Cumpleaños en Soledad

Otro cumpleaños en soledad, y ya van casi 70, una edad en la que cada vez se precisa más el bálsamo de la compañía, sobre todo cuando su vida es solitaria, sin familia propia, y con una hermana con quien apenas tiene relación.

Somos amigas desde hace muchos años; nos conocimos en un encuentro profesional donde ambas presentábamos sendos trabajos y la casualidad quiso que nos sentaran en lugares contiguos. Tras las sesiones de trabajo, llegaron las comidas y horas de ocio que dedicamos a recorrer la ciudad y a hablar para conocernos más. Pese a pertenecer a la misma empresa, habíamos trabajado en lugares diferentes y no nos habíamos visto antes, así que aquel encuentro fue todo un descubrimiento.

Después, como cada una vivíamos en ciudades distintas, nuestra amistad siguió por teléfono y así continua a fecha de hoy. Mi amiga continúa trabajando, y prácticamente todo su tiempo lo pasa sola, a pesar de que, llevada por un inagotable deseo de aprender, suele apuntarse a cursos de literatura, de pintura o de Tai Chi, de ese modo llena parte de su tiempo. Hace un par de años sufrió una intervención quirúrgica que le ha dejado secuelas físicas y psicológicas que la mantienen preocupada, a pesar de que la evolución sigue su curso normal; sin embargo, el miedo a una recaída es más fuerte y, en ocasiones, la domina provocándole un estado de estrés y desosiego que no consigue controlar.

Nuestras conversaciones telefónicas son frecuentes e interminables y, de ese modo, hacemos una terapia que nos beneficia a ambas. Estuvimos juntas tras el fallecimiento de nuestros padres, nos consolamos, lloramos y recordamos anécdotas; también en los momentos que nos afligen, y en las alegrías, porque compartimos todo: las ilusiones, los miedos, los recuerdos, las vicisitudes de cada día…

Hoy cumple años y, también estará sola. Solemos enviarnos por correo algún detalle que, en este día, sé que recibe con la mima ilusión infantil que yo. Abrirá el sobre y encontrará una nota junto con algunos regalos muy bien envueltos que, como una niña, irá destapando sin romper el papel. Suelen ser presentes no comprados, sino fabricados artesanalmente por nosotras mismas, ya que ella es muy buena pintora y a mí no se me da mal hacer alguna manualidad. Cuando lo reciba, me mandará una fotografía con los objetos extendidos y dos palabras: “gracias amiga”.

Suelo decirle que el mantenimiento de nuestra amistad a lo largo de tantos años se debe, sobre todo, a la distancia; ya que, si la viviéramos personalmente, con lo diferentes que somos, habrían saltado chispas y tal vez eso hubiera acabado con ella; pero da igual, tenemos una conexión única, conocemos nuestros temas discordantes que nunca abordamos, respetamos las opiniones, aunque no las compartamos y nos damos consejos, a veces duros o comprometidos, con la mejor intención. Al fin y al cabo, esa es la verdadera amistad y hoy por hoy no la cambiaría por nada. ¡Felicidades amiga!