ANÁLISIS
No es franquismo, estúpidos, es cabreo
Llevamos ya una larga temporada en la que, desde los ámbitos cercanos al poder y desde el poder político mismo, se saca a Franco y al franquismo a colación por cualquier motivo; fundamentalmente se exhibe cual espantajo para tapar hechos de corrupción, fallos del sistema democrático, abusos del poder ejecutivo o ineptitudes y falsedades de los partidos políticos.
En lugar de reconocer los errores propios, rectificar o asumir las consecuencias (¡qué lejos les queda el noble acto de dimitir!) se insiste en volver la vista atrás, pero solo al “atrás” que les interesa porque -al parecer-sigue siendo rentable políticamente gracias al tan español sentimiento de pertenencia a un bando. Parece que les gusta. Y les va bien que haya dos Españas.
Desde el propio poder se alienta, fabrica y abusa de la polarización y de la mentira histórica para seguir construyendo barreras, muros y trincheras. No importan el bien común, el progreso, la estabilidad, la proyección internacional del país o la decencia. Importa “ganar el relato”, reescribir la historia y hacer creer que sólo es progresista el Gobierno actual y todo lo que emane de él. Sin alternativa ni opción. Por supuesto, sin posibilidad de rebatir tamaña afimación, o serás fascista.
Asistimos a una permanente exaltación de una parte de nuestra historia mientras se demoniza otra. Se proyectan mensajes contundentes, ligeros, digestibles y sectarios (o sea, populistas) para públicos de igual calaña y nivel. Se insiste en que un porcentaje preocupante de la juventud actual “romantiza” a Franco achacándolo a que no han estudiado la historia “convenientemente”, a que las redes les manipulan o que su nivel cultural no les permite apreciar la verdad. Y como complemento, se despliegan “alertas antifascistas” permanentemente y por doquier.
Quien lo dice, repite y machaca no es consciente de que, probablemente, está sucediendo lo contrario. La juventud está empezando a tener cierta perspectiva histórica porque se interesa más por la política, tiene referentes cercanos con quien contrastar (padres y abuelos) además de la información que buscan y encuentran en los libros (los menos) y en las redes sociales (mayoritariamente) que les permite comparar con lo que les está tocando vivir.
Gracias a ello están dotándose de un sentimiento crítico que, lejos de regirse por consignas partidistas cerriles y acríticas con su propio pasado e historia, provocan su enfado comparativo: por el engaño, por la falta de expectativas, por la escasez de alternativas y porque empiezan a ser conscientes de que sus padres vivían mejor.
Hay que ser muy necio, cerril y sectario para no entender que la gente (esa a la que tanto aluden en sus mensajes los políticos profesionales, pero a la que no hacen ni puto caso) no sea capaz de comparar, discernir y decidir.
Si te autoproclamas “progresista” deberías entender que dicho concepto sociopolítico va ligado a PROGRESAR (mejorar) en lo individual y en lo colectivo. Y que si hay problemas, deben buscarse soluciones reales que hagan que ese problema deje de existir o esté en vías de arreglarse, para que el ciudadano y el país progresen.
Pero el político actual en España, especialmente los que se definen a sí mismos como progresistas, están lejos de entenderlo. Su pretendida superioridad moral les impide aceptar críticas y ser auto críticos. De ahí su insistencia cerril en achacar siempre a otros sus propios errores, ineptitudes y fracasos (y si es al régimen anterior, mejor). Pero me temo que ya empieza a no colar…porque los números, la realidad y el recuerdo (que no la “Memoria política”) revelan lo contrario.
Recordemos que, a estas alturas, han transcurrido ya más años de Democracia parlamentaria multipartidista y alternante (50) que de franquismo (37). Ello permite realizar con mayor perspectiva y neutralidad un análisis comparativo al disponer de una amplia visión en variados aspectos y políticas. Mucho me temo, queridos progresistas de nuevo cuño (o sea, populistas) que-lejos de mensajes partidistas de resentimiento y falsa memoria- nuestra juventud empieza a analizar y a conocer la verdad gracias a las herramientas anteriormente mencionadas y a las conversaciones con personas allegadas que-lejos de ser añorantes del franquismo- lo vivieron en primera persona, aceptaron la Transición y pueden hablar de todo ello con conocimiento de causa.
Se pueden analizar científicamente, con empirismo y datos sin politización, los resultados de las diferentes políticas de ambos periodos históricos y sus consecuencias para el bienestar de los españoles. Bastaría con comparar las políticas de vivienda, salarios y su evolución, capacidad y evolución de la industria, de la energía, exportaciones, construcción y mantenimiento de infraestructuras, seguridad y tasas de delincuencia, acceso a la educación superior o potencial de cambio y movilidad social gracias al estudio y al esfuerzo para hacerse una idea.
Con mi reflexión sólo pretendo poner el foco en lo equivocado del mensaje de la actual izquierda española en seguir insistiendo en lanzar mensajes simplistas de “alertas antifascistas” o del tipo “Franco malo, República buena” como único banderín de enganche para la juventud española, cuando nuestros jóvenes (los que han querido saber) conocen hoy un montón de realidades documentadas que contrastan bastante negativamente con las que les está tocando vivir.
Por no ser muy exhaustivo ni pretender hacer un análisis de todas las magnitudes (que seguro se están analizando en otros estudios sociológicos y macroeconómicos) podemos repasar unas cuantas:
En el periodo anterior hubo una política real y efectiva de vivienda, bien planificada y ejecutada, construyendo varios millones de viviendas protegidas (de acceso a las clases trabajadoras), se urbanizaron y crearon cientos de nuevos barrios con dotaciones mínimas y poblados de colonización agrícola con casa y tierras para sus moradores. Se reguló adecuadamente el precio de la vivienda para permitir su acceso al que-con justificación- la necesitara.
La consecuencia es que se acabó con el chabolismo en las grandes ciudades y muchas familias accedieron a tener una vivienda en propiedad en condiciones de pago muy asequibles. Quien vivía de renta cumplía con su obligación y el propietario vivía con tranquilidad. El flujo de compra-ventas y alquileres funcionaba sin complicaciones y con bastante flexibilidad en un mercado regulado.
La realidad que nos encontramos hoy (tras 50 años de democracia) es que la promoción y construcción pública se ha desplomado desde 1986 y está prácticamente paralizada desde 2010. Consecuentemente, nuestro parque público está en torno a sólo un 2% (17% en Alemania o 22% en P.Bajos).
Con unas políticas cambiantes, basadas en ideología y totalmente alejadas de la realidad, de los problemas del sector y de la gente, las medidas más importantes se han centrado en el control, las tasas impositivas, la demonización y señalamiento del propietario o la súper regulación. Estas medidas-junto al incremento de población, a la necesidad de nuevos hogares y el nulo interés por construir pública o privadamente- han abocado a un mercado con escasez de oferta para la nueva y creciente demanda.
¿Creen ustedes que conociendo esto por sus familiares mayores, o por haberlo leído o visto en redes, la juventud actual que aspira a poder vivir dignamente, a formar su propio hogar, a emanciparse rebelándose por ver que es imposible, es franquista o pertenece a la fachosfera? ¿Creen que destinar casi tres cuartas partes del salario a tener una casa en la que vivir y decir que es ilógico, inmoral e injusto siendo, a la vez conscientes de que la política y los políticos, especialmente los que están en el poder, no están aportando soluciones y darse cuenta de que sus padres a su edad sí lo tenían, los convierte en franquistas?
Una gran mayoría de nuestra juventud actual tiene formación en Estudios Superiores universitarios o de Formación Profesional pero escasas expectativas de usarla en un trabajo adecuado. Como dice el proverbio: “de aquellos polvos, estos lodos”: A mediados de los 80 y en los 90 la gran reconversión industrial en los sectores de mayor mano de obra (minería, astilleros, metalurgia, automoción, aeronáutica) más decisiones políticas de privatizaciones de empresas públicas provocaron que España perdiera más del 30% de su capacidad industrial que no se ha visto compensada con el despertar y desarrollo de otros sectores de mayor valor añadido (excepción hecha de las energías renovables).
Nuestros políticos lanzan discursos muy modernos (ya saben: resiliencia, transversalidad, diversidad, sostenibilidad) pero la única realidad palpable es que hemos perdido el tren de la modernidad y el futuro para echarnos en manos de las subvenciones, ayudas, gasto y endeudamiento públicos y los fondos europeos. Eso y ser hosteleros para los cien millones de visitantes.
Para rematar la foto, casi el 70% de los jóvenes piensa que España empeora.
El 40% contempla emigrar y, en algunos sectores, hasta el 60%. (Fuente: INE-Instituto Nacional de Estadística)
La consecuencia de todas estas nefastas políticas de nuestros ínclitos representantes (la mayoría ineptos y no pocos, corruptos) es bien sabida y -desgraciadamente-sufrida por nuestros jóvenes:
-aunque nos intentan colar que somos campeones mundiales en PIB bruto la realidad es que la renta per cápita ha subido un 15% desde 2018, pero con el ajuste de la inflación acumulada el poder adquisitivo real cae un 3%.
-mientras que los precios básicos han subido escandalosamente (Cesta de la compra, un 38%; Luz 50%; Gas 60% o Gasolina 30%) los jóvenes no encuentran trabajo o si lo tienen es precario, no acorde a su formación y mal retribuido. La consecuencia es que, ahora mismo, en términos reales, un joven gana hoy en España lo mismo que uno en 2005, pero paga el doble por casi todo lo necesario.
¿Creen ustedes que cuando salen estos temas de conversación en casa y el joven es consciente de que sus padres e incluso sus abuelos vivían mejor que él y consiguieron forjarse una vida, está mitificando el franquismo o constatando su terrible realidad? ¿Imaginan que creerá que va a encontrar la solución a sus problemas echándose en manos de promesas incumplidas o de mitos revolucionarios salvadores de la “famélica legión”?
El mito y la solución no están en el pasado, están en el presente. Y ser conscientes de ello no los convierte añorantes del pasado, ni en fascistas o fachosfera.
Nuestra retrógrada izquierda y toda la clase política seguidista y acomplejada ha fomentado un discurso educativo y unas leyes de Enseñanza que, en vez de enseñar, han pretendido adoctrinar. En lugar de profundizar y sostener los valores tradicionales de nuestra cultura occidental (libertad, igualdad, solidaridad, respeto al prójimo y a las ideas, orgullo de pertenencia a un país y a su historia, democracia, unidad, familia, Estado de bienestar, sentido crítico, etc.) se han promovido nuevos valores postmodernos (diversidad, feminismo, antipatriarcado, deconstrucción de masculinidad tóxica, autodeterminaciones de las personas y los pueblos, lo colectivo frente a lo individual, multiculturalidad, anti meritocracia, etc.) y todo en clave de enfrentamiento.
En lo que respecta a nuestra historia más reciente los planes de estudio vienen insistiendo en el mensaje monócromo , monolítico y maniqueo de que Franco fue un dictador y el franquismo sólo represión, censura, religión, encarcelamientos y atraso. No negaré la realidad histórica, menos habiéndolo vivido durante veinte años. Todo lo dicho es cierto. Pero también son ciertas algunas de las realidades que he expuesto anteriormente y que nuestros jóvenes están descubriendo.
Y claro ¿cómo les explicas que un país europeo y democrático, con casi cincuenta años de estabilidad institucional, de progreso de las libertades, economía desarrollada, pertenencia a todos los organismos internacionales, etc. no consigue ofrecerles una posibilidad de acceso a Vivienda (en propiedad o alquiler), salidas laborales acordes a su nivel formativo, sueldos dignos, movilidad social como la tuvieron sus padres, seguridad básica, servicios públicos modernos sin sobresaltos (apagones, retrasos, cancelaciones, listas de espera, etc.) o un horizonte vital mejor que el de sus padres?
En el choque entre la realidad inventada que relata el oficialismo ayudado por todas sus terminales mediáticas y la cruda realidad percibida por la juventud española es donde se encuentran el desgarro, la apatía, la desafección o el cabreo. Nos encontramos con relatos oficiales moralistas, infantilizadores e identitario-sectarios que proponen soluciones a problemas poco cercanos o directamente exagerados, cuando no inventados (de nuevo las “alertas antifascistas”, la liberación del malvado capitalismo, la recreación de “espacios seguros” o la salvación de colectivos minoritarios con problemas nimios exagerados hasta hacerlo ridículos). Una parte significativa de nuestra juventud empieza a verlo y empieza a estar harta. Pero ni son franquistas, ni anhelan el fascismo. Quieren soluciones a problemas reales; a sus problemas.
Nuestro Gobierno (muy progresista), nuestra clase política y nuestro sistema democrático deben empezar a darse cuenta de que los jóvenes que abren los ojos no son nostálgicos del pasado sino decepcionados con la decadencia actual y cabreados con todos los que proponen soluciones para la vida de los demás pero solo solucionan la suya.
No se romantiza a Franco. No hay fascistas hasta debajo de las piedras. Ser crítico no es ser fascista. No son necesarias, por tanto, tantas “alertas antifascistas” constantemente anunciadas desde la ultraizquierda. En todo caso para defenderse de ellos porque-cuando nuestros jóvenes más interesados investigan un poco- descubren que las prácticas más fascistas (impedir el acceso a clase, no dejar oir voces discrepantes, recurrir a la violencia y al acoso, señalar y clausurar) están precisamente presentes en esos que se llaman antifascistas.
Entonces ¿qué está pasando? ¿cómo es posible que tras 50 años de sistema democrático haya jóvenes que vuelvan la vista al pasado?
Como decía un exitoso eslogan publicitario famoso precisamente en los últimos años del franquismo: “Busque, Compare, y si encuentra algo mejor ¡cómprelo!” Esa es la cuestión. Los jóvenes, inquietos por su situación, están haciendo lo que aconsejaba ese eslogan: están buscando referencias e información, están comparando y están constatando que, por decirlo en lenguaje de la calle, “lo tienen crudo”. Y están llegando a la conclusión de que la democracia está muy bien (es lo que han vivido sin conocer otra cosa) pero un futuro con certidumbre, tranquilidad, estabilidad y perspectivas está mejor.
Pero, insisto, eso no significa que quieran franquismo ni regreso a un sistema preconstitucional. La comparación les explota en la cabeza.
Si el sistema democrático funcionara y no hubiera tanta corrupción, amiguismo, ineficacias, burocracia, descontrol en las inversiones y en el gasto, esa enfermiza obsesión de los partidos hegemónicos por controlar todos los organismos que deberían controlarlos a ellos; si no hubiera tanto funcionariado inútil y tantos chiringuitos nadie perdería un minuto comparando con lo que se hacía cuando un viejo general dictador,muerto hace ya medio siglo, mandaba en el país.
Pero si el país no funciona- por mucho que les digan que todo va bien- y ellos no lo perciben es lógico que empiecen a investigar y comparar. Para tener fe en el sistema democrático que llevamos disfrutando 50 años tienen que sentir que este les ampara y les ofrece posibilidades y un futuro mejor (o al menos igual) que el que tuvieron sus padres.
Por eso, insisto, los jóvenes que ya no oyen los cantos de sirena de las revoluciones, el activismo o la lucha de clases no es que quieran recuperar el franquismo; ni son fascistas. Quieren que su país, su democracia, sea capaz de ofrecerles un futuro mejor que su pasado. Y eso no es nostalgia del franquismo, estúpidos. Es decepción con nuestros políticos, con gobiernos que no aportan soluciones y solo les preocupa el relato y con el sistema actual partitocrático y seguidista del líder que solo fomenta la adscripción borreguil de incultos, ineptos, aprovechados y corruptos. Eso sí que es peligroso. Y responsabilidad y culpa del presente, no de Franco.
Miguel Angel Vegas
Ciudadano cabreado
Llevamos ya una larga temporada en la que, desde los ámbitos cercanos al poder y desde el poder político mismo, se saca a Franco y al franquismo a colación por cualquier motivo; fundamentalmente se exhibe cual espantajo para tapar hechos de corrupción, fallos del sistema democrático, abusos del poder ejecutivo o ineptitudes y falsedades de los partidos políticos.
En lugar de reconocer los errores propios, rectificar o asumir las consecuencias (¡qué lejos les queda el noble acto de dimitir!) se insiste en volver la vista atrás, pero solo al “atrás” que les interesa porque -al parecer-sigue siendo rentable políticamente gracias al tan español sentimiento de pertenencia a un bando. Parece que les gusta. Y les va bien que haya dos Españas.
Desde el propio poder se alienta, fabrica y abusa de la polarización y de la mentira histórica para seguir construyendo barreras, muros y trincheras. No importan el bien común, el progreso, la estabilidad, la proyección internacional del país o la decencia. Importa “ganar el relato”, reescribir la historia y hacer creer que sólo es progresista el Gobierno actual y todo lo que emane de él. Sin alternativa ni opción. Por supuesto, sin posibilidad de rebatir tamaña afimación, o serás fascista.
Asistimos a una permanente exaltación de una parte de nuestra historia mientras se demoniza otra. Se proyectan mensajes contundentes, ligeros, digestibles y sectarios (o sea, populistas) para públicos de igual calaña y nivel. Se insiste en que un porcentaje preocupante de la juventud actual “romantiza” a Franco achacándolo a que no han estudiado la historia “convenientemente”, a que las redes les manipulan o que su nivel cultural no les permite apreciar la verdad. Y como complemento, se despliegan “alertas antifascistas” permanentemente y por doquier.
Quien lo dice, repite y machaca no es consciente de que, probablemente, está sucediendo lo contrario. La juventud está empezando a tener cierta perspectiva histórica porque se interesa más por la política, tiene referentes cercanos con quien contrastar (padres y abuelos) además de la información que buscan y encuentran en los libros (los menos) y en las redes sociales (mayoritariamente) que les permite comparar con lo que les está tocando vivir.
Gracias a ello están dotándose de un sentimiento crítico que, lejos de regirse por consignas partidistas cerriles y acríticas con su propio pasado e historia, provocan su enfado comparativo: por el engaño, por la falta de expectativas, por la escasez de alternativas y porque empiezan a ser conscientes de que sus padres vivían mejor.
Hay que ser muy necio, cerril y sectario para no entender que la gente (esa a la que tanto aluden en sus mensajes los políticos profesionales, pero a la que no hacen ni puto caso) no sea capaz de comparar, discernir y decidir.
Si te autoproclamas “progresista” deberías entender que dicho concepto sociopolítico va ligado a PROGRESAR (mejorar) en lo individual y en lo colectivo. Y que si hay problemas, deben buscarse soluciones reales que hagan que ese problema deje de existir o esté en vías de arreglarse, para que el ciudadano y el país progresen.
Pero el político actual en España, especialmente los que se definen a sí mismos como progresistas, están lejos de entenderlo. Su pretendida superioridad moral les impide aceptar críticas y ser auto críticos. De ahí su insistencia cerril en achacar siempre a otros sus propios errores, ineptitudes y fracasos (y si es al régimen anterior, mejor). Pero me temo que ya empieza a no colar…porque los números, la realidad y el recuerdo (que no la “Memoria política”) revelan lo contrario.
Recordemos que, a estas alturas, han transcurrido ya más años de Democracia parlamentaria multipartidista y alternante (50) que de franquismo (37). Ello permite realizar con mayor perspectiva y neutralidad un análisis comparativo al disponer de una amplia visión en variados aspectos y políticas. Mucho me temo, queridos progresistas de nuevo cuño (o sea, populistas) que-lejos de mensajes partidistas de resentimiento y falsa memoria- nuestra juventud empieza a analizar y a conocer la verdad gracias a las herramientas anteriormente mencionadas y a las conversaciones con personas allegadas que-lejos de ser añorantes del franquismo- lo vivieron en primera persona, aceptaron la Transición y pueden hablar de todo ello con conocimiento de causa.
Se pueden analizar científicamente, con empirismo y datos sin politización, los resultados de las diferentes políticas de ambos periodos históricos y sus consecuencias para el bienestar de los españoles. Bastaría con comparar las políticas de vivienda, salarios y su evolución, capacidad y evolución de la industria, de la energía, exportaciones, construcción y mantenimiento de infraestructuras, seguridad y tasas de delincuencia, acceso a la educación superior o potencial de cambio y movilidad social gracias al estudio y al esfuerzo para hacerse una idea.
Con mi reflexión sólo pretendo poner el foco en lo equivocado del mensaje de la actual izquierda española en seguir insistiendo en lanzar mensajes simplistas de “alertas antifascistas” o del tipo “Franco malo, República buena” como único banderín de enganche para la juventud española, cuando nuestros jóvenes (los que han querido saber) conocen hoy un montón de realidades documentadas que contrastan bastante negativamente con las que les está tocando vivir.
Por no ser muy exhaustivo ni pretender hacer un análisis de todas las magnitudes (que seguro se están analizando en otros estudios sociológicos y macroeconómicos) podemos repasar unas cuantas:
En el periodo anterior hubo una política real y efectiva de vivienda, bien planificada y ejecutada, construyendo varios millones de viviendas protegidas (de acceso a las clases trabajadoras), se urbanizaron y crearon cientos de nuevos barrios con dotaciones mínimas y poblados de colonización agrícola con casa y tierras para sus moradores. Se reguló adecuadamente el precio de la vivienda para permitir su acceso al que-con justificación- la necesitara.
La consecuencia es que se acabó con el chabolismo en las grandes ciudades y muchas familias accedieron a tener una vivienda en propiedad en condiciones de pago muy asequibles. Quien vivía de renta cumplía con su obligación y el propietario vivía con tranquilidad. El flujo de compra-ventas y alquileres funcionaba sin complicaciones y con bastante flexibilidad en un mercado regulado.
La realidad que nos encontramos hoy (tras 50 años de democracia) es que la promoción y construcción pública se ha desplomado desde 1986 y está prácticamente paralizada desde 2010. Consecuentemente, nuestro parque público está en torno a sólo un 2% (17% en Alemania o 22% en P.Bajos).
Con unas políticas cambiantes, basadas en ideología y totalmente alejadas de la realidad, de los problemas del sector y de la gente, las medidas más importantes se han centrado en el control, las tasas impositivas, la demonización y señalamiento del propietario o la súper regulación. Estas medidas-junto al incremento de población, a la necesidad de nuevos hogares y el nulo interés por construir pública o privadamente- han abocado a un mercado con escasez de oferta para la nueva y creciente demanda.
¿Creen ustedes que conociendo esto por sus familiares mayores, o por haberlo leído o visto en redes, la juventud actual que aspira a poder vivir dignamente, a formar su propio hogar, a emanciparse rebelándose por ver que es imposible, es franquista o pertenece a la fachosfera? ¿Creen que destinar casi tres cuartas partes del salario a tener una casa en la que vivir y decir que es ilógico, inmoral e injusto siendo, a la vez conscientes de que la política y los políticos, especialmente los que están en el poder, no están aportando soluciones y darse cuenta de que sus padres a su edad sí lo tenían, los convierte en franquistas?
Una gran mayoría de nuestra juventud actual tiene formación en Estudios Superiores universitarios o de Formación Profesional pero escasas expectativas de usarla en un trabajo adecuado. Como dice el proverbio: “de aquellos polvos, estos lodos”: A mediados de los 80 y en los 90 la gran reconversión industrial en los sectores de mayor mano de obra (minería, astilleros, metalurgia, automoción, aeronáutica) más decisiones políticas de privatizaciones de empresas públicas provocaron que España perdiera más del 30% de su capacidad industrial que no se ha visto compensada con el despertar y desarrollo de otros sectores de mayor valor añadido (excepción hecha de las energías renovables).
Nuestros políticos lanzan discursos muy modernos (ya saben: resiliencia, transversalidad, diversidad, sostenibilidad) pero la única realidad palpable es que hemos perdido el tren de la modernidad y el futuro para echarnos en manos de las subvenciones, ayudas, gasto y endeudamiento públicos y los fondos europeos. Eso y ser hosteleros para los cien millones de visitantes.
Para rematar la foto, casi el 70% de los jóvenes piensa que España empeora.
El 40% contempla emigrar y, en algunos sectores, hasta el 60%. (Fuente: INE-Instituto Nacional de Estadística)
La consecuencia de todas estas nefastas políticas de nuestros ínclitos representantes (la mayoría ineptos y no pocos, corruptos) es bien sabida y -desgraciadamente-sufrida por nuestros jóvenes:
-aunque nos intentan colar que somos campeones mundiales en PIB bruto la realidad es que la renta per cápita ha subido un 15% desde 2018, pero con el ajuste de la inflación acumulada el poder adquisitivo real cae un 3%.
-mientras que los precios básicos han subido escandalosamente (Cesta de la compra, un 38%; Luz 50%; Gas 60% o Gasolina 30%) los jóvenes no encuentran trabajo o si lo tienen es precario, no acorde a su formación y mal retribuido. La consecuencia es que, ahora mismo, en términos reales, un joven gana hoy en España lo mismo que uno en 2005, pero paga el doble por casi todo lo necesario.
¿Creen ustedes que cuando salen estos temas de conversación en casa y el joven es consciente de que sus padres e incluso sus abuelos vivían mejor que él y consiguieron forjarse una vida, está mitificando el franquismo o constatando su terrible realidad? ¿Imaginan que creerá que va a encontrar la solución a sus problemas echándose en manos de promesas incumplidas o de mitos revolucionarios salvadores de la “famélica legión”?
El mito y la solución no están en el pasado, están en el presente. Y ser conscientes de ello no los convierte añorantes del pasado, ni en fascistas o fachosfera.
Nuestra retrógrada izquierda y toda la clase política seguidista y acomplejada ha fomentado un discurso educativo y unas leyes de Enseñanza que, en vez de enseñar, han pretendido adoctrinar. En lugar de profundizar y sostener los valores tradicionales de nuestra cultura occidental (libertad, igualdad, solidaridad, respeto al prójimo y a las ideas, orgullo de pertenencia a un país y a su historia, democracia, unidad, familia, Estado de bienestar, sentido crítico, etc.) se han promovido nuevos valores postmodernos (diversidad, feminismo, antipatriarcado, deconstrucción de masculinidad tóxica, autodeterminaciones de las personas y los pueblos, lo colectivo frente a lo individual, multiculturalidad, anti meritocracia, etc.) y todo en clave de enfrentamiento.
En lo que respecta a nuestra historia más reciente los planes de estudio vienen insistiendo en el mensaje monócromo , monolítico y maniqueo de que Franco fue un dictador y el franquismo sólo represión, censura, religión, encarcelamientos y atraso. No negaré la realidad histórica, menos habiéndolo vivido durante veinte años. Todo lo dicho es cierto. Pero también son ciertas algunas de las realidades que he expuesto anteriormente y que nuestros jóvenes están descubriendo.
Y claro ¿cómo les explicas que un país europeo y democrático, con casi cincuenta años de estabilidad institucional, de progreso de las libertades, economía desarrollada, pertenencia a todos los organismos internacionales, etc. no consigue ofrecerles una posibilidad de acceso a Vivienda (en propiedad o alquiler), salidas laborales acordes a su nivel formativo, sueldos dignos, movilidad social como la tuvieron sus padres, seguridad básica, servicios públicos modernos sin sobresaltos (apagones, retrasos, cancelaciones, listas de espera, etc.) o un horizonte vital mejor que el de sus padres?
En el choque entre la realidad inventada que relata el oficialismo ayudado por todas sus terminales mediáticas y la cruda realidad percibida por la juventud española es donde se encuentran el desgarro, la apatía, la desafección o el cabreo. Nos encontramos con relatos oficiales moralistas, infantilizadores e identitario-sectarios que proponen soluciones a problemas poco cercanos o directamente exagerados, cuando no inventados (de nuevo las “alertas antifascistas”, la liberación del malvado capitalismo, la recreación de “espacios seguros” o la salvación de colectivos minoritarios con problemas nimios exagerados hasta hacerlo ridículos). Una parte significativa de nuestra juventud empieza a verlo y empieza a estar harta. Pero ni son franquistas, ni anhelan el fascismo. Quieren soluciones a problemas reales; a sus problemas.
Nuestro Gobierno (muy progresista), nuestra clase política y nuestro sistema democrático deben empezar a darse cuenta de que los jóvenes que abren los ojos no son nostálgicos del pasado sino decepcionados con la decadencia actual y cabreados con todos los que proponen soluciones para la vida de los demás pero solo solucionan la suya.
No se romantiza a Franco. No hay fascistas hasta debajo de las piedras. Ser crítico no es ser fascista. No son necesarias, por tanto, tantas “alertas antifascistas” constantemente anunciadas desde la ultraizquierda. En todo caso para defenderse de ellos porque-cuando nuestros jóvenes más interesados investigan un poco- descubren que las prácticas más fascistas (impedir el acceso a clase, no dejar oir voces discrepantes, recurrir a la violencia y al acoso, señalar y clausurar) están precisamente presentes en esos que se llaman antifascistas.
Entonces ¿qué está pasando? ¿cómo es posible que tras 50 años de sistema democrático haya jóvenes que vuelvan la vista al pasado?
Como decía un exitoso eslogan publicitario famoso precisamente en los últimos años del franquismo: “Busque, Compare, y si encuentra algo mejor ¡cómprelo!” Esa es la cuestión. Los jóvenes, inquietos por su situación, están haciendo lo que aconsejaba ese eslogan: están buscando referencias e información, están comparando y están constatando que, por decirlo en lenguaje de la calle, “lo tienen crudo”. Y están llegando a la conclusión de que la democracia está muy bien (es lo que han vivido sin conocer otra cosa) pero un futuro con certidumbre, tranquilidad, estabilidad y perspectivas está mejor.
Pero, insisto, eso no significa que quieran franquismo ni regreso a un sistema preconstitucional. La comparación les explota en la cabeza.
Si el sistema democrático funcionara y no hubiera tanta corrupción, amiguismo, ineficacias, burocracia, descontrol en las inversiones y en el gasto, esa enfermiza obsesión de los partidos hegemónicos por controlar todos los organismos que deberían controlarlos a ellos; si no hubiera tanto funcionariado inútil y tantos chiringuitos nadie perdería un minuto comparando con lo que se hacía cuando un viejo general dictador,muerto hace ya medio siglo, mandaba en el país.
Pero si el país no funciona- por mucho que les digan que todo va bien- y ellos no lo perciben es lógico que empiecen a investigar y comparar. Para tener fe en el sistema democrático que llevamos disfrutando 50 años tienen que sentir que este les ampara y les ofrece posibilidades y un futuro mejor (o al menos igual) que el que tuvieron sus padres.
Por eso, insisto, los jóvenes que ya no oyen los cantos de sirena de las revoluciones, el activismo o la lucha de clases no es que quieran recuperar el franquismo; ni son fascistas. Quieren que su país, su democracia, sea capaz de ofrecerles un futuro mejor que su pasado. Y eso no es nostalgia del franquismo, estúpidos. Es decepción con nuestros políticos, con gobiernos que no aportan soluciones y solo les preocupa el relato y con el sistema actual partitocrático y seguidista del líder que solo fomenta la adscripción borreguil de incultos, ineptos, aprovechados y corruptos. Eso sí que es peligroso. Y responsabilidad y culpa del presente, no de Franco.
Miguel Angel Vegas
Ciudadano cabreado




















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