima para que las estrofas del progreso compongan un soneto perfecto y que sus hijos y las futuras generaciones la amen como aquellos que ya no nos quedan primaveras.

 

Fotografía: Eme Jota

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