ZAMORANA
Desde el puente
Zamora respira otoño, un poco de nostalgia y mucha paz. Cruzando el puente de piedra, se observa la magnífica panorámica de una parte de la ciudad encapsulada como si estuviera dentro de esas bolas de cristal que se agitan y se cubren de nieve; sin embargo, la piedra y el rio son estáticos y capaces de adquirir tonalidades diferentes dependiendo de cómo incida la luz del sol sobre ellos o de la ausencia de ella.
Desde este preciso lugar, más o menos hacia la mitad puente, observo una Zamora en silencio, velada por una tenue bruma, con una larga historia a sus espaladas que la dota de una riqueza extraordinaria; he visto gente en sus calles, grupos que siguen las instrucciones de un guía y recorren el casco histórico con gestos de curiosidad y asombro, porque eso es lo que se obtiene de esta ciudad pequeña, pero tan rica en cultura.
La Zamora de mis sueños hoy se hace todavía más mágica con la iluminación navideña; no obstante, una parte de ella sigue siendo la Zamora de ayer, que todavía conjuga los verbos en pasado, aunque anhela hacerlo en un futuro lleno de promesas que se van haciendo cada vez más realidad. Nada tiene que ver la ciudad actual con la de hace unos años; ahora está más viva, más moderna, más visitada, con grandes proyectos que se están llevando a cabo impidiendo que la capital duerma y proyectando en ella un puñado de ilusiones para gozo y disfrute de los zamoranos y los foráneos que acuden, cada vez en mayor número, a la llamada de diversos acontecimientos que se celebran aquí: hoy son Las Edades del Hombre (no me cansaré de decir que pasan bastante desapercibidas, que faltan en la ciudad carteles e indicaciones que ubiquen los dos centros neurálgicos donde tienen lugar: la iglesia de San Cipriano y la Catedral); mañana será la Feria Fromago; entretanto un sinfín de conciertos, teatros, talleres, presentación de libros, exposiciones…
Aun así, falta mucho por hacer, eso es un hecho. Falta atraer población, sobran carteles de “se vende” o “se alquila” en cantidad de locales, faltan lugares de ocio para adolescentes y jóvenes que tienen pocos sitios donde acudir; es preciso atraer franquicias para ellos igual que se ha hecho con las de moda que se ubican en Santa Clara, y son conocidas por todos.
Hoy, desde el centro del puente de piedra, en una mañana un tanto triste, proclive a la melancolía, me dedico a recorrer con la vista los lugares más emblemáticos desde el castillo; veo los enormes nidos vacíos de cigüeñas que coronan las torres y campanarios, la sólida muralla que circunda la urbe, la iglesia de San Ildefonso erguida y destacando su esbeltez, las casas… y me centro en el rio que hoy transcurre sin apenas movimiento, reflejando en la orilla los árboles y la vegetación que escoltan su cauce.
Mª Soledad Martín Turiño
Zamora respira otoño, un poco de nostalgia y mucha paz. Cruzando el puente de piedra, se observa la magnífica panorámica de una parte de la ciudad encapsulada como si estuviera dentro de esas bolas de cristal que se agitan y se cubren de nieve; sin embargo, la piedra y el rio son estáticos y capaces de adquirir tonalidades diferentes dependiendo de cómo incida la luz del sol sobre ellos o de la ausencia de ella.
Desde este preciso lugar, más o menos hacia la mitad puente, observo una Zamora en silencio, velada por una tenue bruma, con una larga historia a sus espaladas que la dota de una riqueza extraordinaria; he visto gente en sus calles, grupos que siguen las instrucciones de un guía y recorren el casco histórico con gestos de curiosidad y asombro, porque eso es lo que se obtiene de esta ciudad pequeña, pero tan rica en cultura.
La Zamora de mis sueños hoy se hace todavía más mágica con la iluminación navideña; no obstante, una parte de ella sigue siendo la Zamora de ayer, que todavía conjuga los verbos en pasado, aunque anhela hacerlo en un futuro lleno de promesas que se van haciendo cada vez más realidad. Nada tiene que ver la ciudad actual con la de hace unos años; ahora está más viva, más moderna, más visitada, con grandes proyectos que se están llevando a cabo impidiendo que la capital duerma y proyectando en ella un puñado de ilusiones para gozo y disfrute de los zamoranos y los foráneos que acuden, cada vez en mayor número, a la llamada de diversos acontecimientos que se celebran aquí: hoy son Las Edades del Hombre (no me cansaré de decir que pasan bastante desapercibidas, que faltan en la ciudad carteles e indicaciones que ubiquen los dos centros neurálgicos donde tienen lugar: la iglesia de San Cipriano y la Catedral); mañana será la Feria Fromago; entretanto un sinfín de conciertos, teatros, talleres, presentación de libros, exposiciones…
Aun así, falta mucho por hacer, eso es un hecho. Falta atraer población, sobran carteles de “se vende” o “se alquila” en cantidad de locales, faltan lugares de ocio para adolescentes y jóvenes que tienen pocos sitios donde acudir; es preciso atraer franquicias para ellos igual que se ha hecho con las de moda que se ubican en Santa Clara, y son conocidas por todos.
Hoy, desde el centro del puente de piedra, en una mañana un tanto triste, proclive a la melancolía, me dedico a recorrer con la vista los lugares más emblemáticos desde el castillo; veo los enormes nidos vacíos de cigüeñas que coronan las torres y campanarios, la sólida muralla que circunda la urbe, la iglesia de San Ildefonso erguida y destacando su esbeltez, las casas… y me centro en el rio que hoy transcurre sin apenas movimiento, reflejando en la orilla los árboles y la vegetación que escoltan su cauce.
Mª Soledad Martín Turiño



















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