Eugenio-Jesús de Ávila
Miércoles, 22 de Octubre de 2025
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA

Vivir y morir en Zamora

Eugenio-Jesús de Ávila

 

El tiempo trascurre más despacio en Zamora, como si Cronos gustase de echarse la siesta o relajarse por estos pagos. Hace años caí en la cuenta de que los minutos duraban cerca de 70 segundos cuando mirabas el reloj en la Plaza Mayor a cualquier hora. Viajamos al pasado sin darnos cuenta. No sé si en nuestra geografía se vive más despacio, pero da tiempo a casi todo. En diez minutos, no más, quedas con amigos; compras, charlas en cualquier calle, plaza o rúa con gente que conoces; cuentas tus cuitas o tus éxitos, si los hubiera, y regresas a casa y sientes que te cundió la mañana.

 

En nuestra tierra se cultiva la amistad, porque hay tiempo para conocer a personas y que te conozcan y… que te aprecien. Esta Zamora ofrece excelentes amigos, algunos se mantienen desde la infancia, de la escuela y el barrio. Y, por supuesto, si destacas, eres diferente, triunfas en cualquier sector profesional, aparecerá esa gente, frustrada, acomplejada, dispuesta a fabricar calumnias con idéntica destreza que el artesano trabaja la madera o la arcilla.

 

Sucede que, como el tiempo discurre con tanto sosiego, que el zamorano se distingue por observar lo que sucede a su alrededor. Y si no pasa nada, se inventa un argumento. Verbigracia: adulterios, querencia por disfrutar de heteras, ruinas económicas, enfermedades del prójimo, del alma o del cuerpo…

 

Ciudad morbosa, debido a su decadencia económica y demográfica, a la primera información que un lector acude, cada vez menos, del periódico local, es a la página donde figuran las esquelas.  No hay prensa provinciana si no refleja los fallecimientos de unos y otras.  Al respecto, los zamoranos se mueren dos veces: la natural y la que provocan las calumnias del vecindario.

 

En Zamora nos vamos muriendo sin darnos cuenta, porque tampoco vivimos muy despacio, sin prisas, sin grandes estados de euforia. Somos tan extraños que la gran fiesta de la ciudad la protagoniza la Semana Santa, crucifixión de un hombre, hijo de Dios o de María.

 

Aquí se entiende la religión de manera sui generis. Se cree por conveniencia. Es una forma hipócrita de fe, una especie de “por si acaso” hay un premio o un castigo después.

 

Eso sí, en este contexto, cualquier extranjero que nos visite alucinará cuando pasee por el centro de la ciudad, donde todas sus calles importantes están dedicadas a santos: Santa Clara, San Torcuato, San Andrés, San Pablo, o también sus barrios más populosos, como San Lázaro, San Jose Obrero, San Lorenzo, avenidas como las de las Tres Cruces o calles como la de la Amargura enfatizan lo que escribo.

 

Yo he invitado a vivir a Zamora a aquellas gentes a las que la falta del tiempo las conduce, por ejemplo, a esas enfermedades que provoca el progreso, la ansiedad, el desasosiego y el estrés. Aquí la vida, como he escrito, no tiene prisa y, además, se muere, por ende, muy despacito, como si las parcas, acostadas en el lecho húmedo del Duero, el río duradero, se olvidasen de su triste labor. Y a quienes estorbe la vida, les convoco a venir a morir a Zamora, se muere de otra manera muy distinta, como si no se hubiera vivido.

 

 

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