Junto al río

Paseaba su soledad alejado de la urbe, conviviendo con sus pensamientos mientras caminaba entre puentes: del de piedra al de hierro, de unas Aceñas a otras, con la vista siempre fija en el agua de ese río amado que consideraba suyo. Otras veces bordeaba las murallas sin dejarlas atrás, porque no se resistía a perderlas, pese a que ellas iban a  seguir estando en su sitio, testigos mudos de una historia pasada y futura.

Pero su Duero era diferente, de noche solitario y de día constantemente acompañado: allá unos piragüistas se deslizan sobre el agua, un poco más acá un cormorán perdido se solaza sobre la piedra que divide el rio en dos hasta que luego vuelve a unirse; una familia de patos avanza lenta y majestuosamente y, cuando más inmóvil parece todo, una enorme bandada de pájaros hace sus cabriolas al viento surgiendo de entre los árboles y desapareciendo inmediatamente después.

 Hay gente sentada en los bancos que bordean el río; otros hacen senderismo o pedalean en sus bicis; son personas que ven la vida pasar igual que discurre el agua del Duero: sin prisas, gente tranquila que disfruta de las horas, que dirime sus preocupaciones, se lamenta o goza con las contingencias de su vida y se acercan al Duero para relajar la mente y escuchar el sonido del agua, siempre en movimiento.
Él volverá mañana, porque no concibe existir sin reflejarse en sus aguas, porque le serena el alma y su río amado ejerce de musa perfecta que le dicta los más bellos versos inflamados de amor.