Miércoles, 19 de Noviembre de 2025

Paco Molina
Martes, 18 de Noviembre de 2025
DESDE LA IZQUIERDA

El papá de Bambi vino a Zamora

Paco Molina

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Cuando vi al ciervo en el parking de San Martín, tan digno, tan inteligente, tan impresionante, me acordé de la película “Bambi”.

 

Cuando los que tienen mi edad éramos pequeños no disfrutamos de tantas películas, ni de tantos cuentos para niños y niñas como en la actualidad. Pero a cambio, las pocas historias y aventuras hechas cine eran algo tan mágico que nos dejaban marcados. 

 

En los cines (Barrueco, Ramos Carrión, Pompeya) había sesiones los domingos a las 12,30 (la matinal) y a las 3,30 (la infantil) y a ellas nos íbamos la chavalada, la chiquillada, todos los arrapiezos, provistos de más o menos pipas.

 

Y vivíamos las películas hasta extremos apasionantes, saltando o refugiándonos en la butaca, según el tipo de historia que estaba pasando por la pantalla.

 

Bambi es una película que marcó una época y que marcó  a miles de pequeñuelos. La historia se convirtió en álbum de cromos y muchos nos pusimos a hacer la colección como locos.  De hecho, y por ese fervor, yo que era un niño que “arrastraba las erres” (“te quiego”, decía) gracias a un personaje de la película (un conejo llamado Tamborrrrr) cuando con los 3 sobres comprados un domingo vi que uno era el de dicho personaje, corrí gritando: “Papá, mamá, me ha entrado Tamborrrr”. “¡Pero si has dicho la “erre”!, exclamaron los 2 llenos de emoción.

 

Y claro, con esa anécdota, para mi Bambi es la historia para niños por excelencia. Una bella historia, que recomiendo rescaten y proyecten Multicines Zamora y  Tele Zamora “la 8”. Triunfarán.  

 

Bambi es una película de una ternura inmensa. Como son todas las niñas y niños cuanto más cativos (renacuajos) son. Y por eso resulta aberrante  oír que hay partidos que quieren que nuestras calles sean como eran “antes”, sin evolucionar. Y todo para no ver en ellas criaturas de otros continentes.

 

Observando a los nietos, o a los peques en general, es fácil deducir que vienen al mundo con la “cabeza vacía”. Y que como las cabezas  están vacías, huecas, hay sitio  en ellas para todo. Entonces como son queridos con locura por sus parientes y en principio por la tribu en donde crecen, las cosas que se les mete en el coco, son bonitas, son bellas, son “mentiras deliciosas”.

 

A una peque, a un peque, cuanto más peque mejor, todo lo que les cuentes se lo creen: los magos, papá noël, el ratoncito pérez, etc. Y son felices con esos mensajes, a los que hay que sumar una sensación de que les van a proteger siempre.  Se te cae un diente y recibes un regalo. Encima nada se teme porque te van a cuidar toda la vida. ¡Cómo no ser feliz en la infancia!.

 

Sin embargo, a partir de determinado momento se les empiezan a  meter  mentiras de otro calado: perniciosas para el dueño de la cabeza para el resto de su vida. 

 

Es de esta forma por la que el querubín llega  a un punto, a una edad,  en que empieza meter  en su cabecita (donde aún hay sitio para todo) cosas por su cuenta.

 

Y se abraza a una religión (que suele ser la más próxima a su casa). Y bebe de los medios informativos (que suelen ser de los señores más ricos). Y le preparan para matar (y de paso morir) por la patria (donde nació). Y recibe por el móvil datos, que según el algoritmo matemático, son los que sabe el operador digital que le gustan, con lo cual se refuerza cada vez más en las mentiras, las fantasías, esta vez no tan deliciosas, que ya han entrado en su cabeza.

 

Sólo las circunstancias dramáticas, las crisis, hacen cambiar de opinión a la gente. Y todo por no querernos ayudar unos a otros. Cuando lo adecuado es que nos contemos lecciones bellas (“amaos los unos a los otros”)  y nos protejamos unos a otros. Como cuando éramos inocentes. Como cuando éramos Bambis perdidos en un parking llamado mundo.

 

Paco Molina

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