ZAMORANA
Otoño en Zamora
Mª Isabel Martín Turiño
Es propio del otoño el nostálgico caer de las hojas muertas alfombrando las calles de colores amarillos, marrones anaranjados, rojizos y ocres; esa melancolía que se apodera del alma, el carácter que se vuelve un tanto taciturno, haciéndose patente la introspección y el recuerdo; también son propias de esta época las primeras lluvias, o el incipiente frio que ya empieza a notarse, que preludia un invierno de brasero y mesa camilla, de calefacción, sofá, manta y lectura, mientras se saborea una taza de café, o de escuchar música con los ojos cerrados dejando volar la imaginación hacia un mundo fantástico imaginado una realidad que no existe mientras reina una paz que traspasa los sentidos. El otoño trae, asimismo, olor a castañas, a velas aromáticas que dan calidez de hogar, porque se vive más de puertas para adentro y las casas confortan y acogen.
El monte del noroeste zamorano espera recibir a aquellos que aman la micología, porque la gran variedad de setas son un reclamo y, a la vez, un atractivo para los amantes de estos hongos comestibles. Zamora lo ha puesto de manifiesto en una reciente exposición micológica en el marco incomparable del palacio de la Encarnación, con ejemplares únicos recolectados durante este año.
Hoy, una lluvia fina y persistente se empeña en limpiar la ciudad al mismo tiempo que desprende las hojas amarillentas de los árboles que están a medio caer haciendo filigranas por mantenerse en el árbol sin conseguirlo. El rio se baña también con esas gotas de agua que bajan desde un cielo blanquecino que forma un ambiente oscuro que impide traspasar los rayos del sol. Aun así, la gente sigue haciendo su vida, salen a la calle protegidos con paraguas e impermeables, sin que les perturbe el agua y disfrutando incluso del suelo de esta ciudad zamorana convertido en un espejo pulido y brillante.
Paseando junto al Duero, en el recodo que hace el rio bajo el Puente de los Poetas, un parque desierto acoge sobre su césped las hojas ambarinas que descansan tras el viaje desde las ramas al suelo. Después me paso por Valorio y el espectáculo es formidable, con toda la arboleda llena de matices coloristas propios de esta época otoñal. Me empapo de belleza y regreso temprano, porque las tardes son cortas y oscurece pronto.
Retengo en mi pupila el esplendor de la naturaleza que, en un último suspiro antes de invernar, nos regala el final de una etapa. Después, cuando llegue la primavera, de las ramas secas brotará de nuevo la vida y podremos recrearnos otra vez con el fantástico espectáculo de una Zamora ornada por un estallido de flores, luz y días más largos que nos permitan salir a la calle sin prisas por volver a guarecernos en casa.
Es propio del otoño el nostálgico caer de las hojas muertas alfombrando las calles de colores amarillos, marrones anaranjados, rojizos y ocres; esa melancolía que se apodera del alma, el carácter que se vuelve un tanto taciturno, haciéndose patente la introspección y el recuerdo; también son propias de esta época las primeras lluvias, o el incipiente frio que ya empieza a notarse, que preludia un invierno de brasero y mesa camilla, de calefacción, sofá, manta y lectura, mientras se saborea una taza de café, o de escuchar música con los ojos cerrados dejando volar la imaginación hacia un mundo fantástico imaginado una realidad que no existe mientras reina una paz que traspasa los sentidos. El otoño trae, asimismo, olor a castañas, a velas aromáticas que dan calidez de hogar, porque se vive más de puertas para adentro y las casas confortan y acogen.
El monte del noroeste zamorano espera recibir a aquellos que aman la micología, porque la gran variedad de setas son un reclamo y, a la vez, un atractivo para los amantes de estos hongos comestibles. Zamora lo ha puesto de manifiesto en una reciente exposición micológica en el marco incomparable del palacio de la Encarnación, con ejemplares únicos recolectados durante este año.
Hoy, una lluvia fina y persistente se empeña en limpiar la ciudad al mismo tiempo que desprende las hojas amarillentas de los árboles que están a medio caer haciendo filigranas por mantenerse en el árbol sin conseguirlo. El rio se baña también con esas gotas de agua que bajan desde un cielo blanquecino que forma un ambiente oscuro que impide traspasar los rayos del sol. Aun así, la gente sigue haciendo su vida, salen a la calle protegidos con paraguas e impermeables, sin que les perturbe el agua y disfrutando incluso del suelo de esta ciudad zamorana convertido en un espejo pulido y brillante.
Paseando junto al Duero, en el recodo que hace el rio bajo el Puente de los Poetas, un parque desierto acoge sobre su césped las hojas ambarinas que descansan tras el viaje desde las ramas al suelo. Después me paso por Valorio y el espectáculo es formidable, con toda la arboleda llena de matices coloristas propios de esta época otoñal. Me empapo de belleza y regreso temprano, porque las tardes son cortas y oscurece pronto.
Retengo en mi pupila el esplendor de la naturaleza que, en un último suspiro antes de invernar, nos regala el final de una etapa. Después, cuando llegue la primavera, de las ramas secas brotará de nuevo la vida y podremos recrearnos otra vez con el fantástico espectáculo de una Zamora ornada por un estallido de flores, luz y días más largos que nos permitan salir a la calle sin prisas por volver a guarecernos en casa.































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