ZAMORANA
Una sociedad contaminada
Mº Soledad Martín Turiño
La sociedad está contaminada, basta escuchar los noticiarios de cada día para comprobar como casi todo falla: fallan las instituciones, falla la verdad, falla la transparencia, el rigor, la decencia, los modales, el respeto…y, sin embargo, está en auge la corrupción, la mentira, la soberbia, la infamia…Vivimos un tiempo de crispación donde todo está convulso, y eso se contagia a la gente de a pie.
Echo de menos los pequeños gestos que contribuyen a hermanar a las personas aún sin conocerlas, añoro que dos partidos políticos opuestos se unan por el bien de España, que se dejen de lado los intereses particulares en favor de la gente; me apena que todavía fecha de hoy, después de una contienda que tanto daño hizo en nuestro país, se sigan abriendo las heridas de antaño como si hubiera un interés perverso en que nunca cicatricen, sin dejar el pasado atrás de una vez por todas para seguir avanzando.
Me duelen esas dos Españas que todavía siguen presentes, me enoja que no hayamos sido capaces de convertirlas en una sola, en darnos la mano, en avanzar juntos, en debatir diversas opciones sin enfrentamientos, porque parece que la ambivalencia tiene que ser el rasgo común que nos caracterice: hay que ser del Madrid o del Barcelona, rojo o azul, de izquierdas o de derechas… y así puede seguir una lista interminable en la que no hay puntos intermedios como si no hubiera una amplia gama de matices grises entre el blanco o el negro.
Hemos llegado a un punto de desencanto que no conduce más que a la desolación y a la añoranza de lo que una vez tuvimos. Los salarios son bajos y el coste de la vida cada vez se encarece más; hay quien tiene dos trabajos y aun así no llega a fin de mes. Cáritas en un reciente informe cifra que casi un 19% de la población española vive en situación de “exclusión social”; y vuelven a verse las ominosas “colas el hambre”, cada vez más largas, cada vez más llenas de personas trabajadoras cuyos sueldos son insuficientes para vivir.
Por otra parte, hay puestos de trabajo condenados a desaparecer porque no existe relevo generacional; y las “paguitas del Estado”, lejos de fomentar el interés por conseguir un trabajo, despiertan la indolencia y el conformismo en muchas personas que subsisten con ellas sin afán alguno de aspirar a más.
Aún hay un gran número de trabajos precarios, el paro baja en épocas puntuales, pero no desaparece y lo que antes era la clase media ha sufrido un claro retroceso; sin embargo, lo que más me duele es esa pobreza infantil que intenta paliarse comiendo en los colegios porque muchas familias no pueden hacer frente a la manutención completa y saludable de sus hijos cada día.
Otro problema dramático es la falta de viviendas y el alto coste de las que hay en el mercado, ya sea en venta o alquiler, lo que supone para los jóvenes en el mejor de los casos compartir casa, o volver a la vivienda familiar porque no pueden permitirse un techo que les cobije, ni tampoco prever un futuro a largo plazo. Esta carencia tiene mucho que ver también con la oKupación ilegal y el nulo respaldo de las autoridades (o de una ley que ampare a los dueños) cuando una familia se instala en una casa no habitada.
Así las cosas, es para pensar, dejar de lado el ego y empezar a trabajar por los demás. Nuestra sociedad necesita de líderes cualificados que no se vendan ni se instalen en el poder sine díe dejando de lado al pueblo a quien se deben. Se puede elegir a un líder en las urnas y luego, debido a sus actuaciones, decepcionarse y tener la oportunidad de volver a votar a quien mejor se considere. El hecho de que cada legislatura tenga una duración de cuatro años no debería implicar el agotarlos si el líder elegido no ha sabido estar a la altura de su puesto.
Esta sociedad que antes se denominaba “del bienestar”, ahora es tan solo para unos pocos, dominada por una política nefasta, con la corrupción y la mentira instaladas en el poder, sin espíritu crítico para asumir los defectos, con una burda prepotencia y un enaltecimiento del ego sin precedentes, que no resuelve los problemas de la gente, sino que los agrava, está fallando estrepitosamente; y hay que dar una respuesta contundente porque no hay nada más cruel que se instale el fantasma del hambre entre los más pequeños.
La sociedad está contaminada, basta escuchar los noticiarios de cada día para comprobar como casi todo falla: fallan las instituciones, falla la verdad, falla la transparencia, el rigor, la decencia, los modales, el respeto…y, sin embargo, está en auge la corrupción, la mentira, la soberbia, la infamia…Vivimos un tiempo de crispación donde todo está convulso, y eso se contagia a la gente de a pie.
Echo de menos los pequeños gestos que contribuyen a hermanar a las personas aún sin conocerlas, añoro que dos partidos políticos opuestos se unan por el bien de España, que se dejen de lado los intereses particulares en favor de la gente; me apena que todavía fecha de hoy, después de una contienda que tanto daño hizo en nuestro país, se sigan abriendo las heridas de antaño como si hubiera un interés perverso en que nunca cicatricen, sin dejar el pasado atrás de una vez por todas para seguir avanzando.
Me duelen esas dos Españas que todavía siguen presentes, me enoja que no hayamos sido capaces de convertirlas en una sola, en darnos la mano, en avanzar juntos, en debatir diversas opciones sin enfrentamientos, porque parece que la ambivalencia tiene que ser el rasgo común que nos caracterice: hay que ser del Madrid o del Barcelona, rojo o azul, de izquierdas o de derechas… y así puede seguir una lista interminable en la que no hay puntos intermedios como si no hubiera una amplia gama de matices grises entre el blanco o el negro.
Hemos llegado a un punto de desencanto que no conduce más que a la desolación y a la añoranza de lo que una vez tuvimos. Los salarios son bajos y el coste de la vida cada vez se encarece más; hay quien tiene dos trabajos y aun así no llega a fin de mes. Cáritas en un reciente informe cifra que casi un 19% de la población española vive en situación de “exclusión social”; y vuelven a verse las ominosas “colas el hambre”, cada vez más largas, cada vez más llenas de personas trabajadoras cuyos sueldos son insuficientes para vivir.
Por otra parte, hay puestos de trabajo condenados a desaparecer porque no existe relevo generacional; y las “paguitas del Estado”, lejos de fomentar el interés por conseguir un trabajo, despiertan la indolencia y el conformismo en muchas personas que subsisten con ellas sin afán alguno de aspirar a más.
Aún hay un gran número de trabajos precarios, el paro baja en épocas puntuales, pero no desaparece y lo que antes era la clase media ha sufrido un claro retroceso; sin embargo, lo que más me duele es esa pobreza infantil que intenta paliarse comiendo en los colegios porque muchas familias no pueden hacer frente a la manutención completa y saludable de sus hijos cada día.
Otro problema dramático es la falta de viviendas y el alto coste de las que hay en el mercado, ya sea en venta o alquiler, lo que supone para los jóvenes en el mejor de los casos compartir casa, o volver a la vivienda familiar porque no pueden permitirse un techo que les cobije, ni tampoco prever un futuro a largo plazo. Esta carencia tiene mucho que ver también con la oKupación ilegal y el nulo respaldo de las autoridades (o de una ley que ampare a los dueños) cuando una familia se instala en una casa no habitada.
Así las cosas, es para pensar, dejar de lado el ego y empezar a trabajar por los demás. Nuestra sociedad necesita de líderes cualificados que no se vendan ni se instalen en el poder sine díe dejando de lado al pueblo a quien se deben. Se puede elegir a un líder en las urnas y luego, debido a sus actuaciones, decepcionarse y tener la oportunidad de volver a votar a quien mejor se considere. El hecho de que cada legislatura tenga una duración de cuatro años no debería implicar el agotarlos si el líder elegido no ha sabido estar a la altura de su puesto.
Esta sociedad que antes se denominaba “del bienestar”, ahora es tan solo para unos pocos, dominada por una política nefasta, con la corrupción y la mentira instaladas en el poder, sin espíritu crítico para asumir los defectos, con una burda prepotencia y un enaltecimiento del ego sin precedentes, que no resuelve los problemas de la gente, sino que los agrava, está fallando estrepitosamente; y hay que dar una respuesta contundente porque no hay nada más cruel que se instale el fantasma del hambre entre los más pequeños.






















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