REFLEXIONES NAVIDEÑAS
Navidad y memoria
Eugenio-Jesús de Ávila
Cronos juega con nosotros. Sabe que, a partir de cierta edad, el tiempo acelera. De tal manera, un año se convierte en un lustro. Más experiencias y menos fuerza. Más amor inteligente y merma de la pasión sexual. Amas como si escribieras un poema, con profundidad. Mis besos se transforman en metáforas y mis caricias buscan la rima sobre la piel de la mujer que anhelo.
En Navidad y en Nochevieja pones a trabajar a la memoria, que es la mamá de los recuerdos. Y cabalgas en la grupa del tiempo, jinete que tira de las riendas de ese caballo desbocado. Y, por lo que a mí respecta, este día de Navidad, 25 de diciembre de 2025, tengo presente que mi papá hubiera cumplido 97 años. Lo celebrará en otra dimensión con sus padres y hermanos, Manuel, Fernando, Pilar y Carmina.
Cuando el tiempo pretérito supera al que te queda por vivir, reflexionas sobre el misterio de la vida y el enigma del tiempo. Y, cuanto más pienses, más incógnitas que despejar. Y habrá un instante que detengas tu mente para evitar que las circunvalaciones de tu cerebro se enroquen, desvaríen y rompan el cráneo.
Para ser feliz hay que pensar poco, a poder ser, nada. Pero, a lo largo del camino, irás encontrándote con otras personas a las que quieres y amas, compartes penas y celebras éxitos, lágrimas y sonrisas, preguntas y te responden. Somos un ser social (zoon politikón), y no porque así lo asegurase Aristóteles, sino porque, desde que naces, necesitas a los demás para vivir. Nos nacen y nos morimos solos. A no ser que seas un loco o un genio para prescindir del prójimo. Amarse a uno mismo es como masturbarse el cerebro. Amar y ser amado te evita pensar en tu finitud. Somos el único animal que se sabe efímero.
Me encanta pensar, recorrer mi pretérito, vivir mi presente y prepararme para mi partido. Schopenhauer, un maestro, lo dejó escrito: “Los hombres vulgares sólo piensan en cómo pasar el tiempo. Un hombre inteligente procura aprovecharlo”.
No seamos vulgares. Extraigamos el néctar de la vida amando y recordando a los que un día se marcharon y todavía permanecen en nuestra memoria.
Una de las obras maestras de Berlanga y Azcona, “Plácido”, se cerraba con este villancico: “Madre, en la puerta hay un niño, parece que tenga frío. Anda, dile que entre, se calentará, porque en esta tierra ya no hay caridad, ni nunca la ha habido, ni nunca la habrá”.
Eugenio-Jesús de Ávila
Eugenio-Jesús de Ávila
Cronos juega con nosotros. Sabe que, a partir de cierta edad, el tiempo acelera. De tal manera, un año se convierte en un lustro. Más experiencias y menos fuerza. Más amor inteligente y merma de la pasión sexual. Amas como si escribieras un poema, con profundidad. Mis besos se transforman en metáforas y mis caricias buscan la rima sobre la piel de la mujer que anhelo.
En Navidad y en Nochevieja pones a trabajar a la memoria, que es la mamá de los recuerdos. Y cabalgas en la grupa del tiempo, jinete que tira de las riendas de ese caballo desbocado. Y, por lo que a mí respecta, este día de Navidad, 25 de diciembre de 2025, tengo presente que mi papá hubiera cumplido 97 años. Lo celebrará en otra dimensión con sus padres y hermanos, Manuel, Fernando, Pilar y Carmina.
Cuando el tiempo pretérito supera al que te queda por vivir, reflexionas sobre el misterio de la vida y el enigma del tiempo. Y, cuanto más pienses, más incógnitas que despejar. Y habrá un instante que detengas tu mente para evitar que las circunvalaciones de tu cerebro se enroquen, desvaríen y rompan el cráneo.
Para ser feliz hay que pensar poco, a poder ser, nada. Pero, a lo largo del camino, irás encontrándote con otras personas a las que quieres y amas, compartes penas y celebras éxitos, lágrimas y sonrisas, preguntas y te responden. Somos un ser social (zoon politikón), y no porque así lo asegurase Aristóteles, sino porque, desde que naces, necesitas a los demás para vivir. Nos nacen y nos morimos solos. A no ser que seas un loco o un genio para prescindir del prójimo. Amarse a uno mismo es como masturbarse el cerebro. Amar y ser amado te evita pensar en tu finitud. Somos el único animal que se sabe efímero.
Me encanta pensar, recorrer mi pretérito, vivir mi presente y prepararme para mi partido. Schopenhauer, un maestro, lo dejó escrito: “Los hombres vulgares sólo piensan en cómo pasar el tiempo. Un hombre inteligente procura aprovecharlo”.
No seamos vulgares. Extraigamos el néctar de la vida amando y recordando a los que un día se marcharon y todavía permanecen en nuestra memoria.
Una de las obras maestras de Berlanga y Azcona, “Plácido”, se cerraba con este villancico: “Madre, en la puerta hay un niño, parece que tenga frío. Anda, dile que entre, se calentará, porque en esta tierra ya no hay caridad, ni nunca la ha habido, ni nunca la habrá”.
Eugenio-Jesús de Ávila















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