REFLEXIONES
Zamora: patria del silencio
Eugenio-Jesús de Ávila
Mi experiencia me esclareció, ha tiempo, que en Zamora resulta complicado ser diferente, distinguirte por tu forma de pensar, de vestir, de andar o hablar. Aquí, ese poder invisible que ha convertido nuestra tierra en una especie de reserva de la apatía, patria del silencio, desierto de ideas, se perpetúa en el tiempo, como si fuera un legado social.
Pensar en la ciudad del alma ha llegado a ser un verbo que pocos sabes conjugar, porque, además de cansar, duele. Se castiga al que ose reflexionar. Hubo un pasado, pero los zamoranos desconocen su presente y el futuro nunca llega, porque no existe. Al poder le encanta pensar por las masas. Y, como los que mandan prefieren que todo siga igual, que nada cambie, nuestra ciudad viaja en el tren del tiempo hacia la estación del pretérito. Había más vida en las dos grandes arterias de Zamora, Santa Clara y San Torcuato, que en este agonizante 2025. Hay más locales sin alquilar que tiendas abiertas al público.
Sucede que, como una gran mayoría padece apatía antropológica, los políticos que dicen representarnos -mentira, porque solo son vicarios de sus respectivos partidos-, tampoco piensan en el progreso de su tierra, porque sus cerebros se dedican, en exclusiva, a mantener la poltrona política. Saben que los zamoranos lo aceptan todo, merced a una tolerancia masoquista, incapaz de rebelarse contra los partidos y los gobiernos que maltrataron a Zamora.
Escribir sobre estos asuntos molesta a tirios y troyanos, incapaces de reflexionar, preparados para la calumnia, la difamación, la maledicencia. Todo le vale al mediocre para destruir a cualquier librepensador. Gentes muy conservadoras, diría reaccionarias, que, autocalificándose de izquierdas, ignoran su simpleza intelectual, su racismo intelectual, su miseria moral. Nunca aportan nada, como si hubieran nacido para abortar cualquier idea. Odian el avance de su tierra, aunque se perfumen de progresismo.
El único objetivo de los enemigos de Zamora consiste en impedir que alguien piense, proponga, sugiera y se exprese. Una sociedad que guarda silencio está muerta. Que el ciudadano no piense para que todo siga igual. Nuestra tierra mantiene, pues, una mentalidad decimonónica. El progreso es pura entelequia. Pero nada ha cambiado y todo sigue igual.
Mientras haya zamoranos que festejan más la desgracia ajena que la gloria propia, nuestra tierra profundizará en su decadencia económica y desierto demográfico. Me temo que Caín nació en nuestra provincia.
Menos mal que Francisco Guarido, nuestro regidor, en su última rueda de prensa, nos contó asuntos que podrían sacarme unos gramos de cuitas de mi alma.
Eugenio-Jesús de Ávila
Mi experiencia me esclareció, ha tiempo, que en Zamora resulta complicado ser diferente, distinguirte por tu forma de pensar, de vestir, de andar o hablar. Aquí, ese poder invisible que ha convertido nuestra tierra en una especie de reserva de la apatía, patria del silencio, desierto de ideas, se perpetúa en el tiempo, como si fuera un legado social.
Pensar en la ciudad del alma ha llegado a ser un verbo que pocos sabes conjugar, porque, además de cansar, duele. Se castiga al que ose reflexionar. Hubo un pasado, pero los zamoranos desconocen su presente y el futuro nunca llega, porque no existe. Al poder le encanta pensar por las masas. Y, como los que mandan prefieren que todo siga igual, que nada cambie, nuestra ciudad viaja en el tren del tiempo hacia la estación del pretérito. Había más vida en las dos grandes arterias de Zamora, Santa Clara y San Torcuato, que en este agonizante 2025. Hay más locales sin alquilar que tiendas abiertas al público.
Sucede que, como una gran mayoría padece apatía antropológica, los políticos que dicen representarnos -mentira, porque solo son vicarios de sus respectivos partidos-, tampoco piensan en el progreso de su tierra, porque sus cerebros se dedican, en exclusiva, a mantener la poltrona política. Saben que los zamoranos lo aceptan todo, merced a una tolerancia masoquista, incapaz de rebelarse contra los partidos y los gobiernos que maltrataron a Zamora.
Escribir sobre estos asuntos molesta a tirios y troyanos, incapaces de reflexionar, preparados para la calumnia, la difamación, la maledicencia. Todo le vale al mediocre para destruir a cualquier librepensador. Gentes muy conservadoras, diría reaccionarias, que, autocalificándose de izquierdas, ignoran su simpleza intelectual, su racismo intelectual, su miseria moral. Nunca aportan nada, como si hubieran nacido para abortar cualquier idea. Odian el avance de su tierra, aunque se perfumen de progresismo.
El único objetivo de los enemigos de Zamora consiste en impedir que alguien piense, proponga, sugiera y se exprese. Una sociedad que guarda silencio está muerta. Que el ciudadano no piense para que todo siga igual. Nuestra tierra mantiene, pues, una mentalidad decimonónica. El progreso es pura entelequia. Pero nada ha cambiado y todo sigue igual.
Mientras haya zamoranos que festejan más la desgracia ajena que la gloria propia, nuestra tierra profundizará en su decadencia económica y desierto demográfico. Me temo que Caín nació en nuestra provincia.
Menos mal que Francisco Guarido, nuestro regidor, en su última rueda de prensa, nos contó asuntos que podrían sacarme unos gramos de cuitas de mi alma.




















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