DENUNCIAS
Cuando el vandalismo duele según a quién
El Ayuntamiento se alarma por los daños al mobiliario urbano tras años de indiferencia ante las agresiones sufridas por vecinos y barrios enteros.
Desde el Ayuntamiento de Zamora se lamentan ahora de los actos vandálicos, con declaraciones, condenas públicas y gestos de preocupación. Resulta llamativo que esta sensibilidad institucional emerja precisamente cuando los destrozos afectan al mobiliario urbano y al patrimonio municipal. Cuando durante años los daños se cebaron con propiedades privadas y con barrios concretos, el silencio fue la respuesta habitual.
La llegada de las fiestas navideñas trajo consigo, además del alumbrado, distintos elementos decorativos destinados a embellecer determinadas vías de la ciudad. Fue un ciudadano quien advirtió de que los pequeños árboles colocados a ambos lados de la alfombra de San Torcuato iban desapareciendo progresivamente. Al principio pudo parecer una simple gamberrada, pero pronto quedó claro que no se trataba de un hecho aislado. A este episodio siguieron otros daños al patrimonio municipal, ante los que el Ayuntamiento reaccionó de forma desigual, según la concejalía y, sobre todo, según el responsable político de turno.
Especialmente reveladora fue la respuesta del concejal Viñas, quien llegó a minimizar los hechos al considerar que la reposición del mobiliario resultaba más económica que la judicialización del problema. Un planteamiento que, en la práctica, equivale a asumir los destrozos como un coste asumible y a renunciar de antemano a perseguir a los autores. Si no hay intención de actuar legalmente, el mensaje es claro: el vandalismo sale barato. Otros responsables municipales sí optaron por condenar públicamente los hechos y ofrecer información sobre más episodios ocurridos durante las fiestas, evidenciando así una preocupante falta de criterio común dentro del propio Consistorio.
Lo verdaderamente llamativo es que esta súbita preocupación institucional contraste con años de absoluta pasividad ante situaciones similares. En barrios como La Horta, los vecinos llevan mucho tiempo soportando pequeños pero constantes actos vandálicos sobre viviendas, portales y espacios comunes sin que desde el Ayuntamiento se haya adoptado una respuesta eficaz. Ni campañas preventivas, ni refuerzo de la vigilancia, ni una actuación decidida para proteger la convivencia.
La Horta, un barrio cada vez más despoblado situado a apenas cinco minutos de la Plaza Mayor, fue durante décadas una zona tranquila. La llegada de determinados locales de ocio nocturno alteró por completo esa realidad. Ruidos hasta altas horas de la madrugada, plantas arrancadas de ventanas, orines y vómitos en portales, timbres destrozados, llamadas para salir corriendo, vehículos con la música a todo volumen, conversaciones a las cinco de la mañana como si fueran las tres de la tarde y pintadas en fachadas que aún hoy permanecen. Una acumulación de incivilidades normalizadas ante la indiferencia municipal.Ahora, cuando el vandalismo golpea al mobiliario urbano y al patrimonio municipal, el Ayuntamiento se apresura a mostrar preocupación y a prometer soluciones. Pero el problema no ha nacido estas Navidades ni se limita a unas macetas o unos adornos desaparecidos. Lleva años creciendo a la vista de todos, mientras los vecinos aprendían a convivir con la dejadez institucional. El vandalismo no ha cambiado; lo que ha cambiado es el destinatario del daño. Y esa diferencia lo dice todo.
Desde el Ayuntamiento de Zamora se lamentan ahora de los actos vandálicos, con declaraciones, condenas públicas y gestos de preocupación. Resulta llamativo que esta sensibilidad institucional emerja precisamente cuando los destrozos afectan al mobiliario urbano y al patrimonio municipal. Cuando durante años los daños se cebaron con propiedades privadas y con barrios concretos, el silencio fue la respuesta habitual.
La llegada de las fiestas navideñas trajo consigo, además del alumbrado, distintos elementos decorativos destinados a embellecer determinadas vías de la ciudad. Fue un ciudadano quien advirtió de que los pequeños árboles colocados a ambos lados de la alfombra de San Torcuato iban desapareciendo progresivamente. Al principio pudo parecer una simple gamberrada, pero pronto quedó claro que no se trataba de un hecho aislado. A este episodio siguieron otros daños al patrimonio municipal, ante los que el Ayuntamiento reaccionó de forma desigual, según la concejalía y, sobre todo, según el responsable político de turno.
Especialmente reveladora fue la respuesta del concejal Viñas, quien llegó a minimizar los hechos al considerar que la reposición del mobiliario resultaba más económica que la judicialización del problema. Un planteamiento que, en la práctica, equivale a asumir los destrozos como un coste asumible y a renunciar de antemano a perseguir a los autores. Si no hay intención de actuar legalmente, el mensaje es claro: el vandalismo sale barato. Otros responsables municipales sí optaron por condenar públicamente los hechos y ofrecer información sobre más episodios ocurridos durante las fiestas, evidenciando así una preocupante falta de criterio común dentro del propio Consistorio.
Lo verdaderamente llamativo es que esta súbita preocupación institucional contraste con años de absoluta pasividad ante situaciones similares. En barrios como La Horta, los vecinos llevan mucho tiempo soportando pequeños pero constantes actos vandálicos sobre viviendas, portales y espacios comunes sin que desde el Ayuntamiento se haya adoptado una respuesta eficaz. Ni campañas preventivas, ni refuerzo de la vigilancia, ni una actuación decidida para proteger la convivencia.
La Horta, un barrio cada vez más despoblado situado a apenas cinco minutos de la Plaza Mayor, fue durante décadas una zona tranquila. La llegada de determinados locales de ocio nocturno alteró por completo esa realidad. Ruidos hasta altas horas de la madrugada, plantas arrancadas de ventanas, orines y vómitos en portales, timbres destrozados, llamadas para salir corriendo, vehículos con la música a todo volumen, conversaciones a las cinco de la mañana como si fueran las tres de la tarde y pintadas en fachadas que aún hoy permanecen. Una acumulación de incivilidades normalizadas ante la indiferencia municipal.Ahora, cuando el vandalismo golpea al mobiliario urbano y al patrimonio municipal, el Ayuntamiento se apresura a mostrar preocupación y a prometer soluciones. Pero el problema no ha nacido estas Navidades ni se limita a unas macetas o unos adornos desaparecidos. Lleva años creciendo a la vista de todos, mientras los vecinos aprendían a convivir con la dejadez institucional. El vandalismo no ha cambiado; lo que ha cambiado es el destinatario del daño. Y esa diferencia lo dice todo.

















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