EL BECARIO TARDÍO
Colgado en la pared
Esteban Pedrosa
![[Img #104198]](https://eldiadezamora.es/upload/images/12_2025/7463_pedrosa.jpg)
Sabías que ya no era posible, pero te aferrabas a la idea con el ahínco que te había faltado tiempo atrás, del que estabas sobrada en aquellas fechas que quedaron indelebles en un calendario que yo me afané por perpetuar en nuestras biografías, dejando señuelos en días concretos, importantes solo para ti y para mí y nuestra manía de ceñirlo todo a aquellas hojas de papel reciclado, en cuya portada rezaba “Calendario monástico”, que alguien, algún día nos lo regaló -a nosotros, que ya no creíamos en casi nada- y nos pasamos toda una tarde interesándonos por aquellos nombres tan raros de santos de los que nunca habíamos oído hablar, compadeciéndonos, incluso, de la gente que pudiera haber sido bautizada con alguno de ellos e intentando adivinar el diminutivo con el que pudieron haberse socorrido para evitar el escarnio. Te recuerdo a ti interesándote por los monasterios y abadías de los que se escribía en aquellas hojas, leyendo de cabo a rabo todo lo concerniente a su fundación y sus motivos, su historia e imaginándote las vicisitudes por las que pudieron pasar sus moradores y hasta te pusiste a divagar sobre las posibles historias de amor que pudieron vivirse entre sus muros, a las que adjetivaste de pasionales por la necesidad imperiosa de vivir las mismas historias que se vivían en el exterior y no sentirse allí enterrados de por vida.
Lo tuvimos colgado en la pared aquel año y el siguiente, hasta que lo perdimos de vista en nuestra primera mudanza y no volvió a aparecer hasta hace unos días, cuando estrenaba casa en solitario y lo encontré en aquella caja que decía “libros por leer” y tenerlo ante mí fue recordar tu última carta y aquella necesidad de volver a hablar conmigo, cuando sabías que no era posible y aferrarte a aquel ahínco tardío no era la solución a nuestros problemas.
![[Img #104198]](https://eldiadezamora.es/upload/images/12_2025/7463_pedrosa.jpg)
Sabías que ya no era posible, pero te aferrabas a la idea con el ahínco que te había faltado tiempo atrás, del que estabas sobrada en aquellas fechas que quedaron indelebles en un calendario que yo me afané por perpetuar en nuestras biografías, dejando señuelos en días concretos, importantes solo para ti y para mí y nuestra manía de ceñirlo todo a aquellas hojas de papel reciclado, en cuya portada rezaba “Calendario monástico”, que alguien, algún día nos lo regaló -a nosotros, que ya no creíamos en casi nada- y nos pasamos toda una tarde interesándonos por aquellos nombres tan raros de santos de los que nunca habíamos oído hablar, compadeciéndonos, incluso, de la gente que pudiera haber sido bautizada con alguno de ellos e intentando adivinar el diminutivo con el que pudieron haberse socorrido para evitar el escarnio. Te recuerdo a ti interesándote por los monasterios y abadías de los que se escribía en aquellas hojas, leyendo de cabo a rabo todo lo concerniente a su fundación y sus motivos, su historia e imaginándote las vicisitudes por las que pudieron pasar sus moradores y hasta te pusiste a divagar sobre las posibles historias de amor que pudieron vivirse entre sus muros, a las que adjetivaste de pasionales por la necesidad imperiosa de vivir las mismas historias que se vivían en el exterior y no sentirse allí enterrados de por vida.
Lo tuvimos colgado en la pared aquel año y el siguiente, hasta que lo perdimos de vista en nuestra primera mudanza y no volvió a aparecer hasta hace unos días, cuando estrenaba casa en solitario y lo encontré en aquella caja que decía “libros por leer” y tenerlo ante mí fue recordar tu última carta y aquella necesidad de volver a hablar conmigo, cuando sabías que no era posible y aferrarte a aquel ahínco tardío no era la solución a nuestros problemas.

















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