Mª Soledad Martín Turiño
Viernes, 31 de Octubre de 2025
ZAMORANA

Otoño

Mª Soledad Martín Turiño

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Permítanme hacer una confesión personal: no me gusta el otoño. Me parece una estación sin personalidad; así como la primavera es el renacer, el verano es el gozo vacacional, el invierno es el frio; sin embargo, el otoño es una estación que está a medias de todo. Los días se acortan, descienden las temperaturas, nos cambian la hora, el cielo se nubla impidiendo que el sol haga su aparición, y además ronda una sensación de final, de muerte, que se hace más patente a primeros de noviembre con la conmemoración del Día de Santos y Difuntos.

 

Comienza ese mes preludio de la gran celebración de Navidad, que cada año nos acercan antes colocando en las tiendas toda la parafernalia con meses de antelación: desde turrones y polvorones, hasta los adornos: bolas, árboles y figuritas del Belén; y todo esto ocurre en otoño.

 

Además, importamos otra de las tradiciones americanas que se celebra el último día de octubre: Halloween; que, aunque nació como una celebración celta que marcaba el final de la temporada de cosechas, los irlandeses llevaron esta tradición a Estados Unidos y desde allí se extendió a una gran parte del mundo. Esta práctica incluye también el concepto de que en la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre los muertos visitan el mundo de los vivos; todo aderezado con una profusión de: esqueletos, tumbas, disfraces, calabazas, y la veneración de monstruos como Drácula o Frankenstein alimentada por la industria cinematográfica.

 

En la tradición española, el Día de Todos los Santos se mantiene (sobre todo para la gente mayor, ya que los jóvenes están más subyugados por Halloween) un recuerdo de los que ya no están, que se materializa con visitas al cementerio, limpieza de los panteones y profusión de flores.

 

Otoño da para mucho y estos son solo ejemplos de las celebraciones que se ubican en esta estación. Sin embargo, con estos ritos llega también, al menos para quienes tendemos a pensar en el final o nos sentimos cercanos a él, la sensación de temporalidad, de que estamos de paso, que nada es para siempre y, si estamos preparados para aceptar este principio, podremos adquirir la certeza de que nada puede sorprendernos.

 

Considero el otoño como un tiempo de reflexión, de recuerdo, de poner en claro la mente, de ordenar los pensamientos, de desterrar lo viejo y quedarnos con lo que vale, como hacemos cuando cambiamos la ropa del armario. Los días tristes, los árboles perdiendo las hojas, y los parques vestidos de ocres y amarillos contribuyen a esa sempiterna nostalgia como preámbulo de un final. Nos queda como consuelo el aserto de Camus: “El otoño es una segunda primavera, donde cada hoja es una flor”.

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