COSAS MÍAS
La vida es caminar breve jornada
Eugenio-Jesús de Ávila
Habrá algún Día de Todos los Santos, no sé cuándo, en el que me llevarán flores a mi tumba, donde ahora residen los restos de mis bisabuelos maternos, abuelos, padre y hermana. Mientras todo llega, seguiré escribiendo, que es vivir sin pensar en la muerte. Escribo, lo sé, porque amo. Y el amor, como el arte, difumina la verdad de la muerte.
Una dama, a la que adoraba, me pidió, cuando mantuve una relación con ella, sin sexo, porque ella, intuyo, no lo necesitaba conmigo, que le enviara dos cartas de amor. Mientras las escribía imaginaba su bello rostro, la hermosura de su cuerpo y el talento de su cerebro y, además, ignoraba que yo fuese un ser finito, un ser nacido para morir. Todavía no sé por qué me rogó que le escribiera y enviara esas misivas de pasión, prosa lírica, propia de un enamorado, de un hombre maduro que sabía que jamás recogería el fruto de su hermosura para saborearlo en mi boca.
Tras asumir, hace muchos años, que soy polvo en el tiempo, que me queda un suspiro para dejar de ser, de estar y, por ende, de escribir, recuerdo, con inmenso amor a las personas que se me escaparon, convertidas en sombras, a las que traigo en el corcel de la memoria para disfrutar de la ucronía, de lo que pudo haber sido y no fue.
Las flores que estos días depositaremos sobre las tumbas de nuestras familias, ahora hermosas, perfumadas, a no tardar, también se marchitarán, como yo mientras escribo y amo o amo como escribo.
Como versificó Quevedo: Vivir es caminar breve jornada y muerte viva es, Lico, nuestra vida, ayer al frágil cuerpo amanecida, cada instante en el cuerpo sepultada.
Eugenio-Jesús de Ávila
Habrá algún Día de Todos los Santos, no sé cuándo, en el que me llevarán flores a mi tumba, donde ahora residen los restos de mis bisabuelos maternos, abuelos, padre y hermana. Mientras todo llega, seguiré escribiendo, que es vivir sin pensar en la muerte. Escribo, lo sé, porque amo. Y el amor, como el arte, difumina la verdad de la muerte.
Una dama, a la que adoraba, me pidió, cuando mantuve una relación con ella, sin sexo, porque ella, intuyo, no lo necesitaba conmigo, que le enviara dos cartas de amor. Mientras las escribía imaginaba su bello rostro, la hermosura de su cuerpo y el talento de su cerebro y, además, ignoraba que yo fuese un ser finito, un ser nacido para morir. Todavía no sé por qué me rogó que le escribiera y enviara esas misivas de pasión, prosa lírica, propia de un enamorado, de un hombre maduro que sabía que jamás recogería el fruto de su hermosura para saborearlo en mi boca.
Tras asumir, hace muchos años, que soy polvo en el tiempo, que me queda un suspiro para dejar de ser, de estar y, por ende, de escribir, recuerdo, con inmenso amor a las personas que se me escaparon, convertidas en sombras, a las que traigo en el corcel de la memoria para disfrutar de la ucronía, de lo que pudo haber sido y no fue.
Las flores que estos días depositaremos sobre las tumbas de nuestras familias, ahora hermosas, perfumadas, a no tardar, también se marchitarán, como yo mientras escribo y amo o amo como escribo.
Como versificó Quevedo: Vivir es caminar breve jornada y muerte viva es, Lico, nuestra vida, ayer al frágil cuerpo amanecida, cada instante en el cuerpo sepultada.
















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