NOCTURNOS ERÓTICOS
El misterio del Erotismo
Hay tres misterios que escapan a mi razón, y confieso que he intentado explicármelos de forma racional: El de la Santísima Trinidad, un solo Dios y tres personas distintas. Alucinante. La Teoría de la Relatividad de Einstein y…el definitivo, cómo hubo en mi vida mujeres, muy guapas, cierto, que se enamorasen de mí. Si los enigmas religioso y físico antes mentados me resultan incomprensibles, el que se refiere a mi atractivo erótico lo he dejado en el baúl de las causas perdidas.
Si carezco de clase, no soy elegante, sonrío poco, mi cultura es parva, mi deterioro físico resulta evidente, cómo es posible que enamoré todavía a féminas que podrían ser mis hijas o sobrinas, damas de otra generación distante a la mía. Y, ha tiempo, cuando todavía conservaba parte de la fachada, paseé con damas muy hermosas, ante las que me sentía acojonado, como si me diera miedo tanta belleza. Y no he sido un tipo lanzado, sino más bien tímido.
Y, salvo excepciones, las mujeres de mi vida no solo mostraban cualidades físicas excepcionales, sino que la hermosura se vio acompañada por el talento, la elegancia y, en algún caso, mala hostia, además ser personas cultivadas. Y ahí, en el camino, me las encontré para acompañarlas un trecho.
Y todas, tampoco sé por qué, me abandonaron. Cierto que resulta duro romper un matrimonio eclesiástico -que te case un edil no me parece serio, sino más bien una broma- o decirle adiós a ese novio de años que ya entra en casa de tus padres, comparte mantel e incluso lecho.
Como he sido un burlador barroco, siempre anduve escondiéndome de unos y otros. Solo me mostré cual soy, sin antifaz ni capa, con tres señoritas, tan libérrimas como yo. Después de tantas romances prohibidos y pasiones frustradas, ya solo espero despedirme de la vida con un amor libérrimo y en carne viva, envuelto en ditirambos, asir a mi pareja por la cintura en rúas y plazuelas, sin avergonzarme; robarle besos del revés y presentarla como a una diosa, a la que oro, idolatro y envidian las adolescentes en flor.
Eugenio-Jesús de Ávila
Hay tres misterios que escapan a mi razón, y confieso que he intentado explicármelos de forma racional: El de la Santísima Trinidad, un solo Dios y tres personas distintas. Alucinante. La Teoría de la Relatividad de Einstein y…el definitivo, cómo hubo en mi vida mujeres, muy guapas, cierto, que se enamorasen de mí. Si los enigmas religioso y físico antes mentados me resultan incomprensibles, el que se refiere a mi atractivo erótico lo he dejado en el baúl de las causas perdidas.
Si carezco de clase, no soy elegante, sonrío poco, mi cultura es parva, mi deterioro físico resulta evidente, cómo es posible que enamoré todavía a féminas que podrían ser mis hijas o sobrinas, damas de otra generación distante a la mía. Y, ha tiempo, cuando todavía conservaba parte de la fachada, paseé con damas muy hermosas, ante las que me sentía acojonado, como si me diera miedo tanta belleza. Y no he sido un tipo lanzado, sino más bien tímido.
Y, salvo excepciones, las mujeres de mi vida no solo mostraban cualidades físicas excepcionales, sino que la hermosura se vio acompañada por el talento, la elegancia y, en algún caso, mala hostia, además ser personas cultivadas. Y ahí, en el camino, me las encontré para acompañarlas un trecho.
Y todas, tampoco sé por qué, me abandonaron. Cierto que resulta duro romper un matrimonio eclesiástico -que te case un edil no me parece serio, sino más bien una broma- o decirle adiós a ese novio de años que ya entra en casa de tus padres, comparte mantel e incluso lecho.
Como he sido un burlador barroco, siempre anduve escondiéndome de unos y otros. Solo me mostré cual soy, sin antifaz ni capa, con tres señoritas, tan libérrimas como yo. Después de tantas romances prohibidos y pasiones frustradas, ya solo espero despedirme de la vida con un amor libérrimo y en carne viva, envuelto en ditirambos, asir a mi pareja por la cintura en rúas y plazuelas, sin avergonzarme; robarle besos del revés y presentarla como a una diosa, a la que oro, idolatro y envidian las adolescentes en flor.
Eugenio-Jesús de Ávila




















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