 
  COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
Las señas de identidad de Zamora
    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        
    
    
    
	
	
        
        
        			        			        			        
        
                
        
        Eugenio-Jesús de Ávila
 
El conformismo y la apatía son dos de las señas de identidad del alma zamorana. El vecino que vive en nuestra ciudad, además de esas dos maneras de sentir, añade una más, grotesca, pusilánime, mezcla de envidia y mediocridad: criticar las ideas de la institución o ciudadano que las ofrezca para transformar nuestra sociedad, el urbanismo de Zamora y el marco estético actual. Lo ideal para esta masa disconforme consiste en no hablar ni escribir sobre ninguna cuita que afecte a nuestra ciudad, como si Cronos lo fuese a solucionar todo. Estas personas forman parte del tejido asocial zamorano, nunca podrán ser ciudadanos.
 
El vulgo acude a cafeterías, bares y restaurantes para disfrutar de viandas y pasar un buen rato con sus amigos, amigas, amantes o familia. La conversación preferida suele ser la de la política, el cotilleo y la crítica a todo lo que se mueve.
 
 Paradoja: el zamorano se divierte mientras celebra la vida; gusta criticar, pero sin dar la cara; le encanta la calumnia, pero jamás luchará por transformar nuestra sociedad, ni la estética de Zamora, ni proponer ideas y proyectos. Aquí siempre se ha perseguido el talento y la diferencia. En esta tierra, se premia con títulos como Hijo Predilecto de Zamora a personajes que falsificaron firmas en talones; se festeja a los canallas, se celebra el fracaso ajeno más que el éxito propio. Caín nació cerca del Duero.
 
Sé que toda generalización acarrea injusticia, pero una parte de Zamora se odia a sí misma. De ahí que nuestra economía recule, que la despoblación avance y que los zamoranos con deseos de progreso se vayan cuando acaban sus carreras o tienen edad para buscarse el pan nuestro de cada día.
 
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                                                                            	
                                        
                            
    
    
	
    
Eugenio-Jesús de Ávila
El conformismo y la apatía son dos de las señas de identidad del alma zamorana. El vecino que vive en nuestra ciudad, además de esas dos maneras de sentir, añade una más, grotesca, pusilánime, mezcla de envidia y mediocridad: criticar las ideas de la institución o ciudadano que las ofrezca para transformar nuestra sociedad, el urbanismo de Zamora y el marco estético actual. Lo ideal para esta masa disconforme consiste en no hablar ni escribir sobre ninguna cuita que afecte a nuestra ciudad, como si Cronos lo fuese a solucionar todo. Estas personas forman parte del tejido asocial zamorano, nunca podrán ser ciudadanos.
El vulgo acude a cafeterías, bares y restaurantes para disfrutar de viandas y pasar un buen rato con sus amigos, amigas, amantes o familia. La conversación preferida suele ser la de la política, el cotilleo y la crítica a todo lo que se mueve.
Paradoja: el zamorano se divierte mientras celebra la vida; gusta criticar, pero sin dar la cara; le encanta la calumnia, pero jamás luchará por transformar nuestra sociedad, ni la estética de Zamora, ni proponer ideas y proyectos. Aquí siempre se ha perseguido el talento y la diferencia. En esta tierra, se premia con títulos como Hijo Predilecto de Zamora a personajes que falsificaron firmas en talones; se festeja a los canallas, se celebra el fracaso ajeno más que el éxito propio. Caín nació cerca del Duero.
Sé que toda generalización acarrea injusticia, pero una parte de Zamora se odia a sí misma. De ahí que nuestra economía recule, que la despoblación avance y que los zamoranos con deseos de progreso se vayan cuando acaban sus carreras o tienen edad para buscarse el pan nuestro de cada día.



















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