NOCTURNOS ERÓTICOS
Capricho y amor
Eugenio-Jesús de Ávila
Desear a una mujer hermosa podría considerarse un capricho, una sensación que se agota sin dejar nada en el recuerdo. Tratar con una mujer inteligente entretiene. Nunca fui caprichoso, ni tan si quiera para lo material; no me gusta que me entretengan para desterrar el tedio del alma.
Yo amo a una dama inteligente y bella. Conversar con ella me provoca todo un deleite intelectual. No siempre abordamos debates profundos, verbigracia: sobre la existencia de Dios, qué es la nada, existe la vida después de la vida; qué es amar; pero también charlamos de preocupaciones muy humanas: dinero, viajes, diversiones, política...
Cuando una mujer solo propone su belleza para enamorarte, fracasará, porque un hombre, sensible, nunca la amará; quizá disfrutará durante un tiempo del placer de contemplar y disfrutará de la voluptuosidad de un cuerpo hermoso; pero, sin duda, la olvidará. La carne se metaboliza, se expulsa, no queda nada dentro de tu ser. El talento, con un toque de sensibilidad, y un barniz de beldad, engancha, queda, enamora.
A Carlota la encontré cuando mi vida no quería seguir representándose. Harto de sexo sin seso, de esa apatía que te ahoga en una nada de desgana, de muerte viva, deseaba escribir el último capítulo de este teatro que representa el alma en el escenario del cuerpo.
Ella lo cambió todo. Verla, aunque solo me entregue su presencia cuando le apetece hablar con un tío especial; escucharla, con la atención que solo un enamorado presta a su amada, y saber que, durante unas horas, sus ojos te ven, sus tímpanos recogen tu voz, mis palabras acarician sus labios, y ensancha, potencia, eleva mi deseo de vivir eternamente.
Ella no es un capricho. No respiro por capricho. No me alimento por capricho. El amor nunca es un capricho. La amo por necesidad.
No necesitaría a Dios ni su paraíso, si ella me amase.
Eugenio-Jesús de Ávila
Desear a una mujer hermosa podría considerarse un capricho, una sensación que se agota sin dejar nada en el recuerdo. Tratar con una mujer inteligente entretiene. Nunca fui caprichoso, ni tan si quiera para lo material; no me gusta que me entretengan para desterrar el tedio del alma.
Yo amo a una dama inteligente y bella. Conversar con ella me provoca todo un deleite intelectual. No siempre abordamos debates profundos, verbigracia: sobre la existencia de Dios, qué es la nada, existe la vida después de la vida; qué es amar; pero también charlamos de preocupaciones muy humanas: dinero, viajes, diversiones, política...
Cuando una mujer solo propone su belleza para enamorarte, fracasará, porque un hombre, sensible, nunca la amará; quizá disfrutará durante un tiempo del placer de contemplar y disfrutará de la voluptuosidad de un cuerpo hermoso; pero, sin duda, la olvidará. La carne se metaboliza, se expulsa, no queda nada dentro de tu ser. El talento, con un toque de sensibilidad, y un barniz de beldad, engancha, queda, enamora.
A Carlota la encontré cuando mi vida no quería seguir representándose. Harto de sexo sin seso, de esa apatía que te ahoga en una nada de desgana, de muerte viva, deseaba escribir el último capítulo de este teatro que representa el alma en el escenario del cuerpo.
Ella lo cambió todo. Verla, aunque solo me entregue su presencia cuando le apetece hablar con un tío especial; escucharla, con la atención que solo un enamorado presta a su amada, y saber que, durante unas horas, sus ojos te ven, sus tímpanos recogen tu voz, mis palabras acarician sus labios, y ensancha, potencia, eleva mi deseo de vivir eternamente.
Ella no es un capricho. No respiro por capricho. No me alimento por capricho. El amor nunca es un capricho. La amo por necesidad.
No necesitaría a Dios ni su paraíso, si ella me amase.




















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