NAVIDAD
Zamora se transforma en Navidad...para bien
Eugenio-Jesús de Ávila
Cuando se tiene más pasado que futuro, la Navidad se celebra sin alegría, sin ganas, con tristeza. Los recuerdos, hijos predilectos de la memoria, se apoderan de tu mente, se hacen sangre y recorren las venas y las arterias del alma. Las lágrimas, los glóbulos rojos del espíritu, resbalan, lentamente, con suavidad, por las mejillas. Las gentes que amaste, abuelos, padres, hermanos y amigos, a los que la muerte arrebató el sístole y el diástole de la vida, regresan para ocupar un espacio vacío que queda en tu esencia desde que se fueron. El dolor de la ausencia.
No celebro tampoco el solsticio de invierno. No soy un progre de manual, ni un celta o un semita. El sol no vence. La derrota va en cada uno de nosotros desde que nacemos, como seres efímeros que somos. No festejo nada más que ciertos reencuentros. No me gusta las comidas y las cenas, donde la gula se impone a la ingesta inteligente y sobria.
Como dije en su momento, Semana Santa dejó de ser católica, como la España de Azaña, para pasar a transformarse en una tradición; también la Navidad ha ido perdiendo su carácter religioso. Ya no se celebra el Nacimiento del Niño Jesús en Belén. Las fiestas de diciembre se han convertido en degustación de viandas extraordinarias, en encuentros familiares, en divertimento para los niños y los jóvenes, en erotismo por decreto, exaltación de la hipocresía, felicitaciones de libro, abrazos y deseos imposibles, búsqueda del placer perdido, vacaciones y ocio.
Ahora bien, no se tome como crítica lo escrito en los párrafos anteriores, sino como una descripción de una realidad incuestionable. Decía Malraux, en los años finales de la pasada centuria, que “el siglo XXI será espiritual o no será”. Afirmo ahora, cuando el moribundo diciembre se diluye, que la Navidad ya es también fiesta de la tradición, vencedora de la Nochebuena cristiana, de noches de paz trasmutadas en noches de hedonismo´.
No obstante, me encanta Zamora durante estas fiestas, porque vivimos una ucronía: la ciudad que pudo ser y no fue. Muchos zamoranos que cuajaron su vida lejos de su patria chica, vuelven a su lar para reencontrarse con familias y amigos. Zamora se reactiva económicamente, deja de ser la ya clásica urbe anquilosada y timorata para convertirse en atractiva y elegante, pujante y con vida.
Eugenio-Jesús de Ávila
Cuando se tiene más pasado que futuro, la Navidad se celebra sin alegría, sin ganas, con tristeza. Los recuerdos, hijos predilectos de la memoria, se apoderan de tu mente, se hacen sangre y recorren las venas y las arterias del alma. Las lágrimas, los glóbulos rojos del espíritu, resbalan, lentamente, con suavidad, por las mejillas. Las gentes que amaste, abuelos, padres, hermanos y amigos, a los que la muerte arrebató el sístole y el diástole de la vida, regresan para ocupar un espacio vacío que queda en tu esencia desde que se fueron. El dolor de la ausencia.
No celebro tampoco el solsticio de invierno. No soy un progre de manual, ni un celta o un semita. El sol no vence. La derrota va en cada uno de nosotros desde que nacemos, como seres efímeros que somos. No festejo nada más que ciertos reencuentros. No me gusta las comidas y las cenas, donde la gula se impone a la ingesta inteligente y sobria.
Como dije en su momento, Semana Santa dejó de ser católica, como la España de Azaña, para pasar a transformarse en una tradición; también la Navidad ha ido perdiendo su carácter religioso. Ya no se celebra el Nacimiento del Niño Jesús en Belén. Las fiestas de diciembre se han convertido en degustación de viandas extraordinarias, en encuentros familiares, en divertimento para los niños y los jóvenes, en erotismo por decreto, exaltación de la hipocresía, felicitaciones de libro, abrazos y deseos imposibles, búsqueda del placer perdido, vacaciones y ocio.
Ahora bien, no se tome como crítica lo escrito en los párrafos anteriores, sino como una descripción de una realidad incuestionable. Decía Malraux, en los años finales de la pasada centuria, que “el siglo XXI será espiritual o no será”. Afirmo ahora, cuando el moribundo diciembre se diluye, que la Navidad ya es también fiesta de la tradición, vencedora de la Nochebuena cristiana, de noches de paz trasmutadas en noches de hedonismo´.
No obstante, me encanta Zamora durante estas fiestas, porque vivimos una ucronía: la ciudad que pudo ser y no fue. Muchos zamoranos que cuajaron su vida lejos de su patria chica, vuelven a su lar para reencontrarse con familias y amigos. Zamora se reactiva económicamente, deja de ser la ya clásica urbe anquilosada y timorata para convertirse en atractiva y elegante, pujante y con vida.















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