REFLEXIÓN
Política y pobreza
Eugenio-Jesús de Ávila
Conocemos todos a hombres y mujeres que formaban parte de las clases medias o bajas de nuestra sociedad que, por cercanía, familiar o de amistad, a la clase política, dejaron su vulgaridad económica para convertirse en empresarios de éxito, con patrimonios exquisitos y vidas monegascas.
Hay ciudades que, merced a decisiones políticas, alcanzaron un progreso extraordinario. No voy a dar ejemplos. Y, sin embargo, otras, como la nuestra, que no eran pobres, profundizaron en su escasez, mediocridad y decadencia.
Zamora, en tiempos modernos, solo avanzó cuando tuvo poder en el Gobierno, como sucedió cuando Carlos Pinilla ocupaba un alto cargo en el régimen franquista. En democracia, ninguno de los zamoranos que alcanzó jerarquía en el sistema, como, por citar el último caso, Martínez Maíllo, mano diestra o siniestra de Rajoy, se acordó de Zamora. No obstante, los amigos del senador defienden su zamoranismo, con el argumento del tren madrugador a Madrid. Manda huevos.
A Zamora, tierra con potenciales extraordinarios, de los que sacó partido Iberduero, los políticos la hicieron más pobre de lo que era, los de allí y los de acá, que no la defendieron ni en parlamentos nacionales y autonómicos, ni en los gobiernos de los que formaron parte. El político zamorano -me trae sin cuidado su ideología, un adorno- se ha preocupado más de mantenerse en el cargo, de ampliar su patrimonio y de obedecer prietas las filas, las órdenes de la jerarquía de su formación. Mientras ellos transformaron sus vidas, Zamora se fue hundiendo. Tal cual.
Conozco a pocos políticos zamoranos que se empobreciesen en el ejercicio de sus cargos. Ahora bien, mientras ellos aumentaban su patrimonio, su tierra se empobrecía. Extraña paradoja. Zamora se ahoga y la clase política nada en la abundancia.
Eugenio-Jesús de Ávila
Conocemos todos a hombres y mujeres que formaban parte de las clases medias o bajas de nuestra sociedad que, por cercanía, familiar o de amistad, a la clase política, dejaron su vulgaridad económica para convertirse en empresarios de éxito, con patrimonios exquisitos y vidas monegascas.
Hay ciudades que, merced a decisiones políticas, alcanzaron un progreso extraordinario. No voy a dar ejemplos. Y, sin embargo, otras, como la nuestra, que no eran pobres, profundizaron en su escasez, mediocridad y decadencia.
Zamora, en tiempos modernos, solo avanzó cuando tuvo poder en el Gobierno, como sucedió cuando Carlos Pinilla ocupaba un alto cargo en el régimen franquista. En democracia, ninguno de los zamoranos que alcanzó jerarquía en el sistema, como, por citar el último caso, Martínez Maíllo, mano diestra o siniestra de Rajoy, se acordó de Zamora. No obstante, los amigos del senador defienden su zamoranismo, con el argumento del tren madrugador a Madrid. Manda huevos.
A Zamora, tierra con potenciales extraordinarios, de los que sacó partido Iberduero, los políticos la hicieron más pobre de lo que era, los de allí y los de acá, que no la defendieron ni en parlamentos nacionales y autonómicos, ni en los gobiernos de los que formaron parte. El político zamorano -me trae sin cuidado su ideología, un adorno- se ha preocupado más de mantenerse en el cargo, de ampliar su patrimonio y de obedecer prietas las filas, las órdenes de la jerarquía de su formación. Mientras ellos transformaron sus vidas, Zamora se fue hundiendo. Tal cual.
Conozco a pocos políticos zamoranos que se empobreciesen en el ejercicio de sus cargos. Ahora bien, mientras ellos aumentaban su patrimonio, su tierra se empobrecía. Extraña paradoja. Zamora se ahoga y la clase política nada en la abundancia.
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