ZAMORANA
La violencia es el arma del cobarde
Mª Soledad Martín Turiño
En este día que pretenden hacer especial, conmemorando el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, me viene a la memoria el caso de una joven que conocí hace ya bastantes años. Ambas trabajábamos en el mismo despacho y en los lapsus de tiempo en que hacíamos un descanso solíamos charlar un poco de todo. Era alta, rubia, bien parecida, muy inteligente, con una gran capacidad de trabajo y una empatía con todo el mundo por la que se hacía querer con bastante facilidad.
Nunca imaginé la vida personal que llevaba cuando salíamos del trabajo, porque ella proyectaba una imagen idílica, con dos hijos preciosos, buenos estudiantes, un marido con una posición que les permitía vivir en una casa magnífica en el centro de la ciudad… en fin, no podía quejarse; hasta que un día llegó con gafas oscuras aduciendo que había dormido mal, que no se encontraba en su mejor momento y que estaba pasando por una mala racha. Mi discreción no me permitió indagar más y observé que toda la mañana se mantuvo callada, con las gafas puestas; al día siguiente y los posteriores comprobé que su gesto se había tornado triste, sin hablar apenas, saliendo apresuradamente cuando habíamos terminado la jornada obviando, de ese modo, el caminar juntas hasta el autobús como hacíamos habitualmente.
Pasó el fin de semana, llegó el lunes y, de nuevo volvió a ser la misma de siempre; sin embargo, empecé a preocuparme porque pasados un par de días tuvo que ausentarse del trabajo aduciendo que tenía cita con el médico. Solo le pregunté si era algo importante y, mirándome con una sonrisa inmensamente triste en el rostro, me dijo:
- No, solo es un control habitual.
El hecho de trabajar juntas nos había acercado mucho a nivel personal y casi podíamos llamarnos más que compañeras, amigas; por eso ya no pude más y, observando aquel comportamiento extraño que se repetía cada vez de forma más habitual, un día la abordé para preguntarle qué le ocurría. Salimos a desayunar a la cafetería de al lado y allí, en una mesa retirada junto a la ventana, me contó una historia aterradora, de subyugación, de amenazas, de reproches, de abusos, de anulación y de golpes.
No podía creerlo, conocí a su marido una vez que fue a recogerla a la salida del trabajo, y me pareció una persona muy educada, tal vez un poco demasiado formal, pero agradable. No obstante, el retrato que me había pintado de él en nada se parecía a aquel hombre que aprovechaba la llegada a casa de mi amiga para hacerle la vida imposible, negarle la palabra, prohibirle salir, impedirle relacionarse con su familia, reprocharle cualquier cosa delante de los hijos, levantarle la mano, abusar sexualmente de ella de forma violenta… era el horror vestido con su mejor careta.
La insté a que, ya que era independiente económicamente, acudiera a una comisaría a denunciar aquella situación y pensara en separarse de él. Entonces me miró con los ojos anegados en lágrimas, y me dijo:
- No es tan sencillo. Me ha amenazado con quitarme a los hijos y desaparecer con ellos si se me ocurre, y si me quita a los niños, entonces no me queda nada.
Por circunstancias, tuve que cambiar de puesto de trabajo y los siguientes años mi destino me alejó de ella; a veces hablábamos por teléfono, pero un día dejó de contestar y acabé perdiéndole el rastro.
Una mañana, leyendo el periódico, mi mirada se posó sobre la fotografía de alguien que me resultaba conocido, debajo unas líneas escuetas y terribles:
- Otra mujer muerta por violencia de género……… No pude leer más.
En este día que pretenden hacer especial, conmemorando el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, me viene a la memoria el caso de una joven que conocí hace ya bastantes años. Ambas trabajábamos en el mismo despacho y en los lapsus de tiempo en que hacíamos un descanso solíamos charlar un poco de todo. Era alta, rubia, bien parecida, muy inteligente, con una gran capacidad de trabajo y una empatía con todo el mundo por la que se hacía querer con bastante facilidad.
Nunca imaginé la vida personal que llevaba cuando salíamos del trabajo, porque ella proyectaba una imagen idílica, con dos hijos preciosos, buenos estudiantes, un marido con una posición que les permitía vivir en una casa magnífica en el centro de la ciudad… en fin, no podía quejarse; hasta que un día llegó con gafas oscuras aduciendo que había dormido mal, que no se encontraba en su mejor momento y que estaba pasando por una mala racha. Mi discreción no me permitió indagar más y observé que toda la mañana se mantuvo callada, con las gafas puestas; al día siguiente y los posteriores comprobé que su gesto se había tornado triste, sin hablar apenas, saliendo apresuradamente cuando habíamos terminado la jornada obviando, de ese modo, el caminar juntas hasta el autobús como hacíamos habitualmente.
Pasó el fin de semana, llegó el lunes y, de nuevo volvió a ser la misma de siempre; sin embargo, empecé a preocuparme porque pasados un par de días tuvo que ausentarse del trabajo aduciendo que tenía cita con el médico. Solo le pregunté si era algo importante y, mirándome con una sonrisa inmensamente triste en el rostro, me dijo:
- No, solo es un control habitual.
El hecho de trabajar juntas nos había acercado mucho a nivel personal y casi podíamos llamarnos más que compañeras, amigas; por eso ya no pude más y, observando aquel comportamiento extraño que se repetía cada vez de forma más habitual, un día la abordé para preguntarle qué le ocurría. Salimos a desayunar a la cafetería de al lado y allí, en una mesa retirada junto a la ventana, me contó una historia aterradora, de subyugación, de amenazas, de reproches, de abusos, de anulación y de golpes.
No podía creerlo, conocí a su marido una vez que fue a recogerla a la salida del trabajo, y me pareció una persona muy educada, tal vez un poco demasiado formal, pero agradable. No obstante, el retrato que me había pintado de él en nada se parecía a aquel hombre que aprovechaba la llegada a casa de mi amiga para hacerle la vida imposible, negarle la palabra, prohibirle salir, impedirle relacionarse con su familia, reprocharle cualquier cosa delante de los hijos, levantarle la mano, abusar sexualmente de ella de forma violenta… era el horror vestido con su mejor careta.
La insté a que, ya que era independiente económicamente, acudiera a una comisaría a denunciar aquella situación y pensara en separarse de él. Entonces me miró con los ojos anegados en lágrimas, y me dijo:
- No es tan sencillo. Me ha amenazado con quitarme a los hijos y desaparecer con ellos si se me ocurre, y si me quita a los niños, entonces no me queda nada.
Por circunstancias, tuve que cambiar de puesto de trabajo y los siguientes años mi destino me alejó de ella; a veces hablábamos por teléfono, pero un día dejó de contestar y acabé perdiéndole el rastro.
Una mañana, leyendo el periódico, mi mirada se posó sobre la fotografía de alguien que me resultaba conocido, debajo unas líneas escuetas y terribles:
- Otra mujer muerta por violencia de género……… No pude leer más.





















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