COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
Zamora: No pensar, no exigir, no luchar
Eugenio-Jesús de Ávila
Concibo el periodismo como crítica al poder, de derechas, de izquierdas o todo lo contrario. Durante mi extensa carrera profesional sufrí la censura por citar una frase de don Manuel Azaña, cuando El Correo de Zamora era nuestro, de esta tierra, no de una grupo nacional. Había miedo. Quizá porque en esta ciudad no hubo transición de la dictadura a la democracia. Las familias que se hicieron ricas merced al franquismo y los nuevos ricos, que alcanzaron colosales patrimonios gracias a los favores políticos, reprodujeron una nueva forma de dictadura, quizá incruenta, pero con idénticos síntomas a los de los anteriores 40 años: caciquismo de nuevo cuño, nepotismo, persecución del librepensador y negocios.
No me debo a ningún partido político, ni sindicato, ni asociación. Respeto al hombre libre, al que apenas sabe hablar y escribir, también al culto, al pobre y al humilde. Combato al periodista pelota, al lameculos, al político corrupto, al político profesional, al que engaña al pueblo, al que traiciona su palabra, al que ahora elige el color negro y a los cinco minutos el blanco con idéntica contundencia y énfasis; a los que traicionaron a nuestra gente, a los zamoranos más indefensos, a los auténticos parias de la tierra, huérfanos de partidos que velen por sus intereses, todos formados por pequeños burgueses y resentidos.
Desprecio a los fanáticos políticos, a los que odian a los que no piensa como ellos, como el seguidor del Barça al del Real Madrid, o el del club blanco al azulgrana. Hinchas que desprecian cuánto ignoran. Personajes que ni leyeron a Marx ni lo entenderían. Hooligans de ideologías periclitadas, fracasadas, diabólicas, que ven la espiga en el ojo ajeno y no aprecian la viga en el suyo. Gente que transforman la memoria en odio, y la historia la convierten en cuentos de buenos y malos.
Zamora no es víctima del odio, no alcanzó esta decadencia patética porque existiese un enfrentamiento doméstico, una guerra entre montescos y capuletos. Zamora se muere, porque los zamoranos pensamos como quieren unos cuantos listos que se dedican a esto de la política, que viven, a cuerpo de rey, como Dios, si existiera, por encima de su talento, y otros cuatros membrillos de los negocios, empeñados en que nada cambie, porque esta paz de cementerio resulta plácida y satisfactoria.
Esta roña enquistada al poder, el que ordena y manda, habría que limpiarla con estropajo metálico, lija y zotal. Pero se trata de una suciedad que se agarra al alma, a una forma de ser y estar. El tiempo la solidificó sobre la mentalidad de los zamoranos, que se han hecho a vivir muriendo, a morir viviendo, sin pensar, sin exigir, sin luchar. Nos estamos jugando, en silencio, el futuro de nuestra ciudad y su provincia. Si seguimos cruzados de brazos, pensarán que ya nos hemos rendido.
Eugenio-Jesús de Ávila
Concibo el periodismo como crítica al poder, de derechas, de izquierdas o todo lo contrario. Durante mi extensa carrera profesional sufrí la censura por citar una frase de don Manuel Azaña, cuando El Correo de Zamora era nuestro, de esta tierra, no de una grupo nacional. Había miedo. Quizá porque en esta ciudad no hubo transición de la dictadura a la democracia. Las familias que se hicieron ricas merced al franquismo y los nuevos ricos, que alcanzaron colosales patrimonios gracias a los favores políticos, reprodujeron una nueva forma de dictadura, quizá incruenta, pero con idénticos síntomas a los de los anteriores 40 años: caciquismo de nuevo cuño, nepotismo, persecución del librepensador y negocios.
No me debo a ningún partido político, ni sindicato, ni asociación. Respeto al hombre libre, al que apenas sabe hablar y escribir, también al culto, al pobre y al humilde. Combato al periodista pelota, al lameculos, al político corrupto, al político profesional, al que engaña al pueblo, al que traiciona su palabra, al que ahora elige el color negro y a los cinco minutos el blanco con idéntica contundencia y énfasis; a los que traicionaron a nuestra gente, a los zamoranos más indefensos, a los auténticos parias de la tierra, huérfanos de partidos que velen por sus intereses, todos formados por pequeños burgueses y resentidos.
Desprecio a los fanáticos políticos, a los que odian a los que no piensa como ellos, como el seguidor del Barça al del Real Madrid, o el del club blanco al azulgrana. Hinchas que desprecian cuánto ignoran. Personajes que ni leyeron a Marx ni lo entenderían. Hooligans de ideologías periclitadas, fracasadas, diabólicas, que ven la espiga en el ojo ajeno y no aprecian la viga en el suyo. Gente que transforman la memoria en odio, y la historia la convierten en cuentos de buenos y malos.
Zamora no es víctima del odio, no alcanzó esta decadencia patética porque existiese un enfrentamiento doméstico, una guerra entre montescos y capuletos. Zamora se muere, porque los zamoranos pensamos como quieren unos cuantos listos que se dedican a esto de la política, que viven, a cuerpo de rey, como Dios, si existiera, por encima de su talento, y otros cuatros membrillos de los negocios, empeñados en que nada cambie, porque esta paz de cementerio resulta plácida y satisfactoria.
Esta roña enquistada al poder, el que ordena y manda, habría que limpiarla con estropajo metálico, lija y zotal. Pero se trata de una suciedad que se agarra al alma, a una forma de ser y estar. El tiempo la solidificó sobre la mentalidad de los zamoranos, que se han hecho a vivir muriendo, a morir viviendo, sin pensar, sin exigir, sin luchar. Nos estamos jugando, en silencio, el futuro de nuestra ciudad y su provincia. Si seguimos cruzados de brazos, pensarán que ya nos hemos rendido.






















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