CEMENTERIO
Después de los difuntos
Voy yo, después de ellos, a quienes fui a visitar al cementerio, a visitar -quiero decir- sus restos, pues bien lo vi cuando murió mi progenitor: ya no era él, se había ido, incluso con sus gestos. Aquel rostro amado era muy diferente de quien tanto había marcado mi vida.
Cuando uno pierde ambos padres presiente el abismo, la fosa abierta ante los ojos como cercano escenario. Entonces se tiende a mirar hacia hijos o nietos, quienes los tienen. Llega un momento en que el futuro ya no somos nosotros, sino los otros, quienes detrás vienen, mientras estamos cada vez más impregnados de pasado, somos más pretérito y las grietas que cruzan nuestra faz nos lo gritan a diario, demostrando el peso de los años. Sin embargo, parece que siempre podemos renovarnos, interiormente.
La hermosa tradición de conmemorar Todos los Santos llega cuando el otoño es ya bien entrado, cada año, e ilumina estas noches porque hay personas maravillosas de cuyos nombres o no nos acordamos o nadie tomó nota, pero fueron modelos para la vida, sin haber recibido el merecido homenaje. Menos mal que está, creemos la mayoría, el otro lado del mundo, el invisible que ha de acogernos y premiar nuestros méritos o equilibrarnos según nuestros defectos, tal vez purgando aquello en lo que nos hemos convertido, a veces siniestro... Para eso se celebra justo después el día de Todos los Difuntos, donde nuestros seres queridos, que ya se fueron, tal vez con no pocos defectos, son recordados y rezados, pidiendo por ellos. No han sido aniquilados y en nuestros corazones les hallamos.
Es sorprendente descubrir esta misma creencia, con leves variantes, prácticamente en todas las culturas y rincones del planeta: nuestra vida aquí no acaba, sí el cuerpo. Pero tantos acá se afanan por cuidarlo con innumerables excesos, como si solo fuéramos eso, un cacho de carne con ojos, vientre y bajo vientre, piel, superficie... Y así parecen habitar no pocos de los dirigentes de nuestra desnortada sociedad, abusando de sus cargos preeminentes, casta privilegiada pendiente de la ganancia material, a costa de la espiritual, a costa de la moral, acumulando todo lo que pueden, como si en sus cuerpos fueran a vivir siempre.
Se leen en este periodo brillantes palabras del Nazareno en nuestros templos: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Deslumbra la parábola del rico que después de una gran cosecha se dijo: "tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios», pues serlo ante Dios es verdaderamente serlo ante uno mismo.
Ilia Galán Díez
Catedrático de Estética y Teoría de las Artes Humanidades: Geografía, Historia y Arte Universidad Carlos III de Madrid
Voy yo, después de ellos, a quienes fui a visitar al cementerio, a visitar -quiero decir- sus restos, pues bien lo vi cuando murió mi progenitor: ya no era él, se había ido, incluso con sus gestos. Aquel rostro amado era muy diferente de quien tanto había marcado mi vida.
Cuando uno pierde ambos padres presiente el abismo, la fosa abierta ante los ojos como cercano escenario. Entonces se tiende a mirar hacia hijos o nietos, quienes los tienen. Llega un momento en que el futuro ya no somos nosotros, sino los otros, quienes detrás vienen, mientras estamos cada vez más impregnados de pasado, somos más pretérito y las grietas que cruzan nuestra faz nos lo gritan a diario, demostrando el peso de los años. Sin embargo, parece que siempre podemos renovarnos, interiormente.
La hermosa tradición de conmemorar Todos los Santos llega cuando el otoño es ya bien entrado, cada año, e ilumina estas noches porque hay personas maravillosas de cuyos nombres o no nos acordamos o nadie tomó nota, pero fueron modelos para la vida, sin haber recibido el merecido homenaje. Menos mal que está, creemos la mayoría, el otro lado del mundo, el invisible que ha de acogernos y premiar nuestros méritos o equilibrarnos según nuestros defectos, tal vez purgando aquello en lo que nos hemos convertido, a veces siniestro... Para eso se celebra justo después el día de Todos los Difuntos, donde nuestros seres queridos, que ya se fueron, tal vez con no pocos defectos, son recordados y rezados, pidiendo por ellos. No han sido aniquilados y en nuestros corazones les hallamos.
Es sorprendente descubrir esta misma creencia, con leves variantes, prácticamente en todas las culturas y rincones del planeta: nuestra vida aquí no acaba, sí el cuerpo. Pero tantos acá se afanan por cuidarlo con innumerables excesos, como si solo fuéramos eso, un cacho de carne con ojos, vientre y bajo vientre, piel, superficie... Y así parecen habitar no pocos de los dirigentes de nuestra desnortada sociedad, abusando de sus cargos preeminentes, casta privilegiada pendiente de la ganancia material, a costa de la espiritual, a costa de la moral, acumulando todo lo que pueden, como si en sus cuerpos fueran a vivir siempre.
Se leen en este periodo brillantes palabras del Nazareno en nuestros templos: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Deslumbra la parábola del rico que después de una gran cosecha se dijo: "tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios», pues serlo ante Dios es verdaderamente serlo ante uno mismo.
Ilia Galán Díez
Catedrático de Estética y Teoría de las Artes Humanidades: Geografía, Historia y Arte Universidad Carlos III de Madrid

















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