REFLEXIONES
El zamoranismo y la falta de arraigo
Eugenio-Jesús de Ávila
Este domingo, caminando por la avenida Príncipe de Asturias después de comprar la prensa, un hombre, de unos 50 años, me abordó y me preguntó si yo era el editor de El Día de Zamora. Le respondí que no, que, hasta hace dos años y medio y durante más de 13, fue editor y director del mencionado medio de comunicación. No obstante, le confesé que sigo escribiendo, porque es la terapia que me cura el alma, la forma de arrancar malestar social y luchar contra la injusticia que sufre nuestra tierra desde que tengo uso de razón. Y sé que moriré amando a Zamora, a una ciudad y una provincia cada día más menguantes, abandonadas, desertizadas, despobladas y olvidades incluso por sus propios hijos.
Él también me comentó que mis artículos también le ayudaban a sentir que no estaba solo en ese amor a la patria chica. Le di las gracias por su amable solidaridad y por seguir preocupado por nuestra provincia. Antes de despedirnos, me confesó, con tristeza, que las nuevas generaciones carecen del arraigo de los que nacimos en la segunda mitad del siglo XX, conocimos la muerte natural del franquismo y la transición. Y quizá este lector tuviera razón en su crítica a las gentes que nacieron en esta centuria y finales de la década de los noventa del siglo pasado. No lo sé. Cierto que los zamoranos, los de antes y los de ahora, los mayores y los jóvenes, nos caracterizamos por guardar silencio ante cualquier decisión del poder, central o autonómico, provincial o local. Pasamos de todo. Después de vivir tantos años en Zamora, descubrí por qué, entre otras razones, nuestra tierra ocupa los puestos más negativos de lo que va quedando de España, en despoblación, actividad económica, envejecimiento. Y, para definir nuestra sociedad, nuestra manera de ser, acuñé aquello de la “apatía antropológica”. Por cierto, la persona que cambió pareceres conmigo este pasado domingo, tenía grabado en su memoria ese término.
No sé si ha sido el secular miedo al poder, el de la dictadura o el de la democracia -creo que no ha habido una evolución política provincial-, el conformismo y la abulia de los zamoranos, o la desconsideración de los gobiernos del PSOE, 28 años en La Moncloa, o del PP, con 14 años gobernando España, o la Junta de Castilla y León casi siempre en manos conservadoras, o el olvido de diputados, senadores y procuradores de los grandes partidos nacionales por Zamora hacia su tierra, siempre más pendientes de obedecer las órdenes de sus respectivas jerarquías que de trabajar para sus gentes, para sus paisanos, para los de aquí. Y, por qué esconderlo, las escasas críticas de la prensa que se edita en Zamora hacia políticos y partidos, y la orfandad de análisis de los intelectuales zamoranos, si es que existen.
Me resulta incomprensible que Zamora, tan maltratada, despreciada y olvidada por los grandes partidos políticos y sus cuates, nunca, salvo la toma del cuartel Viriato y el mes lunar de ocupación del que fuera castro militar, se ha enfrentado con unos u otros. No ha habido provincia española con tantas causas para rebelarse contra los políticos, contra los gobiernos de la nación y región. ¡Cómo no acuñar lo de apatía antropológica como definición de nuestro espíritu colectivo!
Nunca me he caracterizado por ser pesimista u optimista. Soy un hombre apasionado, pero empleo la inteligencia cuando es menester. Analizo la realidad y escribo al respecto. Por lo tanto, con las actuales datos económicos y demográficos que conozco, porque oigo y leo medios de comunicación, sin querer ser profeta en mi tierra, me temo que nuestra geografía provincial continuará profundizando en su despoblación, perdiendo actividad económica, castigando la vida comercial de la capital de la provincia, vaciando el medio rural de empresarios agricultores y ganaderos, asistiendo a la emigración de los jóvenes zamoranos universitarios, tras finalizar sus licenciaturas y grados.
Mientras la N-122 no se transforme en autovía entre la capital y la frontera lusa; si Monte la Reina mantiene su actual parsimonia inversora, si la construcción del Polígono de Monfarracinos no se acelera y después la Junta favorece la instalación de empresas en el mismo; si los terrenos de Renfe no los compra el Ayuntamiento o se les cede gratuitamente al municipio, y, si el gobierno central, el sanchista o el que lo releve en La Moncloa, considere que Zamora necesite inversiones especiales para seguir siendo una provincia española con su capital, las cuitas de los zamoranos, de los que todavía, ya mayores, con la vida resuelta y la muerte en el horizonte, se enfatizarán.
Quizá, no lo dudo, la capital de la provincia, lucirá más bonita, con un casco histórico y murallas restaurados; con mayor presencia de turismo cultural y con avenidas, rúas, calles y plazas más dignas y paseables; pero los polígonos industriales carecerán de inversores empresariales y la provincia habrá alcanzado en todas sus comarcas lo que se denomina como desierto demográfico y, además, irreversible.
Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, que cantaba Serrat en la centuria pasada.
Eugenio-Jesús de Ávila
Este domingo, caminando por la avenida Príncipe de Asturias después de comprar la prensa, un hombre, de unos 50 años, me abordó y me preguntó si yo era el editor de El Día de Zamora. Le respondí que no, que, hasta hace dos años y medio y durante más de 13, fue editor y director del mencionado medio de comunicación. No obstante, le confesé que sigo escribiendo, porque es la terapia que me cura el alma, la forma de arrancar malestar social y luchar contra la injusticia que sufre nuestra tierra desde que tengo uso de razón. Y sé que moriré amando a Zamora, a una ciudad y una provincia cada día más menguantes, abandonadas, desertizadas, despobladas y olvidades incluso por sus propios hijos.
Él también me comentó que mis artículos también le ayudaban a sentir que no estaba solo en ese amor a la patria chica. Le di las gracias por su amable solidaridad y por seguir preocupado por nuestra provincia. Antes de despedirnos, me confesó, con tristeza, que las nuevas generaciones carecen del arraigo de los que nacimos en la segunda mitad del siglo XX, conocimos la muerte natural del franquismo y la transición. Y quizá este lector tuviera razón en su crítica a las gentes que nacieron en esta centuria y finales de la década de los noventa del siglo pasado. No lo sé. Cierto que los zamoranos, los de antes y los de ahora, los mayores y los jóvenes, nos caracterizamos por guardar silencio ante cualquier decisión del poder, central o autonómico, provincial o local. Pasamos de todo. Después de vivir tantos años en Zamora, descubrí por qué, entre otras razones, nuestra tierra ocupa los puestos más negativos de lo que va quedando de España, en despoblación, actividad económica, envejecimiento. Y, para definir nuestra sociedad, nuestra manera de ser, acuñé aquello de la “apatía antropológica”. Por cierto, la persona que cambió pareceres conmigo este pasado domingo, tenía grabado en su memoria ese término.
No sé si ha sido el secular miedo al poder, el de la dictadura o el de la democracia -creo que no ha habido una evolución política provincial-, el conformismo y la abulia de los zamoranos, o la desconsideración de los gobiernos del PSOE, 28 años en La Moncloa, o del PP, con 14 años gobernando España, o la Junta de Castilla y León casi siempre en manos conservadoras, o el olvido de diputados, senadores y procuradores de los grandes partidos nacionales por Zamora hacia su tierra, siempre más pendientes de obedecer las órdenes de sus respectivas jerarquías que de trabajar para sus gentes, para sus paisanos, para los de aquí. Y, por qué esconderlo, las escasas críticas de la prensa que se edita en Zamora hacia políticos y partidos, y la orfandad de análisis de los intelectuales zamoranos, si es que existen.
Me resulta incomprensible que Zamora, tan maltratada, despreciada y olvidada por los grandes partidos políticos y sus cuates, nunca, salvo la toma del cuartel Viriato y el mes lunar de ocupación del que fuera castro militar, se ha enfrentado con unos u otros. No ha habido provincia española con tantas causas para rebelarse contra los políticos, contra los gobiernos de la nación y región. ¡Cómo no acuñar lo de apatía antropológica como definición de nuestro espíritu colectivo!
Nunca me he caracterizado por ser pesimista u optimista. Soy un hombre apasionado, pero empleo la inteligencia cuando es menester. Analizo la realidad y escribo al respecto. Por lo tanto, con las actuales datos económicos y demográficos que conozco, porque oigo y leo medios de comunicación, sin querer ser profeta en mi tierra, me temo que nuestra geografía provincial continuará profundizando en su despoblación, perdiendo actividad económica, castigando la vida comercial de la capital de la provincia, vaciando el medio rural de empresarios agricultores y ganaderos, asistiendo a la emigración de los jóvenes zamoranos universitarios, tras finalizar sus licenciaturas y grados.
Mientras la N-122 no se transforme en autovía entre la capital y la frontera lusa; si Monte la Reina mantiene su actual parsimonia inversora, si la construcción del Polígono de Monfarracinos no se acelera y después la Junta favorece la instalación de empresas en el mismo; si los terrenos de Renfe no los compra el Ayuntamiento o se les cede gratuitamente al municipio, y, si el gobierno central, el sanchista o el que lo releve en La Moncloa, considere que Zamora necesite inversiones especiales para seguir siendo una provincia española con su capital, las cuitas de los zamoranos, de los que todavía, ya mayores, con la vida resuelta y la muerte en el horizonte, se enfatizarán.
Quizá, no lo dudo, la capital de la provincia, lucirá más bonita, con un casco histórico y murallas restaurados; con mayor presencia de turismo cultural y con avenidas, rúas, calles y plazas más dignas y paseables; pero los polígonos industriales carecerán de inversores empresariales y la provincia habrá alcanzado en todas sus comarcas lo que se denomina como desierto demográfico y, además, irreversible.
Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, que cantaba Serrat en la centuria pasada.























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