COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
Zamora, una ciudad otoño que desea también conocer la primavera
Eugenio-Jesús de Ávila
Quizá porque vivo el otoño de mi vida. Quizá también, porque Zamora es la ciudad otoño, amo esta estación del año. Los colores del arco iris combaten por apoderarse de las hojas de los árboles, que se van muriendo después de profundos debates con Eolo, que, tras danzar con ellas, las arranca de las ramas para adornar la tierra.
El Duero se siente más hombre, como si fuera un seductor húmedo que conquista los chopos que se alimentan de sus aguas para vestirse con la elegancia de un italiano de La Toscana. El Puente Románico llora a sus viejos amigos de savia y clorofila, que le abrazaban desde su margen derecha, mientras contempla el lento discurrir del alma húmeda de Zamora y espera que las borrascas del Atlántico besen, con sus labios de agua, sus tajamares secos después del mal trato del astro rey durante el verano.
La Zamora del Románico, la que se va quedando sin gentes, sin zamoranos, parece satisfecha cuando el otoño le da un toque elegante al ropaje de sus árboles. Las avecillas, en breve, no tendrán donde abrigarse cuando se queden sin hojas sus verdes hogares. La Zamora que quiere progresar ignora qué hacer para detener el tiempo que la empuja al pasado. La gente sigue a lo suyo. Los ancianos no piensan en el futuro, porque sabe que nunca llega. Los niños no saben, mejor, ni lo que pasa ni lo que ocurre. Los jóvenes se van para hacerse hombres de provecho en otros lares, donde el poder político y económico construyeron un paraíso laboral con las herramientas del progreso y del desarrollo. Y yo sigo escribiendo, sin saber por qué, quizá como terapia para curarme la amargura de sentir que la ciudad del alma se va encogiendo, como el esqueleto cuando te vas haciendo mayor; menguando, como la estatura y la musculatura, secando, como los arroyos de la Meseta en verano.
Zamora, con Las Edades del Hombre, se abre en canal para mostrar la belleza que guarda en sus adentros, y aprovecha para exhibir su rostro románico, su alma católica y medieval. Se despoja de su secular humildad para jactarse de su arquitectura e historia, de sus murallas y viaducto, el más bello de España si se reconstruyeran sus dos torres.
Zamora ciudad solo asirá el progreso cuando su colosal patrimonio monumental se restaure, se publicite, se embellezca para atraer durante todo el año, no solo en Semana Santa, a gente ávida de cultura, de historia, de conocer el cogollo de una ciudad clave del Reino de León y parapeto del Islam, que la toque, la palpe, la aprecie. Guarido lo sabe. No sé si le dará tiempo a ejecutar su plan de restauración global de la Zamora medieval, sin olvidarse de la Zamora del futuro, en este año y medio que le queda para cortarse la coleta de la res pública; pero los alcaldes que le sucedan, sea cual fueran sus querencias políticas, están obligados a potenciar la esencia cultural de Zamora, suturar las heridas que el paso del tiempo abrió en su epidermis monumental.
Desde este otoño que soy como persona, antes de que me convierta en invierno y se me hiele el espíritu, deseo que mis sueños de que Zamora forme parte de las ciudades importantes del turismo cultural, se cumplan. Nunca dejará de amar a la ciudad del otoño, porque quizá un día despierta a la primavera del progreso.
Eugenio-Jesús de Ávila
Quizá porque vivo el otoño de mi vida. Quizá también, porque Zamora es la ciudad otoño, amo esta estación del año. Los colores del arco iris combaten por apoderarse de las hojas de los árboles, que se van muriendo después de profundos debates con Eolo, que, tras danzar con ellas, las arranca de las ramas para adornar la tierra.
El Duero se siente más hombre, como si fuera un seductor húmedo que conquista los chopos que se alimentan de sus aguas para vestirse con la elegancia de un italiano de La Toscana. El Puente Románico llora a sus viejos amigos de savia y clorofila, que le abrazaban desde su margen derecha, mientras contempla el lento discurrir del alma húmeda de Zamora y espera que las borrascas del Atlántico besen, con sus labios de agua, sus tajamares secos después del mal trato del astro rey durante el verano.
La Zamora del Románico, la que se va quedando sin gentes, sin zamoranos, parece satisfecha cuando el otoño le da un toque elegante al ropaje de sus árboles. Las avecillas, en breve, no tendrán donde abrigarse cuando se queden sin hojas sus verdes hogares. La Zamora que quiere progresar ignora qué hacer para detener el tiempo que la empuja al pasado. La gente sigue a lo suyo. Los ancianos no piensan en el futuro, porque sabe que nunca llega. Los niños no saben, mejor, ni lo que pasa ni lo que ocurre. Los jóvenes se van para hacerse hombres de provecho en otros lares, donde el poder político y económico construyeron un paraíso laboral con las herramientas del progreso y del desarrollo. Y yo sigo escribiendo, sin saber por qué, quizá como terapia para curarme la amargura de sentir que la ciudad del alma se va encogiendo, como el esqueleto cuando te vas haciendo mayor; menguando, como la estatura y la musculatura, secando, como los arroyos de la Meseta en verano.
Zamora, con Las Edades del Hombre, se abre en canal para mostrar la belleza que guarda en sus adentros, y aprovecha para exhibir su rostro románico, su alma católica y medieval. Se despoja de su secular humildad para jactarse de su arquitectura e historia, de sus murallas y viaducto, el más bello de España si se reconstruyeran sus dos torres.
Zamora ciudad solo asirá el progreso cuando su colosal patrimonio monumental se restaure, se publicite, se embellezca para atraer durante todo el año, no solo en Semana Santa, a gente ávida de cultura, de historia, de conocer el cogollo de una ciudad clave del Reino de León y parapeto del Islam, que la toque, la palpe, la aprecie. Guarido lo sabe. No sé si le dará tiempo a ejecutar su plan de restauración global de la Zamora medieval, sin olvidarse de la Zamora del futuro, en este año y medio que le queda para cortarse la coleta de la res pública; pero los alcaldes que le sucedan, sea cual fueran sus querencias políticas, están obligados a potenciar la esencia cultural de Zamora, suturar las heridas que el paso del tiempo abrió en su epidermis monumental.
Desde este otoño que soy como persona, antes de que me convierta en invierno y se me hiele el espíritu, deseo que mis sueños de que Zamora forme parte de las ciudades importantes del turismo cultural, se cumplan. Nunca dejará de amar a la ciudad del otoño, porque quizá un día despierta a la primavera del progreso.

















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