 
  COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
Me duele Zamora
    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        
    
    
    
	
	
        
        
        			        			        			        
        
                
        
        Eugenio-Jesús de Ávila
 
Me duele Zamora como a Unamuno le dolía España. Zamora es mi España, pero mucho más pequeñita: 10.500 km2. Aquí, es cierto, no hay independentistas que chantajeen al gobierno de la provincia o al Ayuntamiento de la capital; ni racistas, ni hijos del terror. Nuestra sociedad provinciana sufre lo que he llamado apatía antropológica. La nación, también. Hay una mayoría que se ha cruzado de brazos y le trae al pairo que los políticos mientan, que el nivel intelectual de los que ordenan y mandan resulte vergonzante, que la universidad de haya convertido en una fábrica de mediocres, que los jóvenes pasen de todo…
 
Me duele de Zamora su mengua económica, el desierto demográfico de casi todas las comarcas de la provincia, el envejecimiento de nuestra sociedad, la huida de los terminan sus estudios a la búsqueda de otra ciudad donde puedan desarrollar y proyectar sus conocimientos y talento, la humillación constante del poder político, con un ejemplo vomitivo como la autovía entre Zamora y la frontera lusa, que unos, PSOE, y otros, PP, han prometido y nunca cumplieron, reos de los numerosos muertos en una carretera de mucho tráfico, propia de una España periclitada, nunca de la cuarta nación más importante de la Unión Europea.
 
Me duele que a los políticos zamoranos del PSOE y del PP les importen más sus partidos, obedecer, prietas las filas, a las respectivas jerarquías, incluso aunque nuestra provincia salga perjudicada, que buscar el progreso y el desarrollo de los zamoranos que vivimos aquí, que nos moriremos en una margen, izquierda o derecha, del Duero.
 
Me duele que esos zamoranos que pasan de todo voten siempre, por inercia, lo mismo, a los grandes partidos nacionales, mientras los partidos locales, quizá por sus propios defectos, gravísimos, propias de su ignorancia política e histórica, desaparecieron o caminan hacia el abismo de la nada política.
 
Me duele que el casco histórico - mejor expresado, antiguo- siga como antaño, como cuando Vázquez ejecutó la primera reformar, para un servidor fallida, con enormes carencias, como no haber cubierto las rúas y las plazas con granito de Sayago de ocho centímetros y haber preferido el granito de China de tan solo seis. Y permitir que los cantos y las piedras cubrieran el resto de calzadas y plazuelas, convirtiéndolas en una tortura para cualquier paseante. Mientras, los solares sin ocupación ninguna siguen tal cual desde hace décadas, sin que ayuntamiento alguno haya podido suturar esa herida estética que afea la zona noble de la ciudad.
 
Me duele que el Puente de Piedra todavía clame por la reconstrucción de sus dos torres, porque la burocracia lo haya impedido, como si fuera un crimen histórico recrear el viaducto tal y como fue hasta el año 1905. Y gracias doy a Guarido por haber cambiado los cursis pretiles metálicos por los de piedra, acordes al pasado de ese monumento, el más importante de la ciudad junto a la Catedral.
 
Me duele que el Castillo siga como se dejó en los últimos meses del mandato final de Rosa Valdeón, la gran dama del románico, la que recuperó 20 templos deteriorados por la erosión y la abulia de políticos y gentes, católicas y ateas.
 
Me duele que el legado de Baltasar Lobo se vaya a guardar en el viejo Consistorio y haber despreciado el proyecto de Moneo.
 
Me duele que el proyecto estrella de IU en la última campaña electoral, conseguir que los terrenos de la Estación del Ferrocarril se transformasen en municipales para crear un polígono tecnológico, no se haya hecho realidad.
 
Y, por no ampliar más mis dolencias éticas y estéticas, me duele, por último, que las nuevas generaciones de zamoranos, los que ahora tienen menos de 25 años, se vayan a vivir a otras ciudades, autonomías o naciones, y que esta provincia solo encuentre ya su materia prima económica en los ancianos. En una década, nuestra provincia se habrá convertido en una gran residencia para gentes mayores, la última morada para los últimos zamoranos que nacieron, trabajaron, vivieron y murieron en su patria chica.
 
 
 
 
 
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                                                                            	
                                        
                            
    
    
	
    
Eugenio-Jesús de Ávila
Me duele Zamora como a Unamuno le dolía España. Zamora es mi España, pero mucho más pequeñita: 10.500 km2. Aquí, es cierto, no hay independentistas que chantajeen al gobierno de la provincia o al Ayuntamiento de la capital; ni racistas, ni hijos del terror. Nuestra sociedad provinciana sufre lo que he llamado apatía antropológica. La nación, también. Hay una mayoría que se ha cruzado de brazos y le trae al pairo que los políticos mientan, que el nivel intelectual de los que ordenan y mandan resulte vergonzante, que la universidad de haya convertido en una fábrica de mediocres, que los jóvenes pasen de todo…
Me duele de Zamora su mengua económica, el desierto demográfico de casi todas las comarcas de la provincia, el envejecimiento de nuestra sociedad, la huida de los terminan sus estudios a la búsqueda de otra ciudad donde puedan desarrollar y proyectar sus conocimientos y talento, la humillación constante del poder político, con un ejemplo vomitivo como la autovía entre Zamora y la frontera lusa, que unos, PSOE, y otros, PP, han prometido y nunca cumplieron, reos de los numerosos muertos en una carretera de mucho tráfico, propia de una España periclitada, nunca de la cuarta nación más importante de la Unión Europea.
Me duele que a los políticos zamoranos del PSOE y del PP les importen más sus partidos, obedecer, prietas las filas, a las respectivas jerarquías, incluso aunque nuestra provincia salga perjudicada, que buscar el progreso y el desarrollo de los zamoranos que vivimos aquí, que nos moriremos en una margen, izquierda o derecha, del Duero.
Me duele que esos zamoranos que pasan de todo voten siempre, por inercia, lo mismo, a los grandes partidos nacionales, mientras los partidos locales, quizá por sus propios defectos, gravísimos, propias de su ignorancia política e histórica, desaparecieron o caminan hacia el abismo de la nada política.
Me duele que el casco histórico - mejor expresado, antiguo- siga como antaño, como cuando Vázquez ejecutó la primera reformar, para un servidor fallida, con enormes carencias, como no haber cubierto las rúas y las plazas con granito de Sayago de ocho centímetros y haber preferido el granito de China de tan solo seis. Y permitir que los cantos y las piedras cubrieran el resto de calzadas y plazuelas, convirtiéndolas en una tortura para cualquier paseante. Mientras, los solares sin ocupación ninguna siguen tal cual desde hace décadas, sin que ayuntamiento alguno haya podido suturar esa herida estética que afea la zona noble de la ciudad.
Me duele que el Puente de Piedra todavía clame por la reconstrucción de sus dos torres, porque la burocracia lo haya impedido, como si fuera un crimen histórico recrear el viaducto tal y como fue hasta el año 1905. Y gracias doy a Guarido por haber cambiado los cursis pretiles metálicos por los de piedra, acordes al pasado de ese monumento, el más importante de la ciudad junto a la Catedral.
Me duele que el Castillo siga como se dejó en los últimos meses del mandato final de Rosa Valdeón, la gran dama del románico, la que recuperó 20 templos deteriorados por la erosión y la abulia de políticos y gentes, católicas y ateas.
Me duele que el legado de Baltasar Lobo se vaya a guardar en el viejo Consistorio y haber despreciado el proyecto de Moneo.
Me duele que el proyecto estrella de IU en la última campaña electoral, conseguir que los terrenos de la Estación del Ferrocarril se transformasen en municipales para crear un polígono tecnológico, no se haya hecho realidad.
Y, por no ampliar más mis dolencias éticas y estéticas, me duele, por último, que las nuevas generaciones de zamoranos, los que ahora tienen menos de 25 años, se vayan a vivir a otras ciudades, autonomías o naciones, y que esta provincia solo encuentre ya su materia prima económica en los ancianos. En una década, nuestra provincia se habrá convertido en una gran residencia para gentes mayores, la última morada para los últimos zamoranos que nacieron, trabajaron, vivieron y murieron en su patria chica.


















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